lunes, mayo 20, 2019

Isabel Díaz Ayuso ¿contraataca?



Parecía un disparate pero puede que no lo haya sido. Puede, tampoco lo afirmo. De entrada, el PP o su propia candidata han conseguido que la campaña en Madrid gire en torno a ellos. Que hablen, aunque sea mal. Han convertido a una política completamente desconocida en portada de periódicos digitales y en Trending Topic constante en Twitter. Han establecido, por así decirlo, una marca. Una marca de la que muchos se burlan -la mayoría los que de todos modos nunca votarían a un candidato del PP- y por la que otros se han ido interesando como posible alternativa.

Con el tiempo, incluso, a Díaz Ayuso se le está poniendo cara de lideresa; como si una vez pasada la tormenta y aguantado en su puesto, incluso repuntando en las encuestas, ya nada malo pudiera pasarle. Como si, en definitiva, el pánico de las torpezas y la resaca electoral del 28A ya hubieran quedado atrás y tras el fatalismo quedara la ilusión, el "¿y si...?". Volvamos al "efecto Gran Hermano": cuando muchos se unen contra alguien y le hacen el centro de atención del público, ese alguien empieza a ganar adeptos de forma inopinada. Es automático. "Se meten con ella porque es de derechas", "se meten con ella porque es mujer", "lo sacan todo de quicio porque se niega a ser como ellos"...

Este discurso está en la calle y lo estoy oyendo. También está en las redes. Díaz Ayuso tiene la inesperada posibilidad de caer bien, algo que nunca ha estado en sus planes... y hay que reconocer que su campaña ha tenido al menos dos aciertos: primero, la han alejado de la exposición pública propia de todo candidato nuevo y en la que tan mal se manejaba porque ya estamos todos los demás haciéndole publicidad, aunque sea negativa. Segundo, es cierto que ha abandonado -o casi- su discurso de "podemitas okupas, os odio, sois la escoria de este mundo" y se ha lanzado a una serie de propuestas que gustarán o no, que en su mayoría ya existen o han sido ya presentadas en otras convocatorias pero que entroncan su candidatura con los 24 años de gestión del PP madrileño. Hasta ahora, parecían un partido más de la oposición y eso era ridículo.

En definitiva, que muchas risas pero Díaz Ayuso está a uno o dos escaños de gobernar durante cuatro años la Comunidad de Madrid. Uno o dos escaños que pueden marcar la diferencia entre el bloque de izquierdas y el de derechas... y uno o dos escaños que la pueden separar a ella misma de Ignacio Aguado. En ese sentido, habrá que ver cómo afecta al resultado de Ciudadanos la entrada de Rivera y Cañas en campaña, con su "stop okupas" y su discurso demagógico habitual. Puede que, visto lo visto, al final votar a Ayuso sea una muestra de cordura, al menos en comparación.

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Cuarenta años ya de la tía Julia -antes conocida como la prima Julia- celebrados en un bar del barrio de Prosperidad, cerca del Auditorio. Ahí también se habla de política, aunque no demasiado, afortunadamente. Guille Galván, por ejemplo, sí que está interesado y nos tiramos un rato hablando con C. de tácticas y estrategias. Luego pasamos al tema estrella de este fin de semana, al menos en mi cabeza: los adolescentes. Lo jodido que es ser adolescente y lo mucho que tarda uno en darse cuenta. También la posibilidad de que no seamos más que una panda de paternalistas que veamos problemones donde solo hay problemitas y sigamos creyendo que por tener veinte o veinticinco años menos que nosotros no van a poder resolverlos solos.

La sensación de que están siendo continuamente evaluados. Evaluados en sus centros educativos, en sus familias, en las redes sociales. El odio. Lo fácil que es transmitir el odio o al menos la sensación de que alguien no te gusta y lo complicado que es asimilarlo para ese alguien cuando apenas ha dejado de ser un niño. Un odio, un disgusto que ya no queda para la conversación privada, el teléfono o la charla entre amigos sino que se puede expresar de mil maneras distintas, en mil plataformas y ante los ojos de absolutamente todo el mundo. Hay una tendencia en todo adolescente a querer gustar y a no saber cómo. Ahora, esa exigencia se multiplica y hasta cierto punto se transforma: ¿cómo hacer para no molestar?, ¿cómo hacer para esquivar burlas y desprecios? Evaluación, de nuevo. Luego vienen a clase y se echan a llorar al primer contratiempo y uno no sabe qué hacer.

También puede, insisto, que esto no sea sino una construcción de Peter Pan adulto, o de Holden Caulfield, más bien, intentando evitar que estos chicos caigan del campo de centeno. Puede que ellos estén tan panchos como lo estaba yo a su edad, cuando nunca pensé que nadie me exigía más de la cuenta y cuando me sentí tan perdido como me puedo sentir ahora. En palabras de C. -aunque referidas especialmente a adolescentes con éxito- : "A veces me pueden dar mucha pena, pero luego tengo que pasar lista y se me pasa".

C., obviamente, es profesora.

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Volvió el dolor. No hay nada poético en esto. Volvió el dolor físico después de varios meses ausente y con el dolor se disparan de nuevo las alertas frente a toda evidencia médica. Si ya por instinto el dolor es imprescindible como señal de peligro, como grito de ayuda que nos manda el cuerpo para que nos enteremos de que algo va mal, socialmente el dolor cumple una labor parecida. ¿Qué es lo primero que le decimos a un niño tras una caída, un golpe...? "¿Te duele, te has hecho daño?".

El dolor, por tanto, está grabado en nuestras mentes como un motivo de preocupación y del dolor crónico en principio injustificado, ya ni hablamos. Básicamente porque atenta a toda lógica: si el dolor es alerta de algo, ¿cómo puede estar provocado por nada?, ¿cómo vivir con ello veinticuatro horas al día y no acabar un poco loco?

El dolor volvió, decía, y durará un tiempo. El asunto, mientras tanto, es intentar olvidar no sé cuántos siglos de evolución y hacer como el que le pica un eczema. Solo que no es fácil. Ni en términos de concentración ni de disfrute de la vida. El dolor arrasa, esa es su función. Imponerse a las demás sensaciones. Y así, tengo la sensación de que si la cosa se prolonga el único tema del que voy a poder escribir este verano en Fuerteventura va a ser precisamente de ese: de convivir con el dolor, de la vida, cada segundo, visto desde la perspectiva distorsionada de alguien con dolor físico constante.