Un año y medio antes de que muriera mi abuela, es decir, un año antes de que perdiera la cabeza, escribí un reportaje sobre el concierto de
Joaquín Sabina en Salamanca para la revista Almiar. El reportaje era un poco tramposo porque en aquel momento vivía perdidamente enamorado de mí mismo y se hablaba casi tanto de mí y de mis compañeras de viaje como del propio Joaquín, limitado a cinco minutos de conversación intrascendente en su camerino. La última vez que le vi fuera de un tanatorio.
El caso es que, pese a todo, el reportaje era bonito, o
parecía bonito y salía mi tío, claro, y a alguien se le ocurrió imprimirlo y medio encuadernarlo para que mi abuela lo pudiera leer y tuviera un recuerdo orgulloso de aquel viaje y todo lo que significaba. Hasta cierto punto, una continuidad entre el niño que crió en los años 60 y el adolescente que había soportado en los 90.
En cualquier caso, la experiencia estuvo muy por encima del reportaje, como no siempre ocurre. Una noche de finales de enero o principios de febrero en una ciudad llena de nieve y neones de puticlubs. Sé que en un momento dado me eché a llorar y que fue solo por un ojo. No recuerdo cuándo ni por qué lado. Tampoco recuerdo si B. se sentaba ahí o no. Creo que si. Tenía 28 años y todo iba sobre ruedas. Cuando pienso en mi
acmé suelo situarlo en 2011, cuando vivía en Malasaña, colaboraba en doscientos cincuenta y tres medios de comunicación y escribía novelas de crimen y misterio en la Sierra de Madrid. Quizá sea una idea equívoca de lo que es la plenitud. Quizá la plenitud fuera la salud de mi abuela, todos vivos, aquella casita de Ramos Carrión y el entusiasmo del futuro por delante.
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El reportaje, ya digo, era
para la revista Almiar. Si hablamos de
acmés (que también son ganas), probablemente mi etapa en la revista Almiar sea la más fructífera de mi vida y la más completa. Hacía lo que me daba la gana y, sí, lo hacía gratis porque merecía la pena y porque en esa página no había ni un mísero banner de publicidad. Gracias a Almiar pude entrevistar a un montón de artistas emergentes: estuve en la grabación del último capítulo de La Hora Chanante, entrevistando a Dani Mateo en "Noche Sin Tregua", con Nena Daconte mucho antes de "Tenía tanto que darte" y con Christina Rosenvinge y sus dos niños en la Plaza de la Paja.
Cualquier cosa que quisiera hacer, Pedro Martínez me la permitía. No he conocido a nadie en estos años posteriores que tuviera la confianza ciega que Pedro tenía en mí ni que le echara las horas que le echaba al margen de su trabajo en pulir y editar mis desbarres. Esa amabilidad sonriente propia del que disfruta haciendo lo que hace. Su generosidad sin límites. Volviendo a la entrada anterior, aunque es probable que mi mejor trabajo se haya publicado en JotDown o en GQ o vaya usted a saber dónde, lo cierto es que nunca fui tan feliz como en Almiar, con mis propios universos, mi curiosidad, mi entusiasmo y mis crónicas desde el Festival de San Sebastián.
Dejé de colaborar en torno a 2008 o 2009, cuando empecé a tener un piso que pagar y unas responsabilidades que me consumían demasiado tiempo. En Almiar publicó también Lara Moreno sus poesías bastante antes de que le publicaran poemarios y tuviera columna en El País. Todo el mundo era bienvenido. No sé qué habrá sido de Pedro ni de la revista -sí sé que sigue en funcionamiento- pero me gustaría decirles que les echo mucho de menos.
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Como Pancho va a Operación Triunfo a hablar de composición e intuyo que básicamente habla de Sabina (como yo), decido ponerme de nuevo en Spotify el disco que compusieron casi entre él y mi madre para Ana Belén y que se llamaba "Como una novia". Dice mi madre que es un disco triste y desde luego alegre no es. Cuando lo grabaron yo tenía trece años y no entendía las canciones o no quería entenderlas porque tampoco era fácil para mí.
Sin embargo, ya entonces, pese a toda mi rebeldía preadolescente, tenía la sensación de que eran magníficas: "Será porque..." que se convirtió en "Camino de vuelta", "Debajito de un árbol", "Los restos del naufragio", "Como una novia" o la perturbadora "Sola en el lugar". De la grabación de aquel disco, recuerdo una tarde en el estudio escuchando a Ana Belén meter voces y quedarme con la boca abierta, completamente fascinado ante aquel chorro que hacía lo que quería con la canción.
Y, pese a todo, sigo creyendo que la maqueta era mejor, pero puede que me equivoque. Creo que a esas canciones les sentaba mejor la voz de Pancho, incluso la de Antonio García de Diego, que la de Ana Belén. A
esas canciones. El disco, de hecho, pasó bastante desapercibido en un momento en el que Ana Belén aún era alguien importante, justo entre el "Arde París" y el "Derroche". Aparte de las canciones de mi madre y mi tío hay una joyita de Manolo Tena que se llama "El fantasma del Estudio Uno" y que, por lo que sea, tampoco me cuadra con la cantante. No sé, como si toda esa infelicidad, todos esos relatos de pequeñas derrotas no cuajaran con una producción algo excesiva y una de las sonrisas icónicas de este país. Puede que sea cosa mía.