miércoles, mayo 08, 2019

Liverpool 4- Barcelona 0. Habrá que volver a saber por qué corremos


 Siempre vi en el Barcelona de Guardiola más cosas de Van Gaal que de Cruyff. En eso he sido y sigo siendo un excéntrico, aunque concedo que aquel Ajax de Van Gaal de 1993-1997 ya era de por sí una evolución del método de Johan. La clave, para mí, estaba en la diferencia entre el "tiene que correr el balón, no el jugador" de Cruyff y "el esfuerzo es innegociable" de Guardiola, traducida en una presión constante, agobiante, que permitía recuperar el balón a los pocos segundos y acababa embotellando al rival en su campo.

¿Cómo convenció Guardiola a gente como Xavi, Iniesta, Henry o el propio Piqué de dar el máximo físico en cada partido, en cada entrenamiento...? Estableciendo unos límites sensatos y acorde a sus propias condiciones. Durante la época Guardiola, como el Ajax durante la época Van Gaal, todos los jugadores corrían como locos pero no corrían necesariamente rápido ni en cualquier dirección. El orden posicional era la clave para que en pequeños sprints, en pequeñas ayudas de cinco-diez segundos el rival ya quedara sin salida. No eran carreras de área a área, no era un ir y venir constante a lo Arturo Vidal detrás de balón, jugadores y lo que se ponga por delante. Eran pequeños esfuerzos de una importancia clave si todos lo hacían en el momento justo y con la misma intensidad.

Todo lo demás viene de ahí y parte de ese punto. Cuando hablamos de "el Barcelona debe tener el balón" no hay que dar por hecho que el balón va a aparecer mágicamente en tus piernas. Cuando eso pasa, suele ser mala señal: eso es porque el rival te lo ha regalado a cambio de alguna cesión táctica. No, especialmente en la élite, "tener" el balón consiste en "recuperar" el balón. No interceptarlo ni interrumpir la posesión contraria con un despeje o un "tackle", como bien apunta Ignacio Benedetti. Recuperarlo, esto es, robarlo... y jugarlo.

Las superioridades surgen a partir de ahí: el rival pierde el balón en la salida, queda descolocado y tú puedes guardártelo o puedes ser vertical y tirar un contraataque... pero desde el campo contrario y ante una defensa atemorizada.

Porque ese mito de que el Barcelona no puede jugar al contraataque o que el sistema de Cruyff no permite el contraataque no es más que eso: un mito. El Barcelona de Cruyff empezó a funcionar a toda máquina cuando incorporó a Stoichkov, que era una bala y un contragolpeador excelso. El de Guardiola contaba con Pedro y con Villa, dos tipos que no van a recibir de espaldas y aguantar la pelota sino que necesitan ser verticales, necesitan tener espacio donde buscar desmarques y superioridades. El asunto es desde dónde tiras ese contraataque. Si te tiras atrás y esperas a que el balón lo despeje Sergi Roberto de cabeza para meter un patadón adelante y confiar en que Luis Suárez o Messi corran en un dos contra el mundo o si lo haces desde una posición natural de ventaja, ya instalado en el campo contrario.

Por supuesto, el "dos contra el mundo" -tres si contamos a Ter Stegen, a veces cuatro con Piqué- puede funcionar. Para la competición española basta porque la competición española no existe como tal o no existirá mientras el Madrid se sienta más cómodo centrándose en Europa que peleando en los campos de los Alavés de turno. Ahora bien, es complicado que funcione a alto nivel, en la Champions, y sobre todo tiene el problema de que si el partido se tuerce no se tuerce en plan 2-1, se tuerce en plan 4-0 en París, 3-0 en Turín, 2-0 en el Calderón, 3-0 en Roma y 4-0 en Liverpool.

La llegada de Luis Enrique -quien como jugador era precisamente un hombre que destacaba en el arriba y abajo, la llegada, la aparición fugaz sin relación apenas con el balón o con los demás compañeros- en 2014 inició un cambio de paradigma. Poco a poco fue desapareciendo el fútbol de posición y los fichajes de Neymar y Suárez acabó de confirmar el nuevo estilo. El Barcelona seguía ganando porque incluso con el Tata Martino estuvo a un gol de ganar liga y copa, pero el juego cada vez era peor. Sobre todo porque, sí, el equipo seguía corriendo y seguía teniendo el balón... pero nadie sabía muy bien por qué corría ni qué hacer exactamente con esa cosa redonda, problema que se agravó con la marcha de Xavi, jugador ya residual en aquella temporada del triplete.

El asunto no ha ido a mejor, precisamente. El Barcelona se sostiene ahora mismo por la increíble calidad de sus dos hombres de arriba y su portero. Ahora bien, cuando se hunde, se hunde con todo porque no sabe a lo que juega. El entrenador sigue poniendo a los Piqué, Busquets, Lenglet y compañía pero la pelota va de un lado a otro a una velocidad que hace que sea imposible dominar el juego. Contra el Liverpool se vio lo mismo que se había visto en las debacles anteriores: un equipo que no se impone, que no junta jugadores sino que los separa, que no utiliza el pase para organizar el ataque sino para ganar tiempo y que no puede defender las acometidas contrarias porque no tiene jugadores que puedan hacerlo.

