lunes, abril 08, 2019

Band on the run


Leo la biografía de Paul McCartney en busca del santo grial de la separación de los Beatles. Poca cosa que no supiera. Philip Norman prácticamente calca el libro que escribió sobre John Lennon para explicar todos esos años -y todos esos años son más de cuatrocientas páginas, ojo- solo que quizá es aún más duro con John, Yoko y George. La amistad de Norman con McCartney es reciente. Hasta que publicara en 2009 la citada biografía sobre Lennon, más bien podrían considerarse enemigos irreconciliables.

Con todo, Norman sigue alejándose de la hipótesis "Yoko acabó con todo" y se mantiene en su "John y George acabaron con todo". Yoko simplemente pasaba por ahí: una princesita japonesa con ínfulas de "enfant terrible", miembro de una de las familias más ricas de Asia y que no entendía que la gente no se inclinara a su paso. El daño estaba hecho de antes, y me cuesta no ver aquí un ejemplo más de la autodestrucción y cobardía de John, aparte de su psicoanalítica búsqueda desesperada de la madre que perdió cuando tenía dieciocho años.

¿Debió Yoko meterse en el estudio de grabación del grupo más importante del planeta y ponerse a opinar sobre todo? No. ¿John tenía bien claro que llevarla casi a la fuerza y ponerle un micrófono delante para que opinara iba a desestabilizar a sus compañeros? Exacto. Por eso lo hizo. No se sabe por qué pero, pese a que sus composiciones eran cada vez más brillantes, John estaba convencido de que la que siempre había sido SU banda, SUS Quarrymen, cada vez era más la banda de Paul, especialmente después de la muerte por sobredosis de Brian Epstein. Y no le gustaba nada, pero tampoco iba a dar la cara y decirlo.

Por otro lado, habría dado igual. George tampoco quería estar ahí. A la fama ha pasado su discusión con Paul registrada en el documental "Get back", pero antes había vetado prácticamente cualquier propuesta de los otros tres, había mandado a tomar por culo a Yoko delante de todos, se había enfrentado personalmente a John ante la clásica diplomacia de McCartney y se había marchado del grupo en pleno rodaje. George se habría ido definitivamente en cualquier otro momento de aquel 1969 y, si no, en 1970 o en 1971, eso estaba claro. John se hizo adicto a la heroína y se dedicó al menos desde 1968 a buscar su propia zona de confort. En cuanto a Ringo, baste con decir que fue el primero en abandonar la banda, durante la grabación del "White Album", consciente de que ninguno de sus compañeros le veían como necesario.

En medio, quedaba Paul. El que se empeñó en fundar Apple, el que se empeñó en hacer como si nada, el que quiso hacer de pegamento y entendió que la mejor manera era explicarle a todo el mundo lo que tenía que hacer. El que, con su actitud perfeccionista y paternalista -quiso convertir a los Beatles en los Wings, hasta ese punto esaba alejado de la realidad- acabó desquiciando a todos tanto como los había desquiciado antes Yoko Ono. Sus canciones irritaban a John y a George y su intento de meter a su suegro como nuevo director de Apple y controlador de las finanzas comunes le alejó incluso de Ringo.

Aquello era tal desastre que es imposible dar un solo nombre como culpable. Ni siquiera Allan Klein, porque al fin y al cabo, para Allan Klein era de vital importancia que los Beatles siguieran. Si no, ¿cómo iba a continuar estafándoles? Ahí estaban un espiritualista amargado, un heroinómano colgado de una relación enfermiza, un tipo que sentía -con razón- que no encajaba y un hiperactivo que solo confiaba en su manera de ver las cosas. ¿Qué podía salir mal? Sus carreras en solitario dan fe de aquel pandemonio: la de Lennon duró cinco años, hasta que se metió en el Dakota a cuidar a Sean. La de Harrison no pasó de la década pese a todo el "estreñimiento" que decía haber acumulado. Su canción más famosa resultó ser un plagio. En cuanto a Paul, hasta "Band on the run" rozó el esperpento con ese rollo Wings de hacer versiones de "Mary had a little lamb". Problemas con las drogas y con la justicia. Un empeño absurdo en convertir a la fotógrafa Linda Eastman en su nueva John Lennon.

Curiosamente, el que mejor parado salió de todo aquello fue Ringo. En todas las apariciones televisivas que uno puede rescatar en YouTube, se le ve relajado, sonriente, tras sus clásicas gafas de sol, viviendo una desacomplejada vida de millonario y vendiendo barbaridades de discos con versiones chapuceras de éxitos del soul y el rock. Ahí sigue, con 79 años y sin perder las formas. El único del que Philip Norman jamás escribirá una biografía. El único que -tal vez- fue feliz.

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"Debut", de Christina Rosenvinge: Bien, en reglas generales. Una trayectoria impresionante, desde las maquetas con Álex de la Nuez a mediados de los ochenta al éxito pop blandengue al coqueteo con un rock algo más digno de ese nombre a la experimentación "grunge" en Nueva York al retorno a España y los años gloriosos de "Continental 62" y "Mi labio superior". Mucho "name-dropping" y una curiosa mezcla de sinceridad en torno a sí misma, siempre dispuesta a reírse de sus errores, y cierta altivez, incluso falta de generosidad, en otros aspectos.

Por ejemplo, en 1991, cuando nadie daba un duro por la chica de "Chas y aparezco a tu lado" que quería ser rockera, juntó a una banda llamada "Los subterráneos" y grabaron un disco espectacular que la puso de nuevo en lo más alto de las listas y le devolvió la popularidad ochentera. Fue un momento clave en su carrera, sin duda, porque sin ese disco, ¿estamos seguros de que habría existido todo lo demás? Sin embargo, no hay una sola mención a Los Subterráneos como tales, ni un solo agradecimiento, ni una anécdota cariñosa. Nada. "Los amigos de Teresa (su hermana)" se dice en un momento, algunos de los cuales eran "músicos de Sabina". Como si necesitara poner una distancia aséptica sobre un grupo de profesionales en el auge de sus carreras que como mínimo la ayudaron a recomponer la suya.

En cuanto al disco en sí, apenas lo menciona. Que fue bien, dice, y cuenta la historia de Sarah, que ya me contó a mí en la entrevista que tuvimos en 2006, cuando sus hijos tenían la edad de Álvaro y correteaban por un parque cerca del Delic. Pocas hojas más tardes, vuelve hacia atrás la mirada pero para quejarse: "No me gustaba el sonido, no me sentía reconocida en ese disco". Lo dicho, poca generosidad. No solo de Lee Ranaldo vive la reputación del artista.

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Quien decidió que la mejor manera de ganar unas elecciones era atacar todo el rato, con sentido o sin él, a Pedro Sánchez no ha visto una edición de Gran Hermano en su puta vida.