No era Poulidor, era «Pou-Pou», esa manía francesa de convertir a cualquier héroe en un cursi. Pou-Pou contra Anquetil en los 60, con su maillot de Mercier, primero de malva, luego de negro y amarillo, como una avispa; Pou-Pou contra Merckx
en los 70; Pou-Pou contra sí mismo en los años intermedios, incapaz de
tomar el testigo, un hombre condenado a no liderar nunca la manada,
escalador de ritmo, contrarrelojista mejorable. Poulidor pasó a la
historia del deporte como el gran perdedor pero ni en eso se merece el
título: en 1964 ganó la Vuelta a España. Por apenas unos segundos sobre Luis Otano, pero la ganó, manchando así su impoluto palmarés de fracasos.
Aún
no está claro si Poulidor se adelantó a su tiempo o llegó muy tarde. Si
uno repasa el palmarés del Tour durante dos décadas la impresión que da
es que siempre estuvo ahí, que nunca se fue, desde que debutara en
1962, con 26 años, y fuera ya entonces tercero, a la sombra de Anquetil y
Plankaert. Después, el segundo puesto de 1964, aquella
lucha a muerte en el Puy de Dome por intentar dejar atrás a su
compatriota y guardarse unos segundos de ventaja para la contrarreloj
final que nunca llegaron, tercero en 1966 cuando ya no había Anquetil de
por medio y tercero de nuevo en 1969, ya con Eddy Merckx como nuevo
dominador.
En
medio, una leyenda. Anquetil nunca soportó no ser el niño mimado de la
afición, que prefería al menos elegante, al segundón, al que siempre
fallaba en el momento clave. El encanto de los perdedores. La relación
entre ambos fue tan mala que incluso en el último momento, cuando el
campeón francés ya agonizaba por un cáncer, tuvo tiempo de decirle a
Poulidor, que había ido a visitarle en un gesto de última
reconciliación: «Amigo mío, incluso al cielo vas a llegar después de
mí». Anquetil era guapo, esbelto, rico y displicente. Poulidor había
salido de la huerta y se le notaba en la cara quemada, dura, de ceño
fruncido. Era algo así como el Virenque de turno, el Voeckler sufriente, sin EPO pero con Bernard Sainz,
el Doctor Mabuse, detrás, alargando su carrera hasta límites
insospechados: a los 33 años ganó la Dauphiné-Libéré, a los 35 se impuso
en el Criterium Internacional y a los 36 tuvo uno de los mejores años
de su carrera: ganador de la París-Niza (aún repetiría el año siguiente
derrotando a Merckx), ganador del Criterium y tercero en el Tour detrás
de Merckx y Gimondi, delante de Van Impe, Zoetemelk y Thevenet, los llamados a suceder al caníbal belga.
Ese
sexto pódium en el Tour estaba llamado a ser el último. Poulidor quería
dejarlo, pero el doctor Sainz le animaba a seguir, y, ¿por qué no
hacerlo? Cada año de más era un año de dinero, éxito, ovaciones y
homenajes. El Jimmy Connors de la bicicleta. En 1974,
ya con 38 años, consiguió ser segundo en el Tour de nuevo, su séptimo
pódium sin victoria, un récord que solo Zoetemelk estuvo a punto de
igualar gracias a los seis segundos puestos que rodearon su victoria en
1980, el campeón más viejo de la historia. Aquellas eran para Poulidor
derrotas dulces. Por supuesto, él hubiera preferido ganar, no digamos
tonterías, pero frisaba los 40, tenía a Merckx como rival y a un montón de jovencillos rondando a la puerta, ¿era realista pensar en la victoria cuando había un tío ocho minutos y pico mejor que tú?
Para
rematar el año, fue segundo en el Mundial de fondo en carretera. El
primero, cómo no, fue Eddy Merckx, probablemente su último gran triunfo.
Poulidor había empezado tarde, cuando Serge Gainsbourg aún tocaba el piano en salas de fiesta y ahí seguía en 1975, cuando el marido de Jane Birkin ya había hecho jadear a Brigitte Bardot.
Sin embargo, aquel no fue un gran año. Un año sin victorias, el primero
desde 1959. Adiós a Pou-Pou, ya no habrá doctor que le salve, no habrá
«panaché» que demostrar en las cumbres. En el Tour quedó 19.º, no era un
desastre a los 39 años, desde luego, pero sí la peor posición en toda
su carrera, puesto que repitió en el Mundial de Ruta...
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