miércoles, agosto 14, 2019

Lago di Garda I. Malcesine


Son las doce y estamos en Milán. Es difícil de explicar o al menos a mí me resulta difícil de explicar porque a las seis estaba durmiendo en Madrid. Hay una señal que indica el camino a Como seis años después y un montón de hormigas resistentes, inmortales, que inspeccionan nuestro coche alquilado como si esperaran encontrar un fuet tras los asientos.

Búsqueda inútil. A las dos, paramos en Peschiera y las hormigas se rinden y huyen o simplemente mueren arrasadas por el calor. El caso es que no se vuelve a saber de ellas.

En la radio -también seis años después- suena RDS, 100% Grandi Sucesi. Al principio nos sorprenden con algo que puede ser reguetón italiano o puede ser trap, no estamos seguros. Nos miramos desconcertados, avejentados, como si seis años hubieran sido una vida (la vida del Niño Bonito) pero pronto la propia cadena se apiada de nosotros y nos echa un poco de Jovanotti, un poco de Pink, un poco de la "gioia di vivere" que caracteriza a la emisora. Cinco de cada diez italianos dejan a su pareja en vacaciones.

En 2013 fue "Estate" y fue Robin Thicke. En 2019, nos cabe esperar cualquier cosa.

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En Peschiera hay un ambiente variado y una exposición sobre el Festival de Woodstock. A lo lejos, los Alpes. Delante de nosotros, unas patatine al forno. La Chica Diploma quiere comprarme una camisa blanca para que deje de parecer un turista español y empiece a parecer un turista italiano.

Italianos y alemanes. Eso es Garda. Eso es Peschiera, que no es más que el balcón al lago. En la Oficina de Turismo (puede que fuera otra cosa) una chica se enamoró de mi acento británico. Luego me mandó a ver unas ruinas romanas que aún estoy buscando.

Todo en Peschiera está un poco por azar, como si no quisieran molestar a nadie. Esto no es Venezia. Esto no es Verona. Esto es Peschiera y los palazzi ocultan sus nombres. Un cisne blanco alarga el cuello como si alguien hubiera dicho su nombre. De cada tres locales, en dos venden helado. El otro es una tienda de ropa.

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Monika lo intenta pero no le sale. Al teléfono y en persona. Se impacienta con los españoles que llegan tarde, que no saben encender el aire acondicionado, que se dejan las maletas apoyadas en las escaleras. Monika, obviamente, no es italiana así que tendrá que ser alemana. Podría ser serbia, como Sonja, pero entonces no se habría escondido tanto, no llevaría su albergo con tal precisión prusiana.

De ser serbia, Monika no miraría a la Chica Diploma con condescendencia cuando pregunta por los mosquitos sino que le conseguiría ella misma un spray con una sonrisa. No se reiría a carcajadas cuando le preguntamos si la piscina es climatizada.

No, Monika tiene que ser alemana y como alemana ha concebido un negocio casi kantiano donde lo bello y lo sublime se rozan. Los parapentes se pierden tras las montañas. La piscina forma algo así como un lago diminuto. Garda desde la habitación, como en su momento Lugano. En medio, ya sabemos, seis años y un montón de curvas. Curvas suicidas, croatas. Hay sangre en una pared y el sol amenaza con ocultarse. Agosto. Algo parecido al viento pero más tímido, de paso, pónganle el nombre que quieran.