martes, enero 20, 2015
Without me
La noticia de que Luis Bárcenas podría salir de prisión tras el pago de una fianza de 200.000 euros sacude las redes sociales. Una muestra más de la impunidad de los poderosos, según unos; una orden directa del presidente, según otros. El caso de Bárcenas es uno de los pocos que demuestra que la justicia española no está tan mal como parece, aunque actúe con casi veinte años de retraso. Durante lustros se estuvo mirando a otro lado en lo que respectaba al PP y su financiación y por fin entre un par de jueces lo han puesto todo patas arriba.
Otra cosa es que Bárcenas tenga que pudrirse en la cárcel toda la vida. No se lo deseo a Bolinaga, menos se lo voy a desear a él. Menos aún sin siquiera haber sido juzgado. El ex tesorero del Partido Popular ingresó en prisión preventiva el 27 de junio de 2013, lo que hace un total de casi diecinueve meses entre rejas. Hombre, para una prisión preventiva no está nada mal y un trato de favor no parece. Con la instrucción ya cerrada y las peticiones de cárcel pedidas por el fiscal, no tenía mucho sentido que Bárcenas siguiera en la cárcel; de hecho, probablemente nunca haya tenido mucho sentido de todas maneras: uno está en prisión preventiva para no fugarse o para que no pueda destruir pruebas. Lo primero solo lo ha hecho Roldán en este país y le costó al PSOE un gobierno. Lo segundo se ha encargado de hacerlo su propio partido.
Junto a la noticia de Bárcenas llega el archivo del caso contra Esperanza Aguirre por desacato a la autoridad. Sí, Esperanza Aguirre, la misma que se ha postulado públicamente para controlar en primera persona a esa autoridad durante cuatro años. Cualquiera podría pensar que se acercan las elecciones. El juez que ha decretado el archivo es el mismo que ni siquiera quiso imputarla hasta que llegó la Audiencia Provincial y le dijo que "hombre, hombre"... En muchos medios se dice que esta noticia allana su camino hacia la alcaldía. Ha presidido el PP de Madrid durante once años sin enterarse de todos los casos de corrupción pero no se puede demostrar que se fugara después de dejar el coche aparcado en mitad de la Gran Vía, donde le dio la real gana, y ponerse a vacilar a los agentes de movilidad. Una cosa, a lo que se ve, compensa la otra.
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Por cierto, Aguirre va a ser nueva columnista de El Mundo. Ese es el nuevo periodismo: la presidenta regional de un partido y posible candidata a unas elecciones que se celebran en cuatro meses, como referente de opinión. No sé si se les ocurrirá llamar a la sección, "Aló, presidenta" porque eso solo lo hacen los populistas, claro. Se podría hablar de la deriva de El Mundo hacia aguas calientes, aguas que generen publicidad institucional y un poquito de dinero, pero lo cierto es que el amor por Aguirre no es nada nuevo, ya lo compartía Pedro Jota, aunque es posible que haya cambiado de opinión con el tiempo, le pasa a menudo.
Aguirre viene a sustituir a Manuel Jabois, que se va a El País. Al parecer, a Casimiro no le ha gustado nada la marcha de Jabois y se lo ha venido a reprochar en Twitter con uno de esos mensajes clásicos del tipo: "Eres un desagradecido, sin nosotros no habrías sido nadie". Es curiosa esa mentalidad y lo extendida que está, porque en más de una ocasión me han comentado la "suerte" que tuvo Jabois fichando por El Mundo. ¿Suerte? Manuel llegó a El Mundo cuando tenía treinta y cuatro años. Yo sé que la sociedad se está infantilizando a pasos agigantados, pero no me atrevería a decir que un tío con treinta y cuatro años, casado, divorciado, con un hijo y quince años de experiencia en el periodismo diario es un aspirante a becario que necesita una oportunidad.
No tengo ningún detalle sobre la oferta de El País ni sobre lo que cobraba Manuel en El Mundo. No son tiempos de disparates, así que supongo que todo será todo mucho más moderado de lo que se dice. En cualquier caso, si alguien se merece cada euro de un posible disparate es Jabois, y si alguien se merece que su mejor columnista le deje colgado a mitad de temporada es el que ha decidido que su compañera, su igual, sea Esperanza Aguirre.
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El Niño Bonito amanece con algo de fiebre. Ni siquiera amanece sino que se adelanta unas dos horas al sol. Son las cinco de la mañana y la Chica Diploma y yo nos miramos como buenos padres primerizos, completamente descolocados. Que Álvaro llore sin parar, especialmente por las noches, no es algo que nos sorprenda; que lo haga con motivo nos descoloca un poco más, como si exigiera una respuesta inmediata de nuestra parte.
La primera fiebre del bebé, algo tan habitual, tan esperado, nos paraliza por completo y nos quedamos los dos mirándolo, como esperando que diga algo, que haga un gesto sublime que inmortalice el momento pero lo más que conseguimos es unas "palmas, palmitas" y un gesto con la nariz arrugada que hemos decidido llamar "el viejito". Su madre le hace el "cucu-tras" y se ríe como un condenado. Luego recuerda que se encuentra mal y tiene sueño y vuelve a llorar desconsoladamente.
Ya por la mañana, en su despertar definitivo, es decir, el nuestro, sigue caliente y tristón. Unos ojos de pena infinita mientras le paseo con el carrito por la casa para calmarle. Tiene siete meses y una semana, la cosa no se ha dado tan mal. Yo sé que tengo que irme a trabajar pero lo único que puedo hacer es quedarme ahí y mirarlo, protegerlo, pasarme la mañana pensando en volver cuanto antes a casa, exactamente lo que voy a hacer en cuanto termine de escribir este párrafo en la biblioteca del Reina Sofía, la incomodísima planta de arriba copada por universitarios preparando exámenes.