martes, febrero 15, 2022

Tiene una colección de corazones rotos



El videoclip. Todo el videoclip. La canción también, claro, pero sobre todo el videoclip. Son jóvenes, son muy guapos, bailan. Todo el mundo querría ser como ellos porque, además, ellos se quieren. Puede que no lo supieran cuando grababan el vídeo -la Chica Diploma y yo discutimos en esa parte- pero se quieren. Y no abusan de ello, solo juegan, que es lo que hay que hacer cuando se es joven y guapo y todo es posible. Juegan todo el rato y ella le coge como diciendo "atrévete, valiente" pero sin tanta palabrería y un señor, que seguro que es alguien conocido, baila de amarillo en medio de un palacio que, sinceramente, no sé cuál es.

Sí sé cuál es la calle en la que hacen que se conocen. Un guiño, quizá, a la película de ella -Clara Galle, "A través de mi ventana- o quizá una casualidad, sin más. Él toca la guitarra en un balcón diminuto. Eso también es bonito. Es Jonás Trueba. Es la parte de atrás de la Plaza de la Cebada. Toca y sonríe y se parece un poco al Gianmarco ese que fue novio de Adara, pero en guapo, y ella es todo ojos y desparpajo y, también hay que decirlo, actúan de maravilla, y le deben mucho al montador y al guionista y a ese maravilloso plano en el que los dos se descubren junto al otro en la cama y se dan cuenta de que están vestidos. El pudor invertido.

Luego, de nuevo, la canción. Es empalagosa, pero no pasa nada. No pasa nada porque todo sigue siendo bonito en esa letra. La chica con una colección de corazones rotos que finge mientras sigue dando vueltas, esta vez por un jardín. La chica que baila reggaeton -con una sonora torpeza, pero de ahí el encanto- con tacones rojos. Los tópicos también: el pedazo de sol, la niña de mis ojos, el borracho de bar que se enamora de la belleza. La belleza Instagram. Iba a escribir algo sobre la belleza Instagram pero no sé el qué. Supongo que algo sobre la facilidad para alcanzar esa belleza, para casi tocarla, no hace falta ya nadie que descubra a nadie, está todo el mundo en el escaparate.

La belleza Instagram que se cuela también en otro vídeo -la chica se parece, de hecho- que me acompaña en mis intentos de buen rollo. Marc Seguí, con un jersey improbable, con un peinado de esos que uno solo se puede permitir cuando es tan guapo que juega a esconderlo. "Discutir contigo es como un tiroteo", dice, entre un montón de ripios agradables. Una canción que se deja llevar. Una canción triste, sí, puede ser. Pol Granch con un osito con el que persigue a la chica con carácter. Está bien que haya una chica con carácter y no un maniquí, le da un punto al vídeo y a la canción porque esa canción pide una chica con carácter, desde luego, una chica que al final coja el osito y lo tire. Una chica con una colección de corazones rotos que ha decidido dejar de sonreír y bailar y se ha puesto a otra cosa. A otro juego. ¿Y si "Tiroteo" fuera el epílogo, o al menos la continuación de "Tacones rojos"? No queda claro. Supongo que eso es lo que me gusta.

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Vi "El estafador de Tinder". Creo que se llama así, tampoco me voy a poner a mirarlo. Sobre Tinder se habla y se escribe mucho últimamente y siempre me parece poco. Tinder es un fenómeno que cambia por completo el tema de nuestro tiempo, que no es solo follar sino que es ligar, es decir, conocerse, es decir, engañarse. No sé cuánto hay de seducción en Tinder porque yo, lo más lejos que he llegado, es a Meetic... y, sinceramente, no había tanta diferencia entre Meetic y la vida real. La deshumanización del barrido a la izquierda y la adrenalina del barrido a la derecha. Algo me dice que lo habría pasado muy mal ahí, tan expuesto, tan sin subterfugios.

