lunes, enero 26, 2015
Common people
Por fin gana Syriza en Grecia y lo primero que hace es pactar con un partido de derecha nacionalista. La rapidez con la que se ha conseguido el acuerdo invita a pensar que llevaba tiempo cocinado entre bambalinas y tiene sentido: recuerden que lo importante ahora es no ser de izquierdas ni de derechas sino estar contra los mercados y la Europa de Merkel, frase repetida como mantra por Syriza, UKIP, Podemos, Frente Nacional y otros.
La unión frente al enemigo común surge en clave nacionalista y no ideológica. Nigel Farage repetido en los muros de Facebook durante el 15M solo por meterse con la Unión Europea sin reparar ni investigar en su programa xenófobo. En España, a Tsipras se le ha recibido desde el tópico -"Syriza es ETA", parece inferir el PP, que no se cansa de hacer el ridículo- y desde el absurdo -"Grecia por fin tendrá un presidente griego"-, resumiendo el espíritu de los tiempos, es decir, el de la soberanía nacional por encima de cualquier proyecto de construcción conjunta.
El antieuropeísmo recorre Europa en nombre de la "gente común" y bien haría la gente común en rebelarse ante el estereotipo y reivindicar un continente sin pasaportes y donde en ningún país se te trate como extranjero. Puede que haya quien diga que Syriza o Podemos o Le Pen o el propio Farage sí quieren ser europeos pero no "de esta manera". No sé cuál es esta manera que tanto nos aterra, supongo que El asunto es ser europeo cuando me da la gana y no querer serlo cuando los demás me imponen unas reglas.
Es decir, evitar toda clase de convivencia en sentido estricto.
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Mi artículo de ayer sobre Pablo Iglesias tuvo un éxito importante y no puedo negar que me halaga. Uno escribe para que le lean y que le lean con tanto entusiasmo incluso le abruma Lo curioso es que, investigando en las redes sociales, los mayores partidarios de la crítica a Iglesias era gente de izquierdas. En ocasiones, gente muy de izquierdas, vinculados a veces a partidos políticos, organizaciones sociales o incluso sindicatos. La izquierda esperando a Iglesias para repartirle a la vuelta de la esquina.
El fenómeno me resulta muy curioso e incluso divertido. Supongo que esto es lo que se llama "transversalidad" y bien está si el artículo de verdad gustó. Si formaba parte de un ajuste de cuentas, en ese caso, me hace sentir un poco culpable, aunque al fin y al cabo la estrategia de Iglesias no es otra sino esa: que te sientas culpable cada vez que le criticas. Un enemigo del pueblo, en resumidas cuentas.
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De mi extraña biografía quizá destaca el día en el que tuve que entrevistar a Batista, el luchador de wrestling. Era un jueves por la mañana y él me esperaba en su habitación de hotel de lujo tomando un zumo de naranja. Por entonces, yo trabajaba en la edición española de la revista de la WWE y me encargaban ese tipo de cosas: entrevistas a luchadores, viajes a Valencia para ruedas de prensa y eventos llenos de niños con carísimas camisetas de sus ídolos...
En su momento, me pareció normal, incluso divertido. Ahora, mientras preparo otros cuestionarios para otros personajes, no puedo evitar preguntarme qué hacía yo ahí. No arrepentido, por supuesto, porque una vez que eres capaz de entrevistar a un tío de dos metros y ciento cincuenta kilos eres capaz de entrevistar a cualquiera, sino con ese estupor del "¿quién era yo entonces?, ¿cómo me senté a preparar veinte preguntas en inglés sobre la trayectoria de un luchador de pressing catch al que no conocía?".
Batista, por lo demás, estaba en retirada. Me empezó a contar un montón de cosas que la agente de prensa me obligó a quitar luego. Él daba por hecho que aquí todos sabían que la competición era un fraude. No una lotería, ojo, pero sí un fraude en términos deportivos. Yo apuntaba y apuntaba -puede que utilizara grabadora también, aunque en aquella época no me gustaba nada- y la chica americana me miraba con cara de "esto lo tendremos que hablar más adelante".
Al poco, Batista dejó los rings. Tenía el cuerpo destrozado, como Mickey Rourke en aquella película de Aronofsky. Yo dejé la revista y empecé una vida un tanto errática. No fue mi entrevista más tensa porque ese lugar lo ocupa destacado Robert Rodríguez, el hombre de los monosílabos. Volver a entrevistar, volver a escuchar, en definitiva, es un reto que está ahí esperándome y que lógicamente me tiene de los nervios. Debutar con Risto Mejide, para Vogue, no es cualquier cosa.