viernes, mayo 24, 2019

Todos te quieren cuando estás muerto



A veces me gustaría recordar todo lo que hice en los años 2000. A veces. El único problema es que de algunas cosas han pasado veinte años y lo único que queda, de fondo, es la música, una especie de banda sonora de la juventud. Sobre los hechos reales, mejor no pronunciarse: algunos han quedado demasido documentados y otros directamente los he olvidado, que es algo muy veinteañero.

La música: el coche de la Chica Diploma atascado en Arturo Soria mientras suena "Lady", de Modjo y ella se asombra de que me acuerde de que era un grupo francés porque no sabe que "Lady" y aquel vídeo maravilloso en el que tres chavales desafiaban al mundo y se desafiaban a sí mismos formó parte de esa sucesión de canciones que echaban en bucle en Quiero TV o después en la MTV -años anteriores a las Kardashian- y que estaban siempre ahí, a lo lejos, mientras yo escribía algo en mi ordenador.

Canciones como "Rock DJ", como "Hey Ya!", como "One more time"... canciones que en rigor se entienden por sí mismas y sin contexto porque no pertenecen a ningún contexto (no así "Feel", que es claramente L. o, más tarde, "Young folks", que remite automáticamente a la Chica Indefinible). Canciones que no son de desamor sino que simplemente son compañía. Compañeros vivos, que diría Zaratustra, pero compañeros, ¿de quién? ¿Quién era yo? ¿Qué hacía? ¿Es verdad que cogía aviones de madrugada para entrevistar estrellas de rock y reservaba en preferente para observar el mar abrirse a mi derecha cuando llegábamos a la altura de Sitges? Puede.

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Hablando de canciones de los 2000 y entrevistas a estrellas del rock: "Todos te quieren cuando estás muerto", de Neil Strauss. Comprado por sugerencia de Nacho Vegas en una revista o un libro, no recuerdo, y empezado a leer con todos los prejuicios del mundo ante el "name dropping" y el aire "enfant terrible" del personaje. Y, sin embargo, la cosa funciona. Strauss sabe echarse a un lado y no caer en topicazos y aunque es la realidad la que se empeña en repetirse una y otra vez, lo cierto es que el narrador siempre mantiene la distancia, que es esencialmente su trabajo.

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El último clavo sobre el ataúd de un Joe McCarthy ya avejentado y con claros problemas de alcoholismo y drogodependencia lo puso, el 9 de junio de 1954, Joseph N. Welch, a la sazón abogado jefe del Ejército de Estados Unidos, uno de cuyos generales, Ike Eisenhower, ocupaba la presidencia del país en ese momento. El ataque de McCarthy contra el ejército estadounidense, un ejército victorioso y dominante, fue un error estratégico similar a la pulsión de algunos dictadores por invadir Rusia en pleno invierno y lo pagó con una frase que supondría el final de su carrera, ese "Have you no sense of decency, sir? At long last, have you left no sense of decency?" que resume perfectamente el papel de McCarthy en la historia política de postguerra.

La decencia es algo importante y que está por encima de las cuestiones ideológicas. También es algo subjetivo y peligroso, por supuesto, pero esto es como lo de San Agustín y el tiempo, incluso lo que no sabemos definir es fácil de reconocer. Yo no tengo problema con que la gente que no piensa como yo ocupe puestos de poder. Solo faltaría. Votamos para eso. Si todos estuviéramos de acuerdo -esto es Aristóteles- no haría falta votar nada ni elegir a nadie como representante. Vivo en una Comunidad donde la derecha ha gobernado durante los últimos 24 años y me gustará más o menos pero es lo que hay, ningún escándalo al respecto.

Mi problema, por tanto, con los populismos y en este caso mencionaré en concreto el populismo agresivo, barato, procurador solo de odio y enfrentamiento al que se ha entregado Ciudadanos, no es ideológico. No creo que la izquierda ni los políticos que representan a la izquierda tengan intrínsecamente una ventaja moral con respecto a los políticos de derecha. Mucho menos sus votantes. Sí me gustaría que el debate quedara dentro de los límites de la decencia y no los de la mentira, el espectáculo y la degradación de la democracia y la sociedad. Ni fotos de Lenin ni sábanas de quince metros cubriendo el edificio Iberia alertando de la formación de una "Comuna" presidida por... Ángel Gabilondo.

Mi miedo de cara a las elecciones del domingo no es que gane la derecha o la izquierda sino que gane el odio. Que el odio, la mentira, la demagogia, la manipulación, el populismo en definitiva, dé réditos y alcaldías o gobiernos autónomos. Como he dicho antes, esos defectos no son patrimonio de ninguna ideología y han sido ampliamente utilizados por todas ellas en algún momento. En una época en la que todo parece una constante caza de brujas por parte de hombres eternamente indignados, hay límites que no se pueden cruzar. El respeto al adversario es uno de ellos.