jueves, enero 22, 2015
La violaciò
Una cosa de la que no hablé ayer sobre "Ciutat morta": la demoledora crítica a la "limpieza" barcelonesa, es decir, al cinismo. El empeño en que la ciudad sea tan bonita -y lo es- que nadie la pueda ensuciar con su presencia y menos que nadie aquellos que resulten desagradables a la burguesía y al turista. Curioso en una ciudad que se ha dedicado a acoger durante lustros a los "outsiders" del mundo entero. Huéspedes, en ocasiones, todo hay que reconocerlo, poco agradecidos. Pensar en el documental como un juicio paralelo es un error. Lo importante no es solo si Patricia o si Álex o si Rodrigo. Lo importante es el minuto de postales y monumentos frente al minuto de patadas en la cabeza, que hemos visto incluso por televisión.
La obsesión barcelonesa por la pulcritud, el miedo a que alguien venga y no diga "esto es precioso", el pavor al "algo falla". La ilusión del ensimismamiento. Probablemente, yo, si fuera barcelonés, estaría ensimismado con mi ciudad, pero eso tiene sus peligros: el derecho de admisión y el portero encargado de ejercer la reserva. Hay una frase maravillosa en el documental y la dice la ex pareja de Patricia: "Ella no era anti-sistema, ella era mucho más elegante que eso: era Cindy Lauper". Los matices dentro de lo alternativo. Decía Tarantino que los detalles son los que venden la historia y si es así, "Ciutat morta" tiene todo para que yo la compre.
Al parecer, han denunciado a la productora por calumnias e invasión de la intimidad. Era de esperar, pero como decía Jabois en uno de sus artículos, citando a Camus, hay que ser el que se queda. El que, después de nueve años, sigue dando la cara aún a riesgo de que se la rompan. Porque lo más probable es que se la rompan, claro.
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Volvamos por un momento a Borges. En la mítica entrevista con Soler Serrano, corrige los versos dedicados a Matilde Urbach. Un pequeño recordatorio: "Yo, que tantos hombres he sido, jamás fui aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach". El icono de la nostalgia romántica. Soler Serrano lo recita y Borges le advierte de que aquella es la primera versión, que después cambió "abrazo" por "amor", dejándolo en "aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach".
La única razón es que suena mejor: hace el verso más redondo y evita una complicada repetición de fonemas en la pronunciación argentina. Sin embargo, además de quedar algo cursi, no es exactamente lo mismo: si lo pienso, en mi amor no desfalleció nunca, pero en mi abrazo puede que sí. Al menos una vez, en el aeropuerto de Barajas. Pedirle además que me quisiera. me parece sinceramente una exageración.
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La mejor definición de "atormentado" es alguien que está convencido de que es muy bueno en algo pero a la vez cree que los demás no se lo reconocen lo suficiente. La lucha por el reconocimiento acaba superando con mucho la propia batalla por seguir siendo muy bueno. El verdadero problema es cuando el atormentado cree que es muy bueno, intuye que los demás no se lo reconocen y en vez de culparles a ellos, se culpa a sí mismo. Eso sería un "atormentado deluxe", por así decirlo: el hombre que vaga entre la inseguridad y la prepotencia, pensando a cada instante: "Soy el mejor padre del mundo" y al momento siguiente, "no sirvo como padre". "Soy un escritor fantástico" y "nada de lo que escribo vale la pena". No solo decirlo, sino creerlo. Sin creerlo, lo siento, pero no hay deluxe, solo estética.
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Le comento a la Chica Diploma que sigo pensando en Canarias. En la posibilidad de una vida paralela en la que pueda vivir en Canarias sin hacer nada, de ahí quizá la proyección en nuestro hijo. Una vida madrileña, estresada, en busca de no se sabe qué por si acaso lo encuentro y otra vida alejada de todo, sin ninguna pretensión, sin ningún objetivo más que mirar el sol y vivir al día en una tienda Quechua. Se lo comento porque me acerco a los cuarenta y las posibilidades se agotan y eso hace que me sienta un poco más atrapado y ella supongo que se asusta, porque Málaga o Cádiz todavía, pero Canarias ya sí que no.
Me dice que ha conocido a alguien de Fuerteventura pero que prefiere no preguntarle cómo se vive ahí, no vaya a ser que se viva bien y nos metamos todos en líos.
En la barbería, el peluquero de al lado comenta la historia de una chica que se fue a Ibiza. Es una buena historia que viene después de un monólogo de quince minutos, así que permítanme que les ahorre el contexto. El caso es que la chica se va a una isla y se enamora y empieza de nuevo su vida alejada del aspirante a maltratador con el que vivía en Madrid. Hay algo dentro de la barbería que invita a comprender a esa chica. Algo de tranquilidad, el cuerpo tumbado en el sillón y la navaja pasando por la mejilla. Las toallas calientes abriendo los poros.
Yo, antes, esa tranquilidad la encontraba escribiendo, leyendo incluso. No me hacían falta islas ajenas porque tenía las propias. Una vida sin Canarias y sin simulacros me resulta un poco agobiante: mareos en el metro y sensación general de abotargamiento. Ansiedad crónica. Presión en el pecho y ojos que se cierran. Irse, de acuerdo, pero, irse, ¿a dónde? Y, lo más importante, que ella se venga conmigo.