lunes, abril 29, 2019

Y el centro volvió a ganar las elecciones



Al final, resultó que no nos odiábamos tanto. Un poco, tan solo. Hablar del centro vende poco porque con la moderación es difícil ocupar portadas y redes sociales. Un tío tras una mesa leyendo el Marca. Sin embargo, al final, convocatoria tras convocatoria, todos nos encontramos en el centro porque, quiero creer, buscamos un modelo de convivencia que no parta de la consideración del otro como un enemigo de España, un felón, un traidor con manos manchadas de sangre o un amigo de los terroristas y los pederastas. Buscamos un escenario en el que el discrepante no sea sin más "un fascista" por pensar distinto a nosotros y castigamos los excesos en busca de algo parecido al diálogo sin que acabemos de saber en qué consiste dicho diálogo ni para qué sirve exactamente.

La lucha por el centro parte del origen mismo de la Transición y se ve que sigue siendo la lucha más interesante. En un escenario propicio a los extremismos, los votantes eligieron a Pedro Sánchez como presidente tras una campaña en la que casi ni le hemos visto y dentro de la derecha premiaron a Ciudadanos, la opción -pese al histrionismo de Rivera- más centrada de las tres disponibles, la que no sacó el tema del aborto en toda la campaña, defendió determinadas medidas sociales y no llamó feminazi ni kinki a nadie.

Castigaron en extremo al PP, que ha pasado de los más de 180 escaños de Rajoy a los 66 de Casado en solo siete años. Hubo un momento allá por 2014, cuando irrumpió Podemos, en el que se puso muy de moda decir que el PSOE iba a acabar como el PASOK. No se sabe muy bien cómo va a acabar lo del PP pero buena pinta no tiene. Hablamos de un partido que incluso en los tiempos de Aznar -"a mí nadie me llama en la cara derechita cobarde"- hizo todos los esfuerzos del mundo para convencer a la sociedad de que eran un partido de centro. Ni siquiera de "centro-derecha". De centro. Y la sociedad le dio una mayoría absoluta.

La marcha de Casado se convierte ahora mismo en una necesidad imperiosa. Y con Casado, todo lo que Casado ha traído: los Suárez Illana, los Díaz Ayuso, los Juan José Cortés, los Teodoro García  Egea... De lo contrario, Ciudadanos le va a pasar por encima y ahí están, acechantes, las municipales, autonómicas y europeas en menos de un mes. El votante del PP no es un votante de "trending topic" ni de Forocoches. Deberían saberlo ya y cuidarlo un poco más.

En cuanto a "los extremos", el análisis debe de ir en sentidos opuestos: Unidas Podemos baja muchísimos votos y muchísimos escaños. Ahora bien, sigue vivo, ha quedado rozando el 15% si unimos a los Comunes y tendrá un papel decisivo en la siguiente legislatura. Hace dos semanas, el partido se desangraba dividido en mil facciones y con un líder que más parecía un César. Precisamente el perfil bajo de Iglesias en esta campaña, su falta de aspavientos, su imagen de sensatez y sentido común en los debates frente a la algarabía generalizada, le ha ayudado mucho a su partido. En otras palabras, Pablo Iglesias decidió disfrazarse de Íñigo Errejón y la cosa no le fue nada mal. Otra lección a aprender para el futuro: al asalto se consiguen pocas cosas.

Vox vive la sensación contraria: de la nada consigue dos millones y medio de votos y una presencia nutrida en el Congreso (24 diputados). Ahora bien, como esperaban 50, 60, 70... la decepción es enorme. Su discurso da para lo que da. Agitar banderas de España e insultar a todo el mundo desde la pose de bandarra de gimnasio tiene un alcance electoral limitado. Es cierto que durante al menos una semana consiguieron convencernos a los demás de lo contrario. Durante al menos una semana, viendo llenarse mitin tras mitin volvimos a confundir la cantidad con la calidad y pensamos que el exabrupto triunfaría. No lo hizo.

