Las hormigas han reaparecido, igual de confusas que ayer. No sabemos qué buscan. Está claro que ellas tampoco. En una de las curvas asoma una cascada.
Monika resultó ser holandesa. Era la tercera opción posible e incluso lógica porque tiene un punto de alemana torpe o más bien de alemana sin interés alguno en ser alemana. Holandesa, entonces. El taxista de anoche, Luca, nos dijo que aquí no había muchos españoles y me pareció un eufemismo. Compartimos viaje con un grupo de jubilados de Leicester. Tengo la sensación de que nos engañó a todos.
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En Limone están de fiesta (o quizá vivan de fiesta) y todas las calles están decoradas con cartones redondos, amarillos, que anuncian una "Yellow night". Al lado del embarcadero de los ferrys hay un escenario. Es el pueblo turístico por excelencia y, para llegar, los coches se aprietan en carreteras imposibles, estrechas.
Ya no es tierra de bicis sino de motos. Motos y túneles y adelantamientos salvajes. Limone es la representación del pueblito como tanto le gusta a la Chica Diploma. Gente caminando móvil en mano porque cada rincón es una estampa, dos iglesias y un fuerte olor a cítrico.
De ahí cogemos el coche a Cascate de Varone, a ver las cuevas enfundados en unas toallas de playa: hace frío y el agua salpica en tromba. La naturaleza pretende rebelarse ante tanto simulacro pero no lo consigue, queda de nuevo como carne de vídeo, story de Instagram.
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En Riva del Garda nos dan de comer un poco a regañadientes. Nuestros horarios no son los suyos y nos lo hacen saber. Dos pechugas de pollo y gracias. Un descapotable blanco aparca en un rincón de una de esas plazas tan italianas, tan abiertas, con casas bajas y calles llegando de todos lados. Desde alguna tienda, algún bar (no conseguimos averiguar cuál) suena una especie de hilo musical que parece sacado de la propia RDS.
El concurso de hoy se llamaba "Indovina chi canta". Alguien destrozaba "Wonderwall" con saña.
Riva en general está llena de placitas agradables, con su sobria tranquilidad toscana en pleno Trentino. Una torre del siglo XIII da la hora, una chica canta Tom Petty en voz alta. No hay rastro de españoles aquí, solo una familia de latinoamericanos en el Spar: la madre hablaba en español, las hijas contratacaban en un inglés perfecto.