domingo, enero 25, 2015
Pablo Iglesias contra el mundo
A Pablo Iglesias llevan unos meses cuidándole mucho en Podemos y controlando con mimo sus intervenciones públicas. Es lógico, no quieren que se queme, y por lo que vimos anoche en La Sexta, territorio presuntamente amigo, igual la medida ha llegado incluso un poco tarde. El verdadero problema de Iglesias, digámoslo ya, es que aún no ha cambiado el chip de profesor tertuliano a político. Como profesor, se maneja siempre desde la autoridad, algo propio de su cargo; como tertuliano, al menos desde la igualdad, pero una igualdad barriobajera, de grito fácil y eslogan. Como político, como aspirante a presidente del Gobierno, ay, hacen falta muchas otras cosas y una de ellas, la principal, es que de repente tú no juzgas: te juzgan, y eso hay quien lo lleva mejor y quien lo lleva peor.
A Iglesias se le vio nervioso el día aquel de la encerrona en el Canal 24 Horas y todos lo excusamos por el percal con el que le habían juntado. Quizá ahí haya estado el gran error de Iglesias y de sus compañeros: no habérselas visto jamás con un periodista de verdad, no uno de los que están a sueldo de tal o cual partido ni cualquier loco desinformado dispuesto a soltar la más gorda. Su enfrentamiento del sábado con Eduardo Inda fue grosero, por mal que pueda caer Inda, cuyas formas nunca han sido tampoco las mejores. Un aspirante a presidir el gobierno no le puede decir a un periodista: "Tú te callas, Pantuflo" varias veces durante un coloquio, pero la verdadera falta de encaje, la muestra del estado de nervios en el que está Iglesias ahora mismo, no se vio con Inda, se vio con Rubén Amón, Lucía Méndez e Hilario Pino, es decir, con tres periodistas en sentido estricto.
Ninguno de los tres se alteró en las formas ni buscó tres pies al gato, simplemente le mostraron algunas objeciones que a mí me parecieron razonables, sobre todo en lo que respecta a Juan Carlos Monedero y -no sé cómo se metió en ese fregado- Tania Sánchez. Iglesias no salió de un estado de enfado continuo, crispación y tiroteo en todas las direcciones. Le preguntaba alguien por la sociedad creada por Monedero -un recurso legal para no pagar impuestos- y él se indignaba, sacaba a Aguirre a pasear, hablaba de una conspiración contra Podemos, se rasgaba las vestiduras y el periodista en cuestión miraba con cara de incrédulo, hasta que Lucía Méndez se lo explicó más o menos con estas palabras: "Hay temas que necesitan explicación y que la pidamos no quiere decir que odiemos a tu partido ni a ti ni que estemos en campaña".
El círculo de paranoia en el que ha entrado Podemos es alarmante. Una política nueva requiere de formas nuevas y entre ellas está huir del victimismo. Casos de corrupción ha habido en todos los partidos y todos los partidos han reaccionado igual: indignándose, negándolo todo y acusando a la humanidad de una supuesta doble vara de medir contra ellos. Podemos lo va a llevar tan lejos que el domingo que viene tiene preparada una manifestación de desagravio al líder. La defensa cerrada a Errejón, a Monedero y a Sánchez, incluso no siendo esta última de su partido, recordaba más a la de un presidente que lleva dos legislaturas en La Moncloa que a la de un aspirante cuyo partido no ha cumplido como tal ni cinco meses.
Se equivoca mucho Iglesias si sigue por ese camino. Por supuesto, puede explicar las cosas y defender a sus compañeros, pero no a gritos ni a insultos ni apelando al odio de todos contra él y los suyos. Por echar broncas, se la echó incluso a la chica de los gráficos, que se quedó completamente perpleja, como si quisiera que la tierra la tragara ahí mismo. Miren, yo lo de la indignación lo entiendo y lo comparto. Si me han leído antes, lo sabrán, y, si no, busquen su propio prejuicio, pero la indignación hay que saber encauzarla hacia algo creativo, ilusionante y nuevo, no un montón de gritos en un plató de televisión. Eso ya lo he visto antes.
La situación política del país es crítica porque el partido del gobierno es una estructura de corrupción en sí mismo, el principal partido de la oposición no sabe aún qué líder quiere ni qué votar cuando llega el momento, no sea que alguien se enfade, y las terceras opciones tienen ese empeño en la autodestrucción tan español y que ya ha asolado a IU y UPyD, a la espera de que Ciudadanos empiece la suya, aunque igual Rivera es más listo que todo eso. En ese contexto, uno puede desear de una manera algo abstracta la aparición de un Podemos que rejuvenezca y ponga sentido común al expolio de estos años, pero cuando baja a los detalles, ¿qué ve? Un imaginario viejo, anclado en Lluis Llach y su estaca, Iñaki Gabilondo como referente de progresismo y coletillas impropias de un treintañero como "lo siguiente será culparnos de matar a Manolete" o "ya solo nos falta que digan que matamos a Kennedy". Frases que ya sonaban sobadas incluso en mi infancia, que, por cierto, es más o menos la suya.
En lugar de la afirmación, empezaron con la negación y muchos aspiraron a escuchar la síntesis fichteana, pero no, en la negación seguimos: Errejón es un héroe, Monedero es un filántropo que se lo gasta todo en una productora audiovisual por el bien de la sociedad, y Tania Sánchez no tiene hermanos, solo rivales políticos ligados a Tamayo y Sáez. Atacar es fácil, defenderse es complicado. La manera de Iglesias de defenderse cuando ha tenido que hacerlo preocupa. Preocupa mucho. Merkel y los mercados y poco más. La ausencia de matices, como si nadie le hubiera llevado la contraria nunca o como si él no se hubiera planteado en ninguna ocasión que igual preguntar no es acusar de nada.