Vayamos con el análisis detallado de los resultados y perspectivas de cada partido:

PSOE.- Con 123 escaños (podrían ser 122 si el voto extranjero le da el de Zaragoza a Ciudadanos, el empate es absoluto), Pedro Sánchez ha vuelto a hacer lo que tan bien se le da: sobrevivir. Hace tres años y medio estaba pronunciando un discurso fallido de investidura con el apoyo de Rivera, hace dos y pico estaba recorriéndose pueblos tras ser desalojado de Ferraz y hace unos meses se proclamaba presidente del gobierno tras una moción de censura con el apoyo de Iglesias y los independentistas.

El problema de Pedro Sánchez es que es un hombre en continua campaña electoral. Debe de ser agotador. No ha tenido un momento para pararse y hacer política. En ese sentido, la situación no mejora. Pese a ganar las elecciones con más de diez puntos de ventaja, el arreón final de Unidas Podemos le ha privado de muchos restos en muchas circunscripciones donde UP ni siquiera ha conseguido escaño. Es una victoria que permite tirar adelante pero no permite tener un proyecto. De entrada, Carmen Calvo ya ha dicho que no van a gobernar con UP, pero Carmen Calvo acostumbra a decir cosas muy raras.

Lo que parece claro es que hasta las municipales no se van a mover. Tienen la sartén por el mango. Tantearán y tantearán y lo retrasarán todo como lo retrasó Rajoy en su momento y cuando ya, por fin, todas las elecciones queden a cuatro años vista, intentarán tomar alguna decisión que seguro que no le gusta a nadie porque la gente es así. Pueden optar por un apoyo de Iglesias y un buen montón de abstenciones o añadir al PNV al pacto de investidura y que las abstenciones se reduzcan a Bildu. La victoria de Ximo Puig en la Comunidad Valenciana fue la guinda al pastel, aunque fuera mucho más por los pelos de lo que indica el número de escaños.

PP.-  No se pueden hacer peor las cosas. Desde al principio al final. Desde "las manos manchadas de sangre" al "no nos pisemos las mangueras". No hay capital personal ni político para algo mejor, por otro lado. En su empeño por cargarse el sorayismo, el PP ha caído en una mediocridad asombrosa. La "gran salvadora" Cayetana Álvarez de Toledo y su supuesta movilización sin complejos del voto constitucionalista se ha quedado a un solo escaño de la desaparición del Partido Popular en Cataluña, con solo 50.000 votos más que Vox. Tiene un mérito asombroso. En el País Vasco ya no existen, ni siquiera en la Álava de Javier Maroto, uno de los que peor parados salen de todo esto y que bien haría en reflexionar qué está haciendo con su vida y con su carrera.

No es solo cuestión de periferia: pierden la segunda plaza en Madrid, detrás de Ciudadanos, pierden Ceuta y a punto quedan de perder Melilla. En Andalucía, se van casi a la mitad de votos y escaños. Todo esto pese a tener buena parte de los medios a su favor, incluidas portadas pidiendo voto en los quioscos el mismo día de reflexión. En Murcia, empatan con Vox y solo resisten en Galicia, donde el partido no tiene nada que ver con el de Madrid y se ha ganado una cierta autonomía. Pese a perder también con el PSOE -de hecho, el PP solo ha sido el más votado en Navarra y Melilla-, ha limitado a la mínima expresión la irrupción de Ciudadanos y ha dejado a Vox sin escaño alguno. Probablemente, tras las elecciones autonómicas, la vía Feijoo sea la vía a seguir.

Ciudadanos.- La aritmética es caprichosa. Hace tres años se pegaron una torta tremenda con un porcentaje bastante aceptable de votos y este año se han ido a los 57 con menos de un 3% más de votos. Ciudadanos decidió optar por un discurso escorado a la derecha y de momento le ha salido bien porque se ha llevado a muchos votantes del PP. Lo que ha perdido por el camino es la capacidad de organizar un discurso propio que vaya más allá de la repetición de "Torra, Puigdemont, Otegi" en bucle y que acepte que sus enemigos políticos no son bestias antionstitucionales con los que no se puede discutir nada. Menos adrenalina, vaya.

