El Niño Bonito tose, el Rey Sol tose. El Niño Bonito tose, el Rey Sol tose. Sorben sus mocos y se enfadan y los dos a su manera gritan "mami" pero no se despiertan o al menos no de momento. Para eso estamos sus padres. El Niño Bonito gira en su cama nido hasta que se da con uno de los lados, suena "pam" y se queda tranquilo. Por la mañana, cuando le pregunte por todo esto: por las toses, las quejas, los pañuelos, los golpes secos... dirá que no se acuerda y será verdad. Nuestro pequeño sonámbulo.
Lo del Rey Sol es otra cosa. El Rey Sol, con laringitis a sus siete semanas, con los ojos rojos de colirio y sus intentos de queja que se quedan en un ronquido afónico a lo Abuelo Rabbit en Peppa Pig. El Rey Sol y algo que entendemos que es carraspera porque no es exactamente ahogo. Muchas cosas a la vez, cara de "bueno, ¿pero cuándo empieza lo bueno aquí?". La noche se juega en dos habitaciones y los dos equipos luchan por el empate. Tardes de Niño Jesús y virus flotantes. Un niño chino con la cara roja y un montón de gente esquivándole con cara de espanto.
A las siete y cuarto, como siempre, me despierto, pero tardo un rato en hacerme a la idea de que el ciclo empieza de nuevo. Cuando voy a la cocina a tomar mi ansiolítico, oigo una puerta e imagino que es la Chica Diploma, tan desesperada como yo, pero no, es el Niño Bonito que ha salido de la habitación dando tumbos y en cuanto me ve, se le pone una sonrisa de oreja a oreja y me abraza y así nos quedamos los dos un buen rato antes de que se haga demasiado tarde.
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Voy donde Juanma Trueba y charlamos un rato de Gonzalo Vázquez. De la necesidad de Gonzalo Vázquez en cualquier proyecto que quiera presumir de calidad. Él no le conoce pero Emmanuel sí y entre los dos vamos turnando nuestro entusiasmo. En ese momento, las cuatro y media de la tarde, Gonzalo es un genio sin reconocimiento... pero a las seis horas, sigue siendo un genio con un Premio Gigantes del Basket en la mano junto a su inseparable Andrés Monje. Me parece una curiosidad bonita que seguro que él sabe llevar con la distancia necesaria pero que de alguna manera es lo que parece: el reconocimiento no solo a un presente sino a una trayectoria enfrente de todo el mundo del baloncesto, incluyendo los que en más de una ocasión no le han valorado lo suficiente.
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Por cierto, una vez estuve en la fiesta de los Premios Gigantes y me sentí como Kenneth Branagh en la fiesta que da Leonardo di Caprio en "Celebrity". Todo el mundo era mucho más guapo y ahí estaba yo, con un bebé de nueve meses, en el paro, mendigando una colaboración, una palabra de ánimo, un email o un teléfono al que llamar más adelante por si acaso. Mucha gente dijo que me conocía pero con el tiempo no estoy muy seguro de que fuera verdad. Sí recuerdo que un famoso periodista que empezaba en un proyecto muy bueno me dijo que me estaban considerando para encargarme de la sección de deportes y me pidió que estuviera atento para hacer la entrevista.
Era justo antes de Semana Santa y nos íbamos de vacaciones. Mi mujer planteó la posibilidad de que canceláramos todo y nos quedáramos, pensando que si alguien te dice algo así, si alguien te ve desesperado y te dice algo así, es porque de verdad lo piensa. Mi mujer no es periodista. "No va a llamar", le dije, y todo siguió como estaba planeado. Pasó la Semana Santa y el puente de mayo y empezó el programa en cuestión y efectivamente aquel tipo no llamó nunca. Probablemente ni siquiera se lo planteara. Me dejó su número de teléfono para localizarle pero siempre estaba apagado. Recuerdo que en aquel momento pensé que lo mismo me había dado un número falso.
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Lo que mejor retrata a David Gistau no es lo que dicen sus amigos, por bonito que sea, sino lo que decimos los que apenas le conocimos. Toda la cantidad de historias que empiezan por algo así como "me ayudó desinteresadamente cuando no teníamos casi relación". Esa también es mi historia. En mayo de 2011 yo era un entusiasta educado del 15M y Gistau era uno de sus educados detractores. Coincidimos en Twitter y conectamos de inmediato. Le interesaba mi punto de vista, me escuchaba, no se dejaba llevar por prejuicios... nos intercambiamos teléfonos y hablamos de quedar un día en persona, pero nunca lo hicimos.
Cuando le dije que estaba preparando un libro al respecto, habló inmediatamente con Ymelda Navajo, editora de La Esfera de los Libros, y me consiguió una entrevista. Por entonces, yo no había tenido nunca una entrevista con un editor en mi vida y estaba histérico perdido, como si se abriera un campo enorme delante de mí. Lo primero que me dijo Navajo fue "Me ha dicho David que eres un tipo muy interesante".
David no sabía a ciencia cierta si yo era un tipo muy interesante o no, pero prefirió jugársela y decir que sí. Un santo decir sí nietzscheano, ese era Gistau para mí. Nos vimos en persona unos años después, creo que en 2014, en la clásica fiesta de El Mundo por la Feria del Libro. Charlamos un rato, se acordaba perfectamente de mí aunque hacía tiempo que había dejado Twitter -y eso también dice mucho de él, dice que no estaba para gilipolleces- y nunca habíamos pasado de la fase WhatsApp. Creo que estuvimos hablando con Santiago González de que el PSOE iba camino de convertirse en el PASOK y a mitad de la charla desapareció en la noche o tal vez desaparecí yo.
No volví a saber de él más que en referencias de Rafa Latorre, Manuel Jabois o algún otro de nuestros amigos comunes. Me enteré de que estaba en coma como todo el mundo, por el artículo de El Español. Cuando preguntaba a sus conocidos, me decían "va mejorando, poco a poco". Probablemente era una versión pactada y en cualquier caso era lo que querían pensar. Por las redes vuelan sus columnas sobre la paternidad y sus entrevistas donde solo quería seguir vivo. También algunas fotos donde era feliz, sin matices. Y esas, que son las más alegres, son a la vez las más dolorosas.