viernes, enero 23, 2015

Desmejorado



Luis Bárcenas sale de la cárcel y apunta directamente a Rajoy. Nadie se sorprende. Hemos interiorizado el escándalo de tal manera a lo largo de los meses, que el PP incluso remonta en las encuestas. El presidente del gobierno acusado por el que fuera tesorero de su partido de participar en una Caja B de sobresueldos opacos y dinero negro, y todo sigue como si nada: habrá que montar una más gorda.

Por supuesto, que Bárcenas diga que Rajoy lo sabía no implica que Rajoy lo supiera. Pongamos que no lo sabía. Pongamos que el presidente del partido durante los últimos once años no tenga ni idea de con qué dinero se pagan las sedes ni qué hace el que maneja las cuentas, que ninguno de los miembros de su equipo lo sepa. Pongamos que todo eso, además, se demuestre que es verdad. Muy bien, pero, al menos, mientras tanto, lo suyo sería que toda esa gente dejara de ocupar puestos de gestión pública. En Estados Unidos, algo así sería motivo de "impeachment" inmediato, no solo por parte de la oposición sino del Congreso en su totalidad.

Aquí no; aquí, ya digo, el PP se enroca en que su tesorero "se la ha jugado" y todo sigue igual, en esta mediocridad del día a día. No solo no dimitirá, no solo no le investigarán sino que se presentará a las elecciones y posiblemente las gane, incluso gobierne. Desde que llegó al poder, el paro ha subido, los afiliados han bajado, el trabajo es más precario, las libertades más limitadas y no ha sido capaz ni de cumplir con los suyos, retirando la reforma del aborto solo para cargarse a Gallardón. Ese es su balance, y con ese balance sobra en España para llevarse siete u ocho millones de votos.

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Salimos a dar una vuelta por el barrio. Lo necesito. Estamos los tres: la Chica Diploma, el Niño Bonito y yo bajando por Clara del Rey y girando en Ramos Carrión para enseñarle la zapatería donde también hacen copias de llaves, un negocio clásico que lleva ahí por lo menos desde que yo nací. Por el camino le voy contando historias. Me gusta contar historias: este bar, esta tienda de frutos secos, esta papelería, el lechero al que le tocó la lotería y puso una gestoría para sus hijos.

Todo eso son excusas para llegar al número tres, donde viví treinta años que han quedado un poco sepultados debajo de Malasaña y Planetario. Unir los puntos, que diría Jobs, y juntar mi nueva casa con la casa de mi abuela, separadas por diez minutos de paseo. Pisar tierra firme, supongo, en tiempos de una cierta zozobra.

Luego, de nuevo, el estrés. Comer deprisa, salir corriendo y sin fotocopias, los mareos y los vértigos en el metro y en la clase y en la calle Carranza. La desubicación absoluta y esta sensación de provisionalidad que lo llena todo y no sé de dónde viene.

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Mientras Álvaro duerme, veo repetido el debate de "Ciutat morta" en TV3. Es un espectáculo abyecto e inútil, así que a los tres cuartos de hora lo quito porque tres cuartos de hora, en mi vida, es un buen montón de tiempo. De nuevo, la inocencia o la culpabilidad concreta como tema de discusión en espiral. No es eso, no es eso. No es la sentencia, es Barcelona. El documental es  Barcelona, sus círculos de poder y la barra libre de los agentes de seguridad a la hora de tomarse la justicia por su cuenta. El encaje de la ciudadanía que no encaja en una ciudad donde, insisto, la mitad de sus habitantes censados -que no son ni mucho menos todos- ni siquiera van a votar cuando les toca elegir alcalde.

Pienso en esa Barcelona oscura, de barrio de Gracia y Astrolabi. La Barcelona de la Chica Indecisa y el Camarero Agrio, una Barcelona de gente perdida, venida de cualquier lugar del mundo, la Barcelona de paso, la que molesta a los vecinos. El encanto de esa Barcelona a lo largo de los años y su sustitución por un largometraje de Woody Allen. El Paral.lel, el peligro, la sensación extraña cada vez que llegas a la estación de Sants. La ausencia total de orden frente a la monotonía cuadrículada del Eixample.