jueves, mayo 30, 2019

Patricio Barandiarán y el rayo que no cesa



Mientras todos se empeñaban en ser Sabina, Lichis, Ismael Serrano o incluso Radiohead, Patricio solo pretendía parecerse a Serge Gainsbourg. Precisamente él, el más guapo de todos, el más seductor, el que tenía como otro referente estético a Julio Iglesias. Escuchar aquellas primeras canciones de Patricio casi diez años después nos confirman lo que ya sabíamos: eran maravillosas. Cinematográficas. Divertidas. Agudas. Su gusto por las letras excéntricas y la acomodación posterior de la música al capricho no solo le vincula a Gainsbourg sino vía Brassens al mismísimo Javier Krahe, incluso en la gestualidad.

Lo único que, a diferencia de Krahe, Patricio era optimista, fardón, dibujaba escenas imposibles con dos o tres palabras y unas cuantas onomatopeyas. Patricio nos hacía felices en cada concierto y no sé si él es del todo consciente de eso, de hasta qué punto todos nos aprendimos sus canciones y las vivimos como una esperanza de lo que quizá estuviera por venir. Ese punto de dandy abatido que gastaba en ocasiones -"no te logro olvidar y creo que es injusto... y lo que es peor, mi amor, es que al amarte traicioné mis gustos"- para a continuación hablar de una Chica Caramelo o de putas japonesas en Nueva York o de rayas que aparecen inopinadamente en mitad de la noche.

Látex y hoteles. Bourbon y fresas. La decadencia contada desde la perspectiva opuesta al canallita. Gainsbourg, de nuevo.

Patricio era maravilloso pero era disperso. Excesivo, en ocasiones. Dio el paso a un personaje llamado "Patricio B." que rozaba la caricatura. Probablemente fuera un error, aunque nadie fue nunca más feliz equivocándose. Un poco perdido en Madrid y con la pretensión de volver "a las esencias", publicó un segundo disco en dos partes, con una presentación algo estrambótica en Galileo. Las canciones seguían siendo buenas, pero el envoltorio no acababa de encajar. No sé explicarlo y quizá nadie sepa. Fue ahí más o menos cuando perdimos el contacto. Sé que quedamos para tomar café en Malasaña un día de verano de 2012 en el que España rozaba la bancarrota y ya no se volvió a saber.

Al poco, él se fue a sentar la cabeza a Bruselas. Yo me casé y tuve un hijo. Estando ahí, le "atravesó un rayo", como él mismo cuenta. Serios problemas neurológicos y sentimentales. No me enteré de nada. Pensé que Bélgica era un buen sitio para alguien como él, porque Bélgica es una Francia aún más decadente y un lugar donde los pillos tienen barra libre para hacer carrera. Pensé que era feliz y que todo le iba bien porque realmente uno no puede pensar en Patricio de otra manera.

Me equivocaba.

Todo eso lo descubrí hace poco, a principios de año. Me quedé tan en shock que ni siquiera reaccioné como debía: un mensaje, un correo, algo. Fracasado como amigo, pensé que al menos aún podía servir como admirador, porque al fin y al cabo yo le descubrí así: en un concierto al que asistí por curiosidad y que me dejó impactado durante días. Cuando vi que tocaba en Libertad, 8 hice lo que no hago nunca (solo quizá si tocan Lichis o los Troublemakers) y dejé a mi familia en casa y me fui yo solo a reencontrarme con el pasado y conseguí un sitio en una mesa, algo arrinconado, para no molestar, sino disfrutar tan solo y disfruté de un concierto precioso, como todos. El concierto de alguien atravesado por un rayo pero que sigue adelante con un enorme agujero en el pecho.

Las canciones antiguas, ya quedó dicho, son mejores cada día, y las nuevas, lógicamente más tristes, siguen teniendo hallazgos descomunales como ese "Reímos y bailamos, mas cuando llega el ocaso... ella se pone a llorar, yo no la sé consolar y llamo a payasos" o toda la canción "Sexy Esther" de pe a pa, con su crueldad irónica marca de la casa culminando en el verso "Hice bien en no tocarte... por no mancharme, Sexy Esther". Da la sensación de que ha encontrado buenos compañeros de viaje en Iñaki García y Paco Salazar y desde luego la producción resulta mucho más atractiva y refuerza la valentía y el morrazo que no ha perdido Patricio en ningún momento sin caer en el tópico "Soy un truhán, soy un señor".

Cuando acaba el concierto, todos aplaudimos y nos ponemos de pie y la ovación no parece emocionarle demasiado, como si a estas alturas, total... pero es una ovación sincera, una ovación que no es de amigos sino de fans. De admiradores irredentos que estuvieron ahí, que están y que estarán hasta que él quiera o pueda. No sé si es el mejor músico de su generación -Luis Ramiro podría ocupar ese lugar perfectamente- pero desde luego es el más original y el más valiente. Talento puro, vaya. Y al talento no hay tormenta que se lo lleve por delante.