martes, febrero 08, 2022

A Pablo Casado se le empieza a poner cara de Hillary Clinton


Una de las patas del fracaso de Hillary Clinton y el Partido Demócrata en 2016 -y que se mitigó solo en parte en 2020- fue la asunción de que nadie podía votar a Donald Trump. Nadie podía siquiera mostrar la más mínima simpatía por Donald Trump. Era inconcebible. ¿Cómo se puede confiar en alguien así? ¿Cómo se puede admirar a alguien así? El asunto era simplemente dejarse llevar, señalar al rival con un gesto de enorme superioridad moral y festejar en noviembre. El problema fue la realidad, que tenía otros planes. 


Cuatro años más tarde, Biden se puso serio, más que nada porque el otro era el presidente de los Estados Unidos, no un empresario de dudosa reputación y negocios oscuros. Aun así, y pese a una menor relajación, el Partido Republicano se quedó a un puñado de votos en cinco o seis estados de renovar mandato. No fueron noches fáciles aquellas, desde luego. Es muy probable que las encuestadoras partieran del mismo prejuicio: solo los fanáticos votan a Trump, cualquier voto dudoso tiene que ir forzosamente al otro lado. Se equivocaban. Se equivocan, vaya.


Del mismo modo se equivoca la derecha española con Pedro Sánchez. En cierto modo, le pasa lo mismo que le pasaba a la izquierda con Aznar. Uno puede entender personajes como Rajoy que van más allá casi de la ideología, pero, ¿Aznar? ¿Quién podía votar a Aznar? ¿A quién podía caerle bien Aznar? Años más tarde, ¿Ayuso? ¡Pero si es una loca peligrosa! Lo que tienen en común todos -Trump, Sánchez, Aznar y Ayuso- es su facilidad para copar el debate y marcar la agenda. En este caso, en vez de explicarnos a todos qué demonios piensa hacer con el país, cómo va a sortear el problema de la extrema derecha, por qué ha hecho saltar sus acuerdos con Ciudadanos allí donde ha sido posible, Casado se limita a explicarnos que Sánchez sigue gobernando.


Es algo parecido a lo que apartó a Albert Rivera de la primera línea política. El último año de Rivera fue demencial, obsesivo. Aquel hombre solo vivía para apartar a Sánchez de la Moncloa. Casi todos los insultos gruesos al socialista y a sus gobiernos no han partido de VOX ni del ala dura del PP, sino de Rivera. Así le fue. Alguien debería avisar a Casado de que va por mal camino si sigue sin presentar alternativa, confiado en que la obviedad de que Sánchez es malvado, inútil, veleta, amigo de ETA, amigo de Puigdemont, un hortera, un vanidoso... caerá por su propio peso.


Esa es sin duda la valoración que el presidente del gobierno tiene entre Casado y sus votantes. El problema es que Casado y sus votantes no son todo un país. Hace falta convencer a la gente de que tú eres mejor. La cómoda ventaja del centro-derecha en las encuestas nacionales se ha venido abajo en apenas unos meses -sospecho que para gran alegría del sector ayuser- y en Castilla y León estamos viendo algo parecido: Casado, nacido en Palencia y diputado por Ávila durante varias legislaturas, sabe -o debería saber- mucho de lo que Castilla y León necesita para el futuro y sabe -o debería saber- qué cabe destacar de los gobiernos del PP durante los últimos treinta y pico años.


Sin embargo, va a rebufo. Como siempre. Garzón dijo algo de las granjas y Casado empezó a comparecer rodeado de vacas. Algún politólogo habló del voto rural y Casado se lanzó a vender jamones y a ponerse botas de agua. No está funcionando. Hace falta algo más. De Ayuso se pueden decir muchas cosas, pero está claro que tiene un discurso propio. Un discurso vacío, en muchas ocasiones, casi propio de una campaña de publicidad más que de un programa de gobierno, pero un discurso que hay que rebatir y que marca el debate. Los demás, a su rueda, y ella tirando a bloque, como Jan Ullrich. Casado, no. Casado sonríe demasiado y es difícil tomárselo en serio. Parece siempre un comercial llamando a tu puerta a las cuatro de la tarde, en medio de una siesta. Iba para presidente del país y se le está poniendo cara de Hillary Clinton.


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Algunos apuntes sobre la noche del 7 al 8 de febrero de 2022: duermo en el sofá porque así la Chica Diploma puede dormir con el Niño Bonito -tiene terrores nocturnos- y el Rey Sol ocupa todo el dormitorio principal en una cuna diminuta. Es muy probable que seamos de chiste, pero no sabemos hacerlo mejor. Como todo el mundo está acostado a las diez, yo me puedo quedar una hora leyendo mi libro de David Halberstam sobre los Blazers -cada hoja es la invitación a un artículo... pero ni hay tiempo ni hay dinero que lo compre- hasta que caigo rendido a las once. 


A la una, me despierta mi mujer. Se va a la cama principal porque el Rey Sol se ha despertado y está gritando "¡Mamá, mamá!". Me arrastro hasta el cuarto del Niño Bonito, me tiro en la cama y a las dos horas, entra la Chica Diploma con el Rey Sol para que cuide de él mientras le prepara un biberón. El niño ni llora ni ganas que tiene de llorar. Se queda ahí en la cama conmigo como yo me quedo en la cama con él, los dos dormidos sin podernos dormir mientras su hermano descansa a pierna suelta en la cama de abajo.


Esto creo que es a las tres y algo. A las cuatro y media, el niño sigue despierto. Lo sé porque su ronroneo me despierta a mí. Algún grito esporádico de "¡Allí, allí!", entiendo que dirigido al salón. Me despierto y le digo a la Chica Diploma que duerma ella estas tres horas y pico que quedan hasta que empiece la rutina. Duermo al niño en la hamaca después de mucho tiempo -normal, todo el cuerpo le cae por todos lados- y lo meto en la cama. Algunos lo llamarán colecho, pero esa es una palabra demasiado cursi. Le meto en la cama para que se duerma seguido de una puta vez y me deje dormir a mí. Yo lo llamo supervivencia. A las siete y media está otra vez despierto y gritando: "¡Allí, allí!", así que recojo mis párpados, le llevo en brazos al salón y nos ponemos a ver "Los compañeros de Ryan" (o algo así, hablo de memoria).


A las ocho y cuarto, despertamos a los que quedan y nos preparamos para un nuevo día, que, en el fondo nunca dejó de ser el de ayer, el de la plácida lectura de diez a once de la noche en un sofá de la Travesía de López de Aranda. La Chica Diploma le lleva al fisioterapeuta, le lleva al Centro de Atención Temprana, tiene una reunión online, come corriendo y se va al trabajo. Yo colaboro en un podcast, hago un artículo sobre Lewis Hamilton, repaso bibliografía sobre bandas urbanas, leo en diagonal los principales medios extranjeros, cuido al bebé de vuelta, escribo esto y me voy a Mediaset a hablar de Nadal y Djokovic. En quince minutos o así.


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Tengo pendiente la autobiografía de Pattie Boyd. En el enésimo ataque de imprudencia, me he comprado una de George Harrison, para hacerle compañía en el estante.