El voto urbano ha sido decisivo: han adelantado al PP en Madrid y se han quedado a punto de hacerlo en Valencia y en Andalucía. En Cataluña han aguantado y solo se les ha atragando el País Vasco y Galicia, como era de esperar. Con todo, la clave ha estado en el aguante que han tenido en pequeñas provincias, donde han rascado casi siempre ese último escaño que transforma una subida de unos cientos de miles de votos en una victoria apoteósica. Queda la duda de qué habría pasado con un perfil más moderado, como el que presentaban cuando las encuestas le daban favorito por encima del 20%. De eso hace solo un año. Ahora, un 15% largo parece un éxito rotundo.

Unidas Podemos.- Sale muy reforzado por varias cuestiones, algunas ya comentadas: se ponga Calvo como se ponga, no habrá gobierno Sánchez sin Iglesias. Aparte, hablamos de un partido agonizante tras la marcha de Errejón y Espinar, la escisión anticapitalista, las dudas de sus pactos con IU y las críticas al excesivo personalismo del líder. Un partido que podía convertirse en la propia Izquierda Unida de los tiempos de Anguita o Llamazares y poco más. Han resistido en Cataluña y País Vasco y su resultado en Madrid es más que aceptable. Estarán en el gobierno de la Comunidad Valenciana o al menos le darán apoyo. Tendrán relevancia institucional, que es más de lo que se preveía hace dos semanas, y además la tendrán con un Pablo Iglesias que por primera vez desde que irrumpió en política parece haber hallado un punto de calma y sosiego, como si enfrentarse a la vida -la paternidad- le haya ayudado a relativizar todo lo demás. Aun así, los problemas internos y externos son enormes y sus perspectivas para las autonómicas y municipales, pavorosas.

Vox.- El matonismo llega hasta donde llega y a Vox le ha llegado hasta los 24 escaños y más de un 10% de voto, que en un escenario de cinco partidos tampoco es que sea un desastre. El problema hemos sido los analistas, que deberíamos hacérnoslo mirar. Llega Ciudadanos y todos caemos a los pies de Ciudadanos y su retórica de ESADE. Llega Podemos y todos caemos a los pies de Podemos con su punto de Caliclés y su soberbia antisistema. Llega Vox, llena cinco mítines y todos extrapolamos a la avalancha que viene. De momento, el discurso del odio extremo no funciona del todo en España. Puede que llegue el día en que lo haga porque el odio relativo sí que da réditos y no parece que la cosa vaya a ir a mejor. Tienen que ir más allá de "defendamos a nuestras familias de los kinkis y pongamos en su sitio a las feminazis" pero no se ve qué hay más allá. Si lo encuentran, que nos avisen.

Nacionalismo catalán.- Demostró que si Torra y Puigdemont mandan en Cataluña es porque les votan una mayoría de catalanes. A veces, entre tantas hipérboles por ambos lados, nos olvidamos de algo tan sencillo. El independentismo se movilizó y consiguió una participación descomunal en Cataluña, lo que sirvió para prácticamente borrar al PP del mapa, impedir una representación significativa de Vox y frenar en parte la ascensión del PSC. Con todo, en principio, su papel queda muy limitado en la política estatal si no rebajan su programa de máximos. Aritméticamente, a Sánchez le da lo mismo pactar con ERC que con PNV y Bildu. Aunque nadie lo diría hace diez años, parece que lo segundo le va a ser mucho más fácil y las cesiones, menos polémicas.

Nacionalismo vasco.- Los resultados fueron muy buenos. Seis escaños para el PNV, ganador cómodo en Vizcaya y Guipúzcoa y hasta cuatro -que bien pudieron ser cinco- para Bildu. Su importancia, además, es extrema. El PSOE les necesita y aunque lo de negociar con Bildu siempre va a despertar la clásica indignación mediática, lo cierto es que lo han hecho varias veces en esta legislatura y no les ha ido mal.

Por lo demás, los partidos regionales también han tenido un gran resultado: sorprende lo del PRC en Cantabria cuando todos dábamos por hecho que ese escaño era de Vox y sorprende que CC siga resistiendo con tanta solvencia en Tenerife. Por un lado, queda la sensación de alivio de haber pasado vivos por todo esto sin pegarnos tiros en la calle... por otro lado, la presencia inmediata de las siguientes elecciones y la negativa a bajar el tono por parte de la derecha incluso tras haberse quedado en 147 escaños y un 44% de voto promete al menos otro mes intensito. Probablemente, más.