Porque el caso es que yo no sé exponerme y mentir, sin más, me resulta demasiado violento. Entonces, ¿qué haces? Pedir perdón. Casi todas mis citas, si las miro en perspectiva, son una sucesión de "lo siento". Tú pensabas que aparecería un príncipe azul y en cambio apareció Guille Ortiz. Yo quiero abrazarte y que sepas que te entiendo perfectamente, que todo irá bien, que no siempre será así, pero, quién sabe, hay tanto Guille Ortiz suelto, tanta matrioska de Guille Ortiz envuelto en un Guille Ortiz más grande, más aparatoso, más torpe...

En fin, "El estafador de Tinder". No quiero hacer ningún spoiler, pero Tinder pinta poco en el documental. Podría haber sido el estafador de cualquier otra aplicación a poco que hubiera jugado bien sus bazas. De hecho, casi tiene más sentido "El estafador de WhatsApp". "El estafador de los mensajes de voz", aunque igual eso sonaba demasiado a película de miedo. A mí, me entretuvo. No pido nada más en este momento. Leí por ahí que querían hacer una ficción de la historia. El problema es que el único atractivo de la historia, de hecho, es que no sea ficción. 

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Hace frío y cogemos los tres un taxi: el Niño Bonito, el Rey Sol y yo. Estamos cansados. Es la tarde de un domingo que ya se hace noche y venimos de un cumpleaños. La Chica Diploma espera en el portal para recoger a los niños y que yo me pueda emborrachar. Necesito emborracharme. Necesito desbloquearme y salir de este bucle y soñar con alguna forma de autodestrucción peliculera, el último paso antes de algo, aunque ese algo sea tomarse un café y un bollo en alguna pastelería de Ciudad Lineal, rodeado de señores mayores que se han ganado sus domingos y no huyen de ellos.

Sin embargo, el Niño Bonito dice que quiere venir conmigo. Y a mí me apetece ir con el Niño Bonito, porque el Niño Bonito es la mejor compañía. Me dice: "No quiero que te vayas solo" y, así, cogemos la calle vacía, llena de viento. Yo, con un abrigo que a veces parece una enorme parka; él, con un disfraz de SuperThing debajo del suyo. Le digo que no sé qué hacer y que todo es complicado, que los bares ya están cerrados y las terrazas, imposibles, que dónde voy yo con un niño de siete años disfrazado de Enigma a emborracharme (no, eso no se lo digo, le digo "tomar una Coca-Cola") y así nos quedamos los dos, parados en mitad de la calle. Él, expectante, como si de alguna manera esta fuera su aventura y fuera con su padre, un padre que siente cada vez más y más frío y piensa en el niño, ¿no cogerá frío el niño?, ¿no debería él cuidarle y no al revés?

"¿Tienes frío?", le dice el padre al niño y el niño dice que no, pero igual el niño miente porque el padre sabe que tiene tendencia a mentir para agradarle. "Cuando os digo que estoy bien, no siempre estoy bien", le dijo hace poco y su padre le tranquilizó de la única manera que supo: "Lo sé, y no pasa nada". Porque si lo sabes, no hace falta decirlo y, si no pasa nada, no te sientes culpable. Te cuidan igual, como me cuida él en mitad de Conrado del Campo, inviable ir al irlandés -aunque echarían a la Real y al Granada-, inviable entrar en el Katupirí -el camarero está comiendo a estas horas, o quizá cenando, o quizá él no vea la diferencia-. Inviable, también, comprar algo en el chino y subirlo a casa porque el chino solo acepta efectivo y yo voy por la vida sin una moneda encima.

Habrá que volver a casa, que en cierto modo es una rendición, pero también es un alivio. El niño se va con su madre y su hermano. ¿Quién sujeta al niño que sujeta el mundo? El padre se va al dormitorio a intentar llorar, aunque no pueda desde hace años. El padre es una piltrafa. El padre se pone vídeos de chicos guapos como si fuera un adolescente y documentales escapistas de multimillonarios que viajan por el mundo cuando él no consigue salir del barrio. El padre, en definitiva, es un zombi y acaba en la cama y se duerme. No mucho, una hora. Suficiente. Cuando se despierta, le están esperando. Porque son su familia, no les queda otra. ¿Qué van a hacer sin él a estas alturas? ¿Cómo van a dejar de acostumbrarse?