martes, febrero 22, 2022

Wonderful tonight


Mi adolescencia son recuerdos de un disco de grandes éxitos de Eric Clapton en el que se repetían, en bucle, la versión de "I shot the sheriff", la de "Knocking on Heaven´s door" y, por supuesto, el "Wonderful tonight". Yo, por entonces, no sabía siquiera quién era Pattie Boyd ni que la chica de la canción también era Layla. Yo me afeitaba y me dejaba cortes por toda la cara, pequeños granos que explotaban y marcaban el rostro. Me metía en el baño con un radiocassette y ponía "Quiero beber y no olvidar", de Manolo Tena, antes incluso de que "Sangre española" se convirtiera en un exitazo.


El ritual era ese: Clapton, Tena y, antes de llamar a la Eva Primigenia, "La bien pagá", de Miguel de Molina, sacada de un CD que tenía mi abuela por casa. Eran principios de los 90. La Eva Primigenia me atendía durante diez o quince minutos y quedábamos para la semana siguiente. Su paciencia era encomiable. Por lo demás, todo era un continuo integrarse. La primera vez que salí un viernes por Bilbao -entonces, Malasaña era "Bilbao", no sé por qué, al año siguiente la cosa ya había cambiado- fuimos a un sitio de Alonso Martínez que se llamaba Este-o-Este. Todos pidieron chupitos y yo, una Coca-Cola.


Para querer beber y no olvidar, me esforzaba lo justo. Eso sí, a pesar de no emborracharme bajo ningún concepto -de alguna manera, no solo es que no quisiera perder el control, es que sentía que traicionaba la confianza de mi abuela y de mi madre-, mi memoria era magnífica. No solo la memoria del pasado sino la del presente, la que te permite sentir que estás ante un momento que recordarás siempre. La inmensa casa de C. justo antes de coger todos el metro. Alguien aporreando "Hey Joe!" en la guitarra. Chistes sobre Joe Montana y los 49ers.


Lo divertido era verlos. Describirlos, al día siguiente, en mi diario. Mis compañeros de clase, mis compañeros de instituto completamente enajenados, otras personas. Vómitos en la calle, porros en las esquinas. Íbamos a un sitio al que llamábamos "Pepe´s" y que luego se llamó "Casa Francisca" y que ahora no sé cómo se llama. Quince años después de todo esto, me fui a vivir a una de las perpendiculares, justo enfrente de "El Clan" que ya no se llamaba "El Clan". Cuando jugaba el Barcelona, me bajaba al bar irlandés y me veía el partido con mayor o menor compañía. La libertad, vaya. Un sofá hundido, un interior lúgubre y los gritos de Nines cada mañana.


*


Sabemos quién eligió a Pablo Casado para presidir el PP, pero no acabamos de saber muy bien quién le ha echado. La masa. La turba. Un montón de gente gritando mucho en la calle, gritando mucho en los platós y gritando mucho -si eso fuera posible- en los periódicos. Una cadena de retroalimentación inmediata. Todo estalló el jueves y estamos a martes y solo falta el entierro. Todo debe cambiar para que todo siga como siempre. Nadie se ha parado a pensar en el futuro más allá de los nombres. El "que venga Feijoo" es el "que venga Haaland" de la política nacional. Y, luego, que invente.


El ejemplo es terrible. No ya porque Casado fuera ejemplar, que no lo era: se pasó meses intentando reunir pruebas para chantajear a una rival dentro de su propio partido, y cuando no las encontró se fue a la COPE en plan "creedme, me tenéis que creer, es una corrupta", sino porque uno aspira a que la democracia liberal sea otra cosa más tranquila, más meditada. El PP tenía un proyecto y nada hizo Casado que se saliera del mismo. ¿Extorsionó? Sí, claro, pero nada hace pensar que fuera un pionero. Y siempre podrá alegar -cinismo- que fue por una buena causa.


Por lo demás, si el objetivo era echar a Sánchez (yo sigo pensando que aquí se equivocan, pero ya lo expliqué hace unos días sin ningún éxito), no se ha apreciado en Casado una voluntad distinta. Si la cuestión es repetir "sanchismo" y "libertad" muchas veces, el chico lo ha intentado. Se podría decir que no ha hecho otra cosa. Se recorrió Castilla y León de granja en granja ante el escarnio mediático todo para que Mañueco fuera de los primeros en dejarle de lado. Todo han sido decisiones en caliente y decisiones graves, muy poco meditadas.


Ayer, en el plató de "Ya son las ocho", se hablaba del "enrocamiento" de Casado, que había intentado aplazar todo durante una semana. Una semana. Yo no seré muy listo, pero sé que cualquier cosa que pretenda durar en el tiempo requiere de mucho más de una semana de margen. Sin embargo, en estos tiempos mediáticos, una semana es un mundo. Lo dije y todos me miraron como si estuviera loco. Todos querían que algo pasara ya y que ese algo se ajustara a lo que sus deseos apuntaban esa misma noche. Yo, que soy un conservador, proponía parar el juego y analizarlo con calma. Donde están las fichas y qué movimientos convienen. Pero no, no había tiempo para tanto.


Queda por saber qué pasará cuando todo esto acabe. Si vendrá la calma o vendrá más tempestad. De algo habrá que hablar. Todos hemos visto crisis de todo tipo en todos los partidos, pero ninguna como esta: una crisis por aburrimiento. Una crisis porque sí. Todo iba bien, pero, ay, qué rollo. Por otro lado, lo del ejemplo. Quien venga sabe qué hacer y qué no hacer y qué pasa si se toca a determinadas personas. Tienes 3000 personas en la sede nacional del partido a las cuarenta y ocho horas. Si eso no es el poder, se le parece. A los hechos me remito.


*


Por cierto, la sensación de salir de Mediaset de noche, la calle Federico Mompou vacía; una acera en penumbra y la otra llena de restaurantes con terrazas cubiertas. Una sensación de adrenalina que se va calmando camino a la parada de taxis. Es divertido. Siempre es divertido y con eso me quedo. Al día siguiente, compruebas que tu programa lo han visto casi dos millones de personas, es decir, que uno de cada veinticinco españoles, más o menos, te ha visto el careto. Una americana y una camisa a juego porque la Chica Diploma me viste mejor que nadie. La barba más o menos cuidada, depende del día y de lo pronto que avisen. Yo nunca aspiré a ser un incomprendido alejado de las élites. Al revés. Otra cosa es que las élites me hayan estado evitando durante todos estos años. Sin que vaya yo ahora a reprocharles nada, solo faltaría.