Valverde no cree en el juego de posición y no cree en la presión alta. No son cosas que se entrenen normalmente y así cada uno acaba haciendo la guerra por su cuenta. Todas las críticas recaen en Busquets y, sí, es posible que a sus 31 años, Busquets ya no esté para el juego de más alto nivel, pero es que poner a Busquets a dirigir esta orquesta es como poner a Stephen Curry a jugar de pívot. No tiene ningún sentido. Busquets no puede mandar y no puede recuperar en un partido loco. Busquets necesita que todo el mundo esté colocado y que de esa manera él pueda anticipar la jugada rival. Su mejor versión se daba ya instalado en el campo contrario, pasando a una banda, moviendo a la contraria, mareando, en definitiva, al equipo rival. Ahora, a Busquets le criticamos que no sea Casemiro sin ningún rubor y por eso mismo decimos que está acabado... cuando con lo que han acabado es con el modelo del Barcelona.

¿Y qué es ese modelo? ¿El tiki-taka? No, Guardiola ha dicho mil veces que odia el tiki-taka y en verdad que es odioso. El pase ha de generar superioridades y espacios. Te tiene que dar lo que difícilmente te da el regate salvo que seas Messi. Te permite saltar líneas y te permite evitar contraataques furiosos si sabes agruparte y colocar al rival donde tú quieres. El pase te permite dormir a los once jugadores del Liverpool y a los 50.000 aficionados de Anfield, hipnotizados ante la velocidad y la precisión con la que se mueve el balón. El pase, en definitiva, imponía una jerarquía en España y en Europa y es precisamente ese pase -que no se mide en porcentajes de posesión- lo que ha desaparecido del equipo de Valverde.

¿Cuánta culpa tiene el entrenador en esto? Toda y ninguna. Esto no lo empezó él, lo empezó Luis Enrique en connivencia con una directiva que solo piensa en el corto plazo y que sigue pensando que el corto plazo requiere de urgencia, tanto en las decisiones de los despachos como en el campo. Fichar de ciento cincuenta millones en ciento cincuenta millones con la esperanza de que los jugadores fichados te ganen los títulos ellos solos. Irónico cuando ya tienes al mejor jugador del mundo y los partidos los podría resolver él si estuviera rodeado de amigos y no de enemigos.

Por otro lado, Valverde no solo no ha hecho nada para evitar la deriva sino que se ha dejado arrastrar por ella. Ha preferido no molestar y a la vez mantenerse en su propia zona de comfort. El actual Barcelona no tiene el balón porque no es capaz de arrebatárselo al rival, no tiene las armas tácticas necesarias para hacerlo. ¿Cómo era posible que Xavi e Iniesta, dos enclenques, acabaran rebañando todos los balones? Colocándose bien y beneficiándose de la buena colocación de sus compañeros. Eso ya no existe. Existen once tíos que en las buenas parecen imparables y en las malas no son capaces de ayudarse, de centrarse, de jugar como un equipo. Once tíos que al segundo gol entran en pánico y directamente desconectan del partido, incluyendo la pantomima del córner que originó el 4-0.

Cuando se habla de qué necesita el Barcelona, parece que hay cierto consenso -al menos cuando no se gana al Leganés de turno- en que sería conveniente volver a la posesión del balón, pero hay un paso previo a todo eso: el Barcelona necesita volver a correr y correr organizadamente. Necesita el balón pero para generar superioridades y necesita alguien que dé un golpe sobre la mesa y moleste a los jugadores como los molestó Guardiola en 2008 o incluso el primer Luis Enrique en 2014. Y molestar no significa gritar mucho, hacer muchos aspavientos y llevarte la mano a los cojones cuando tu equipo marca un gol. "Molestar" consiste en convencer a tus jugadores de que tu idea tiene sentido. Aunque sea distinta, aunque sea arriesgada, aunque haya días en los que las cosas no van a salir y vas a perder. Convencerles de que, haciendo lo que tú dices, todos se van a ver beneficiados y que no estás pidiendo imposibles.

En el cortoplacismo actual, es difícil encontrar un técnico así. Valverde, desde luego, no lo es. Klopp lo podría ser pero Klopp tampoco cree en el juego de posición. Ya que se han gastado trescientos millones en sustituir a Neymar sin éxito alguno, igual podían reservar una partida para formar entrenadores capaces de transmitir una idea que pueda dominar Europa. No digo ganar TODAS las Champions, porque no hay idea en el mundo que supere el propio azar del juego, la propia belleza de su indeterminación. Digo dominar, imponerse, hacer que todos olviden remontadas imposibles incluso con un primer gol a los primeros minutos. Coger el balón y no soltarlo. Y cada vez que te lo quiten, luchar como si te fuera la vida para recuperarlo.

En definitiva, un técnico que no negocie los esfuerzos.