El tema de los treinta es la nostalgia. Espero que en los cuarenta, todo te dé un poco igual ya y el tema vaya pasando poco a poco al crepúsculo. Quizás no. Según mi novela, no. Según mi novela, una chica "es la crisis de los 30 de demasiadas personas y tiene miedo porque le han dicho que a los 40 la cosa no mejora".
El caso es que ahora todo está muy reciente, casi real. En una década, será la nostalgia de una invención, que siempre es otra cosa.
Fotos y cartas en una caja de zapatos que salió corriendo de casa de mi abuela, pasó por casa de mi madre y fue aparcada en la mudanza-express en un rincón alto de mi armario empotrado. Todo por un despiste absurdo: buscar una foto que enseñar. Cuando encuentras una foto abres un abismo y eres como uno de esos personajes de dibujos animados que va girando sobre sí mismo sin saber dónde va a caer.
Algunas conclusiones, por supuesto: la primera, la habitual, que el pasado no era lo que era. Que anticipamos demasiado. Que, por ejemplo, nunca fui tan feo. De hecho, en muchos momentos de mi adolescencia y de mi juventud fui incluso guapo, pero yo estaba convencido de que no. Supongo que de alguna manera podía refugiarme en eso para obviar otros comportamientos extraños.
Una excusa para lo que, pedantemente, hemos dado en llamar underachievement.
Luego, las tarjetas de cumpleaños de los 18. Las que decían, insistían: "No cambies" y yo las leo años después con la sensación de que lo que querían decir era: "Cambia". Algo así como "Vale, eres muy especial, un tipo singular, único, con gran talento, bla, bla, bla... pero si sigues resultando insoportable no vas a llegar a ningún sitio y desde luego no cuentes conmigo". Había algo especial en mí -la autocomplacencia de mi "especialidad"- que no les gustaba a los demás y sinceramente, leyendo otras cosas mías, no puedo culparles en absoluto.
De especial a "rarito" hay un paso muy corto.
Yo sé que hay mucha gente que me considera insoportable ahora mismo. Quizás no uniformemente insoportable, pero con mis días y mis noches. No saben de dónde venía. Honestamente, viendo lo visto estos días, me parece un milagro haber llegado a los 32 con tan pocos terapeutas, apenas tres o cuatro. Exagero, por supuesto.
Luego me dio por uno de esos pensamientos hippies -¡mis padres, esos beatniks!- y mandé un mensaje de paz a todos los que estaban en esas fotos y seguían en alguna red social. Un mensaje de paz y amor. Me he convertido en Rodríguez Zapatero. Un mensaje de "espero que todo os vaya bien, me acuerdo de vosotros, aún me emociono cuando veo las fotos. No sé qué pudo pasar, pero gracias". Porque en algún momento, toda esa gente gritó mi nombre un millón de veces y yo grité el suyo un millón de veces más y si hacemos caso a Loriga -¿por qué no?- de eso se trata.
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 5 horas