domingo, febrero 15, 2015
Birdman
El género de la película dentro de la película o, mejor aún, la obra de teatro dentro de la película, siempre ha sido un auténtico filón. Mi adolescencia fue en parte aquel "En lo más crudo del crudo invierno", de Kenneth Branagh, "Buscando a Richard", de Al Pacino, o las disparatadas "Balas sobre Broadway", de Woody Allen, y, por encima de todas, "¡Qué ruina de función!", de Peter Bogdanovich. El enfoque de Iñárritu en "Birdman" toma un poco de cada una: actor famoso pero con un prestigio que ganarse, la complejidad de levantar un proyecto y las relaciones entre bambalinas de los distintos protagonistas.
Cuando se ciñe a eso, la película es brillante, entretenida e incluso -raro en Iñárritu- graciosa. El problema con el director mexicano es que nunca consigue quedarse ahí. Al igual que el protagonista de su película, no puede evitar querer pasar a la historia en cada cosa que hace y al igual que la crítica implacable del New York Times no soporta que el cine se haya convertido en una sucesión de explosiones y superhéroes en mallas. Extraña de "Birdman" que el primer acto empiece con Carver, Galifianikis y el excelente Edward Norton y acabe -OJO, SPOILER- con un tío volando sobre Nueva York en una ensoñación de medusas sobre la playa.
De hecho, la desaparición de Edward Norton es especialmente llamativa. Entra en la película como un torrente, parece que va a cambiarlo todo y de repente no se vuelve a saber más de él como tampoco se sabe nada ni hay segundas lecturas de "De qué hablamos cuando hablamos de amor" de Carver. En un momento dado, un periodista le pregunta al protagonista: "¿Por qué has elegido a Carver?" y la misma pregunta se le podría haber trasladado a Iñárritu porque en realidad la obra y el autor representados podrían haber sido otros cualesquiera.
Con todo, hay momentos sin duda brillantes: la maravillosa escena de Times Square, esa filmación como un plano secuencia constante, la música siempre presente, incluso el envejecimiento no disimulado de Michael Keaton. Puede que arrase en los Oscars, porque estas historias de la actuación que redime y la hija que va a rehabilitación suelen funcionar. Ahora bien, se queda tan por debajo de lo que anuncia, que el sabor de boca no puede ser sino algo agridulce, como cuando Clint Eastwood decidió acabar "Million dollar baby" media hora más tarde sin que aún haya llegado a entender por qué.
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Por cierto, Raymond Carver. Cuando le leo la sinopsis de la película a la Chica Diploma -es nuestro día sin niño, nuestro día de paseos por La Latina, cine y cena en una hamburguesería donde suena "Hey la, my boyfriend´s back"-, de repente se me pone un nudo en la garganta. Raymond Carver. Supongo que siempre estará ahí, desde esa primera lectura en Londres, en la buhardilla del hotel Orchard, con sus camareras rusas y su recepcionista griega. Carver en la cama mientras Induráin se derrumbaba en Larrau y Carver en Kensington Gardens por las mañanas, esperando que Dani volviera de trabajar para comer unas salchichas o descongelar un "fish and chips" en su casa.
Toda una vida copiando a Carver y a Cheever. Al menos hasta que descubrí a Hemingway. La melancolía del chico que se iba a comer el mundo y pensaba en adaptar "La colonia penitenciaria" de Kafka o llamaba a Albert Espinosa para devolver su "Tu vida en 65 minutos" al teatro. Cuando Albert Espinosa no era Albert Espinosa, claro. El chico que tenía fuerzas para afrontar esos proyectos y escribir una ópera en tres actos sobre incendios en Galicia. El chico que ya es un hombre y un marido y un padre y se arrastra por las calles en su tarde libre, agarrado a un café del Starbucks para no caer de sueño en cualquier acera, algo ausente, distante, su esposa preocupada.
El hombre que, pese a todo, tiene tiempo para aguantar las lágrimas, mirar su biblioteca y sacar un libro verde, el único que tiene de Carver, sin saber dónde está el resto, y enseñárselo orgulloso a su mujer. "¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?". Aquí soy el chico que quiere ser Bret Easton Ellis y en otro lugar, en otro momento, fui el chico que quiere ser Raymond Carver. Ahora, como me escribió Arcadi Espada en su día, antes de los impagos y las peleas, me conformo con ser el chico que soy. Sea eso lo que sea.