jueves, enero 28, 2010

La muerte de J.D. Salinger



Hemos estado aquí más veces así que ya saben: quien quiera datos que vaya a la Wikipedia. Ahora hablemos de mí una vez más. Me pasé la adolescencia oyendo hablar de "El guardián entre el centeno". Es más, oyendo hablar a la Chica Langosta de "El guardián entre el centeno", motivo más que suficiente para haberse lanzado sobre el libro de manera inmediata. No fue así. Creo que ya lo he comentado antes pero fui un lector muy tardío y probablemente la de Salinger fuera mi primera gran novela por placer... ya con 18 años y en la Universidad.

Obviamente, fue un palo. Fue un palo para todos, creo. Holden Caulfield, su hermanita, los patos de Central Park, putas en hoteles de mala muerte, esa estética del desamparo que luego hemos ido repitiendo una y otra vez todos los escritores peterpanistas del resto del siglo XX... Si dicen que la filosofía occidental es una nota al pie de página de la obra de Platón, gran parte de la literatura desde 1955 no es sino una nota al pie de  "El guardián entre el centeno".

Desamparo. Esa es la palabra. Adolescencia. Rabia. Orgullo. Lágrimas. Cariño. Responsabilidad desbordante. Que nadie caiga del campo de centeno, que los niños estén protegidos. La infancia que se niega a marcharse y tiene miedo de lo que viene. ¿Qué viene? Nueva York. Así, ni más ni menos.

Me volví loco con el libro. Tan loco que pocos años después, cuando empezó a popularizarse Internet yo coloqué "holden" como contraseña de todas mis cuentas (no se esfuercen, ya las he cambiado). Tan loco que me puse a escribir mi propia novela adolescente que no llegó a ningún lado pero en la que el protagonista se dirigía a los lectores de "usted". Tan tan loco que me leí frenéticamente "Franny and Zooey", ese tratado budista lleno de claves ocultas que, sinceramente, se me escapaban entre los dedos.

Me gustaba el personaje. La persona ya está suficientemente descrita por su hija y por la foto que encontrarán allí arriba. Pero el personaje estaba bien, ahí perdido, encerrado. Llegó una periodista y se la quedó. Luego nada más, hasta los 91 años. Iba a escribir sin más que su muerte no es relevante para la literatura porque total ya llevaba años literariamente muerto, pero puede que eso no sea cierto. Puede que su muerte y la llegada de los ávidos herederos suponga un florecer de inéditos maravillosos uno tras otro, garabateados en los papeles higiénicos de los distintos cuartos de baño de su casa perdida.

Lo digo en serio. Si Bolaño puede sacar nuevo libro en 2010, ¿por qué no Salinger?

En fin, a lo que íbamos, es decir, a mí. Conseguí una edición de Alianza Editorial llamada "Nueve cuentos". Los nueve eran soberbios. Dicen que había más, pero no recuerdo haberlos leído. De los nueve, me quedo con "Un día perfecto para el pez plátano", uno de esos títulos tan estadounidenses. Me produjo exactamente la misma sensación de desamparo. Un desamparo rutinario e incluso alegre, pero desamparo al fin y al cabo. El resto de mi vida lo he pasado esbozando diferentes Holden Caulfields en relatos, novelas, blogs, etc.

No he sido el único.