Publicar una noticia falsa, ponerla en portada y aderezarla de sensacionalismo es algo demasiado gordo como para dar marcha atrás rápidamente, eso lo entiendo, pero, hombre, igual a Alandete se le podía pedir algo más que una definición de la RAE.
El ataque de El País a Podemos, el enésimo ataque, forma parte de la lista de inanidades que se vienen publicando contra la formación de Pablo Iglesias en los últimos días. Pura basura. Para encontrar una verdadera crítica a Podemos, a su ideario, a su ethos, la única solución es escucharles a ellos mismos. Cuando eso sucede, yo estoy ahí para contarlo. Cuando sucede lo contrario, este Inda-Alandetismo absurdo y repugnante, también, por supuesto. El problema, como decía hace unos días, es que si ese es el nivel, no van a saber qué hacer cuando se enfrente a ellos, de verdad, un periodista.
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Pienso mucho en la infantilización de la sociedad. Continuamente. En ese "yo no he sido" indignado que parece ser el espíritu del tiempo. Pienso en ello pero no me decido. Decía Hannah Arendt en su magnífico "Eichmann en Jerusalén": "Cuando todo el mundo es culpable, entonces los verdaderos culpables se diluyen en la masa". Me disgusta esa "inocencia" grupal, ese huir de cualquier responsabilidad, ese "a mí me lo dieron así" que tanto se critica desde determinados sectores periodísticos y con buena parte de razón.
Por otra parte, a menudo tengo miedo como analista de ser injusto, de dedicarles demasiadas portadas a los Monederos, Iglesias y compañía cuando el país y el continente han sido arrasados por otras personas, por los Draghi de turno, que señala hoy con pericia Manuel Jabois en su debut en El País. Me repatea tener que dedicar párrafos al antiamericanismo trasnochado de Iglesias y no poder insistir en las estafas de Goldman Sachs o el Moral Santín de turno, en clave local. Que lo pequeño, lo anecdótico se coma al dinosaurio.
Sí, la autocomplacencia de la sociedad griega, y la española, ante lo que ha pasado desde 2008, es irritante, pero diluir los excesos, los desfalcos, la omertà que ha reinado y reina entre las cúpulas políticas, económicas y periodísticas de este país, me resulta excesivo. Cita Arcadi Espada emocionado la última frase de "True Detective": "Yo creo que de momento la luz está ganando" y yo aplaudo con él. Sí, la luz está ganando. Lleva ganando años. Más que nada porque siempre hay alguien vigilando que no se apagara. El fuego. Llevar el fuego o al menos respetar a los que llevan el fuego sin necesidad de homilías. Y lucha eterna contra los salteadores de caminos.
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Tercer día con fiebre. Hoy era el marcado para ir con mi mujer al cine por primera vez desde que nació el Niño Bonito, pero obviamente no va a poder ser. Quedamos en ver una película en casa y comprar unas palomitas para perfeccionar el artificio. Ayer, a la hora de la cena, le dije que desde que estaba con ella no me había fijado en ninguna otra mujer. Dicho así, suena a excusatio non petita pero lo cierto es que yo lo dije completamente asombrado. Eso no se había dado nunca antes. Una sola mujer a la vez, impensable.
Yo he estado enamorado, incluso enamorado hasta las trancas y siempre he barruntado a la vez un "Plan B", una escapatoria. Ahora, no. Desde que cumplí los 35, colgar las botas ha sido lo más fácil del mundo. El más mínimo interés en la seducción ni en la coquetería, los dos grandes motores de mi vida. Eso no quiere decir que no los recuerde con cierta nostalgia cuando oigo las historias de los demás, pero como diría Lichis: "Entonces decidí no regresar jamás a casa". Nunca más madrugadas caminando por Malasaña solo cantando "¿Por qué me llamas a estas horas?" y teniendo ataques de ansiedad al amanecer.
Nunca más el juego peligroso, no por una cuestión moral, sino de hartazgo. La plastilina está bien pero tiene su edad. En esta edad corresponde otra cosa, algo parecido a dar de desayunar a tu hijo. Quizá, en el fondo, yo fui llamado a este mundo para darle de desayunar a mi hijo y por eso lo hago tan bien, y todo lo demás, esta segunda división del intelectualismo español a la que me he visto condenado, no sea sino una manera de complicarlo todo demasiado.