Llegamos el sábado y en vez de ir al cine -estamos cansados, pero, ¿de qué?- decidimos quedarnos en casa y buscar una película en la tele. Encontramos "Loro", de Paolo Sorrentino, bajo el nombre español de "Silvio y los otros" porque ya se sabe que los distribuidores tienden a pensar que los espectadores españoles somos idiotas y tal vez estén en lo cierto. Sorrentino se atrevió a llamar a su película "Ellos" y el título era poderosísimo, porque, efectivamente, la película va sobre "ellos" y Silvio Berlusconi no es sino uno más, un hombre decadente perdido en un oasis de poder y belleza.
El tema, de nuevo, como siempre en Sorrentino, es precisamente la decadencia. La decadencia y el aburrimiento. En casi todas las películas del italiano, los protagonistas se aburren y todas las excentricidades, todas las fiestas, todas las drogas no son sino paliativos de ese tedio vital, ese tedio Gambardella, ese "no sé quién soy, no sé quién fui" que también está en las canciones de Lichis. Silvio sabe sus limitaciones y sabe lo que es un fuego de artificio y lo que no. El volcán que erupciona al apretar un botón de un mando. Los demás no lo tienen tan claro. Esto, en Sorrentino, es clave: no ya la apariencia sino la reacción ante la apariencia.
En este caso, "Loro" es un juego de poderes. El poder casi metafísico de Silvio, al que se conoce como "LUI" durante buena parte de la película y el poder físico, carnal, evidente, deslumbrante de las modelos y prostitutas. Todos son conscientes de ese poder y de sus consecuencias y todos tienen sus inseguridades. Dejar de ser la elegida, por ejemplo. Que la jovencita de veinte años te diga a la cara: "Usted tiene aliento de viejo". Se agradece un relato de Berlusconi no moralista. Un relato de Mediaset no moralista, por mucho que se cuele algún diálogo disonante. Fiestas, belleza y aburrimiento. El propio gobierno como forma de escapar de Villa Morena, casi como unas vacaciones de adrenalina.
Por lo demás, el preciosismo. La primera media hora, como sucede siempre con Sorrentino, es de un preciosismo descomunal. Cada plano vale toda una película. No tiene ni cincuenta años y no soy capaz de contar la cantidad de escenas que ha ido dejando en su filmografía y que le valdrían pasar a la historia del cine. Sorrentino sigue a la búsqueda de la gran belleza y sigue sin encontrarla, lo que supongo que es una buena noticia. De momento, a lo Stendhal, se rinde ante la belleza circunstancial, normalmente, insisto, decadente. En ocasiones, incluso, bucólica. Triste, siempre. Bellezas lánguidas y aburridas. "La alegría a tu edad debería ser una obligación", le dice un sonriente Silvio a una de sus presas. Pero la chica ya se ha dado cuenta en la adolescencia de que eso no es alegría, solo un simulacro.
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El domingo toca acabar la tercera temporada de "Merlí". Mucho mejor que la segunda, casi al nivel de la primera. Volvemos a la filosofía, volvemos a los Hegel y compañía, a la dialéctica del amo y el esclavo. ¡Lo que he escrito yo sobre la dialéctica del amo y el esclavo en las relaciones personales y todo sin leer una página de la "Fenomenología"! Como la noche que me quedé en vela hasta la mañana dándole vueltas a si el principio de identidad (A=A) era realmente indiscutible o si el A sujeto nunca puede ser igual que el A objeto. Dialéctica.
Por lo demás, choca de "Merlí" el trato hacia las mujeres. Mientras las tramas de los chicos son siempre complejos -crisis de identidad sexual, crisis de madurez, problemas con las drogas, peleas familiares...- las chicas no son sino objetos de deseo correspondido o no correspondido. Parece que no fueran capaces de pasar de la frase "Me gusta fulanito" o "Qué rollo me está dando este tío". Creas un personaje como Oksana, adoptada de niña de un país extranjero, madre a los diecisiete años, y no gastas ni un plano en hablar de sus problemas, solo de cómo sus problemas afectan a los demás chicos de clase, incluso a sus profesores.
Las mujeres son invisibles en "Merlí" o por lo menos son mucho más objeto que sujeto. Hay madres y hay amantes, eso es todo. En ocasiones, las dos cosas. En las tres temporadas solo he encontrado dos personajes femeninos que realmente se sostengan por sí mismos, con personalidad, que no dependen de ningún hombre para justificar su presencia: Silvana, la profesora de Historia, y Coralina, la directora. Una es una traidora que va siempre por la espalda y la otra es directamente una bruja maléfica cuya muerte no llora nadie.
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Mientras caminamos hacia Malasaña y desde Malasaña -veinticuatro horas sin niño dan para muchísimo- se me viene a la cabeza constantemente Isa, la niña perdida ahora conocida como "Díaz Ayuso". La casa de los padres de Isa en General Martínez Campos; la casa compartida de Isa en la calle Viriato, donde seguíamos la "última hora" del día para publicarla en El Semanal Digital. Un restaurante gallego al que me llevaba siempre y la plaza donde me dejaba a la vuelta de las reuniones en Pozuelo. Conducía ella y me suena que llegábamos siempre tarde.
A veces, le digo a la Chica Diploma, me gustaría mandarle un mensaje y decirle algo así como "tienes 41 años, no puedes tirar tu carrera a la basura de esta manera". Solo que sería paternalista y además probablemente se perdiera entre otros cuatrocientos mensajes más que debe recibir al minuto. Los resultados del 28A y las últimas encuestas ya dan a Ciudadanos por delante del PP así que es posible -aún no digo probable- que Isa consiga ser la primera en perder unas elecciones para el Partido Popular en Madrid desde 1987, cuando ni siquiera tenía ese nombre. Incluso Gallardón en 1991 y Esperanza Aguirre en 2003 ganaron sus elecciones, aunque uno no pudo gobernar y la otra tuvo que "encontrarse" con dos tránsfugas para conseguir repetir comicios.
Si eso pasa, adiós a "Díaz Ayuso". Adiós por completo a los años de preparación y de ilusiones. Tal vez no debería haber intentado llegar tan alto, tal vez debería haber sido más consciente de sus limitaciones. Tal vez podría haber hecho política y política relevante sin tanto circo y sin tanta ambición. Por otro lado, siendo positivos, a los 41 años te queda toda una vida por delante para darte cuenta de qué has hecho mal y no repetirlo. Decirte a ti misma: "Qué cojones, fui candidata a la presidencia de la comunidad de Madrid y lo fui por el partido que yo quería" y con eso detrás, ponerte a cualquier otra cosa. Al periodismo, por ejemplo.