Todo gira en torno a esta imagen. Y cuando digo todo, es todo; nada más que contar, nada nuevo. Tal vez las noches llenas de pesadillas en las que resulta que trabajo de profesor y tengo que volver al centro y ni siquiera sé explicar qué hago ahí, por qué he faltado tanto tiempo y pruebo a esconderme dentro del propio sueño, a hacerme invisible para que nadie me pida cuentas, para quedar menos expuesto, menos vulnerable, menos "piece of fragile porcelain", que diría Juan Pablo III.
Cuando B. vino a mi boda, reconoció que nunca se habría imaginado que yo me fuera a casar. Que en sus larguísimas noches en Kenia o en Somalia o donde fuera imaginando al detalle el presente y el futuro de cada uno de nosotros, jamás cayó en que yo pudiera enamorarme y casarme con alguien. Siete años más tarde (seis y medio) no solo estoy casado sino que tengo dos hijos. Si B. se entera, me mata. Es raro, solo quiero decir eso. Y si alguien me pregunta "¿qué es raro?", yo tendría que decir "todo" y encogerme de hombros.
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Empieza justo después de tomar una onza de chocolate, un dolor profundo en la encía, de diente roto, astillado, clavado donde más duele. La cosa se queda así durante unas horas y luego empeora, mejora y empeora. El mundo en vilo por un virus y yo muerto de dolor por una muela. Cuando llamo a Adeslas, me dicen que mejor me vaya a Urgencias, que es más fácil eso que pedir hora en consulta. Es lo que debería hacer. Según Internet, siempre el mejor médico, estoy a un paso corto de un infarto o una endocarditis. Y, sin embargo, aquí estoy, desoxidándome, haciendo como si nada y prolongando las molestias, bañándolas en colutorio, llamando al New York Burger y celebrando íntimamente que se hayan olvidado las patatas fritas.
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Vi "Parásitos". Una película que me resulta imposible odiar, despreciar ni admirar. Dos horas de mi vida. Punto.
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Por supuesto, como todos, he tenido tiempo para investigar sobre el coronavirus hasta el punto de convertirme en algo parecido a un experto. Es complicado encontrar términos medios pero tal vez sea bueno buscarlos. Los brotes de coronavirus son peligrosos. Son muy peligrosos. Otra cosa es la concepción que tengamos del peligro, claro. No estamos ante un apocalipsis ni esto es "REC" ni habrá una invasión de ultracuerpos a partir de un crucero amarrado en Japón. No parece un virus especialmente contagioso ni especialmente letal. Simplemente es nuevo y no es poca cosa. Cuando la gente lo compara con la gripe común obvia una cosa: la gripe la conocemos, estamos habituados a ella, sabemos combatirla... y aun así nos mata. Una cosa no sustituye a la otra. Si el coronavirus se confirma como pandemia, si el número de casos crece sin control, simplemente los sistemas sanitarios de buena parte del mundo estarán en un buen lío y nadie quiere eso.
Si a los miles de afectados por la gripe o por la neumonía en cada país, le añadimos otros tantos ingresados con otra enfermedad contagiosa, el reto será mayúsculo. No un reto por sobrevivir, no un reto por mantener nuestra sociedad tal y como la conocemos, simplemente un reto de adaptación a las nuevas circunstancias. Las dos cosas han de tenerse en cuenta: no vamos a morir todos, pero tampoco es un catarro de invierno. Las precauciones son lógicas y necesarias, sin que eso requiera un tratamiento mediático de carrusel deportivo. Minuto y resultado. Aún es demasiado pronto para determinar tendencias, las muestras son pequeñas y probablemente erráticas: ¿cuántos casos de gripe o neumonía fueron en realidad coronavirus y a los pacientes se les dio de alta sin más al recuperarse?, ¿cuántos en un país de 1500 millones de habitantes, muchos de ellos en zonas rurales con escaso control sanitario?
Eso es lo bueno y lo malo: probablemente -y esto no es caer en una conspiranoia-, el número de afectados sea mucho mayor del que se sabe. Por otro lado, si es así, simplemente es porque el resto ha pasado desapercibido.