viernes, enero 16, 2015

Train in the distance



Bolinaga enfermó a la vez que mi padre y creo que el cáncer era exactamente el mismo: pulmón en estadio IV, perspectiva de vida que podía ir desde los dos meses a los cinco años como muchísimo. Una enfermedad terminal, vaya. Que el ex etarra le haya sobrevivido en casi dos años no invalida los argumentos que dimos muchos entonces: yo quiero un país en el que el más miserable de los miserables pueda morir en su casa rodeado de su familia y amigos, es decir, exactamente lo contrario al país que parece querer la Asociación de Víctimas del Terrorismo o muchos de los columnistas que se han pronunciado hoy al respecto.

No es nada nuevo. Estos dos años y medio de excarcelación de Bolinaga han estado bajo el continuo escrutinio de los críticos, un constante cabreo porque el hombre no acababa de morirse e incluso llevaba una vida relativamente normal. Entiendo, por supuesto, la rabia y el sentimiento de venganza. Prefiero un comunicado abyecto que dos tiros en la nuca nada más salir del hospital, por poner un ejemplo. Ahora bien, lo que no entiendo es que se pase por alto que la lógica es la misma: no le pegamos dos tiros en la nuca al que nos ha matado a un hijo o a un hermano por la misma razón por la que no le deseamos que se pudra entre dolores en una celda: porque somos Occidente y nosotros llevamos el fuego.

Aunque a veces queme.

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Pensando un poco en mi padre y en mi hijo llego a la siguiente conclusión: siempre vas a deberle algo a alguien que te limpia el culo, salvo que luego le diera por violarte o algo así, por supuesto. En reglas generales, cualquiera al que hayas meado en la cara o vomitado con una sonrisa o tirado del pelo con una violencia extrema es alguien con quien vas a estar en deuda de por vida, al menos desde el punto de vista moral. Te puede caer fatal, puedes poner toda la distancia que quieras, pero lecciones, amigo, las justas.

Como mucho, si estás muy alterado, puedes esperar al final, es decir, al momento en el que tú le cambias los pañales a él y le das la vuelta en la cama y le regañas cada vez que no quiere una cucharada más, pero, claro, hay que entender que no es la ocasión más oportuna para andar con revanchas. Como mucho, para redimirse, y tampoco conviene esperar tanto.

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La Chica Diploma y yo vamos a buscar guardería para el niño. Es la siguiente etapa en este matrimonio que parece sacado de un mito griego. Decía mi madre que buscar guardería es parecido a buscar residencia de ancianos, salvando un poco las distancias, y tiene razón: la misma sensación de que vas a dejar a lo que más quieres en manos ajenas y, en el peor de los casos, despreocupadas, el mismo empeño de los propietarios por convencerte de que tú eres especial y todo va a ir bien, el mismo dilema de si mejor tenerlo contigo un tiempo más aunque no puedas o que se acostumbre cuanto antes a la nueva vida.

Buscar guardería, ya digo, no nos pilla en el mejor momento. Pasamos la Navidad metidos en una mudanza de la que poco a poco vamos saliendo no sin ciertos ataques de ansiedad de vez en cuando. Creo que las mudanzas son el tercer motivo de conflicto en una pareja y que la paternidad es el segundo. No me quiero imaginar el primero. Por lo demás, la vida en Prosperidad es agradable y llevadera. No es fácil llegar a un sitio en invierno, pero es más fácil si ese sitio es el de tu infancia y puedes comprar las patatas fritas en el mismo sitio donde las comprabas cuando tenías once años.

Las señoronas de Clara del Rey con sus abrigos de piel y los señorones con sus artilugios de caza. Vivir en un mundo que claramente no es nuestro y no lo será jamás, afortunadamente. Coquetear con ello, de todos modos, porque coquetear siempre es divertido.