lunes, agosto 05, 2019

Vida de chalet 2019



Una de las cosas que más echo de menos de Corralejo es la ausencia absoluta de calor. El efecto constantemente mitigador, regulador casi, del viento. Nada que ver con este arriba y abajo madrileño y castellano, este sudor pegado día y noche, este aluvión de mosquitos sedientos. 

Eso y la mirada, por supuesto. Lo de la mirada es un tema muy difícil de explicar, casi metafísico. La mirada consiste en ser capaz de ver cosas extraordinarias en lo más normal del mundo y se tiene o no se tiene. Yo piso Madrid y me vuelvo ciego, no puedo evitarlo. Puedo hacer mil cosas más que en la tranquilidad de Corralejo pero es esa tranquilidad la que me permite apreciar los detalles, describirlos después durante párrafos y párrafos, convertirlos en algo singular.

¿Qué puedo contar ahora? ¿Qué puedo contar aquí? El niño se ha convertido en un sorprendente jugador de ping-pong y futbolín, lo que puede servirle de mucho si va al colegio correcto. Ayer, el monte ardía a lo lejos y sobre La Morcuera se cernían unas nubes negras que no sabíamos si eran señal de horror o de tormenta. La vida de chalet era una vida de esperar bárbaros, contar hacia atrás a la espera de septiembre. Ahora es otra cosa. Ahora probablemente la Chica Diploma no entienda que me pase las tardes encerrado en mi cuarto repasando mi novela o leyendo libros ajenos. No entiende que eso se haga con urgencia, casi como una tortura.

No la culpo.

¿Qué demonios es exactamente lo que nos impulsa a necesitar todo esto? A necesitar leer, necesitar escribir... ¿Qué es lo que nos obliga a juzgarnos todo el rato y compararnos? Lo más importante: ¿Cuándo acaban esas comparaciones y esos juicios y empieza el disfrute? Yo he dicho miles de veces que soy un pésimo escritor pero eso no quita para que sea un escritor, con todos los aprietos que eso conlleva. ¿Por qué? ¿Por qué este lío? ¿Por qué este continuo ataque de ansiedad? ¿Por qué obligar al lector a tragarse este rollo sobre uno mismo y no presentarle un mar de cuatro colores chocando contra rocas de lava?

Every artist is a cannibal, every poet is a thief; all kill their inspiration and sing about their grief

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Algo de inspiración en algunos momentos de mi novela canaria. Algo que invita a pensar que si me lo tomara en serio... Una voz propia, eso sí lo diría. Hay ahí una voz pero es de momento la voz de un charlatán. Está el tipo de escritor que quiere contarte algo y el tipo de escritor que necesita contarte algo y ahí se ven las prisas, las repeticiones, los hilos que no llevan a ningún lado porque eso sería complicarlo todo demasiado y hay que acabar ya, hay que acabar ya...

Puede que el título final sea “El juego de Bruno”, pero hay que tener en cuenta que este es el cuarto título provisional en tres semanas y tampoco es que sea gran cosa. Esta mañana hemos bajado a por el álbum de cromos de la liga, pero no sale hasta mañana, tal vez pasado. El Niño Bonito quería también un muñeco de la colección “Dulces ojos del bosque” que cuesta cinco euros. Afortunadamente, no lo hemos encontrado y se ha tenido que conformar con un zumo de piña con patatas de bolsa.
En la dedicatoria hay dos nombres a la espera de que esos dos nombres tengan sentido cuando se publique el libro. Mañana saldremos definitivamente de dudas, supongo.

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Iba a escribir algo de deporte, algo por ejemplo sobre los problemas del Barcelona a la hora de recuperar el balón tras pérdida. El desastre que es la presión alta porque no se entrena y los jugadores a veces incluso chocan entre sí. Cómo, en vez de organizarse a través de esa posición defensiva, el equipo se descoloca por completo y queda a merced de transiciones veloces que acaban con quien quede detrás reculando muerto de miedo. Fichar a jugadores de posición y convertirles en especialistas del uno contra uno. Funcionó con Mascherano y de aquella manera y el modelo se ha universalizado.

Iba a escribir sobre todo esto, pero me parece tan pesado como volver a escribir sobre Inés Arrimadas, así que lo dejo en la serie de WhatsApps con Ignacio Benedetti comentando las jugadas y el recuerdo del excelente amigo que era Diego Salazar y lo bonito que sería volver a vernos todos juntos y comentar durante horas por qué los alejados. Por pedante que quede.