viernes, agosto 16, 2019

Lago di Garda III. Sirmione


Me hacen gracia los que saludan al ferry desde sus barquitos a motor. No sé, me parece entrañable, una muestra casi infantil de felicidad absoluta. Ellos mueven las manos y nosotros -los más felices de nosotros- les devolvemos el gesto como diciendo "está bien, seguid así, seguid saludando barcos que se alejan".

Estamos de travesía entre Sirmione y Malcesine. Sirmione es algo diferente. Lo demás son escalas y Sirmione es destino; con su castillo, su iglesia del año 1000, sus ruinas romanas. Helados por todas partes. Unos helados gigantes  que hacen rabiar a la Chica Diploma, que se los tiene prohibidos.

Una playa, también. Playa insospechada pero indiscutible. Una playa sin arena, como me gustan a mí pero con su chiringuito, su juventud, su arrogancia.  Me gustaría poder contar algo más pero no es el día. Esto no es un trabajo. Quede una foto y una conciencia de Sirmione. Un "yo estuve ahí, yo me quemé la cara cruzando el Parque María Callas. Yo paré con el ferry en Garda, miré el pueblo con altivez y preferí que el viento siguiera azótandome el rostro".