Yo voy a contar la historia tal y como me la contó Arianne, intentando no añadir más literatura aún y confiando en que a ustedes les quede también una duda razonable. Arianne y Henri en la plaza de Vázquez de Mella a las cinco de la mañana de un sábado. Arianne muy borracha, Henri simplemente sonriente, muy joven, con cara de niño aún y su mochila a la espalda, con esa cara de excitación del que está viviendo una aventura a una edad impropia.
Se sientan a nuestro lado. Ella se sienta a nuestro lado y se moja el culo con algo que puede ser agua pero también puede ser pis porque Madrid es una ciudad donde el pis abunda en determinadas plazas a determinadas horas. Se moja. A su alrededor hay una tropa extraña de gente con mirada difusa y andares torpes. Gente mucho mayor que ellos, a los que ella trata con un cierto desprecio, con un "merde alors" continuo. Son franceses, como ya era de suponer por los nombres y el acento, aunque ustedes no hayan oído el acento, claro. Vienen de Toulouse y no están de vacaciones, dicen, o no exactamente.
- ¿Entonces qué hacéis aquí?, preguntamos.
Arianne pone cara de resignación y explica que han venido a ver a su madre. Hace once años que no ven a su madre. Dicen que ella les abandonó pero probablemente no fuera algo tan tajante como eso sino un simple desinterés prolongado. Ella se quedó en Madrid -antes habían vivido en Buenos Aires- y ellos se fueron a Francia. Arianne estudia Science-Po en Toulouse. "¿En Le Mirail?", pregunto yo. "Más o menos, en L´Arsenal", contesta ella. En el centro de la ciudad. En fin, han venido a ver a su madre porque su madre se lo ha pedido y ahí están los dos y cuando la vieron no les recibió con los brazos abiertos. Les enseñó una cama para los dos -aquí Arianne parece especialmente disgustada, como si "una cama para los dos", aunque fueran dos hermanos supusiera una falta de educación aún mayor que desaparecer durante 11 años- y les advirtió de que su novio venía esa noche, que ellos no podían estar ahí, que se fueran a dar una vuelta y que ya les llamaría ella para que volvieran a casa.
Y ya son las cinco de la mañana. Y obviamente se han emborrachado. Y Arianne habla de su tarjeta de crédito y de ir a un hotel o a un hostal y la gente rara les rodea, todos con miradas turbias excepto un chico que, entre bromas, se asegura de que nosotros les vamos a cuidar. Un chico así como yo, treintañero, con gafas de pasta, casual, y que nos mira tratando de asegurarse que somos buenas personas. Lo somos. Les adoptamos. Les decimos que les vamos a adoptar y no les gusta demasiado la idea. A Arianne no le gusta, Henri -Enrique, explica él aún sonriente- tiene solo 17 años y ha delegado todas las decisiones en su hermana de 20.
Andrea dice que sí, que les adoptamos, que nada de quedarse en la calle y nada de quedarse en un hotel, que en su casa hay una fiesta y que de momento se quedan ahí. Por el camino hasta la Plaza Mayor cantan canciones en francés y se cogen de la mano y se abrazan de vez en cuando. Ella fuma y tienes la sensación de que es inquebrantable, de que la vida -o lo que sea- le ha hecho inquebrantable. Les gusta la idea de la fiesta pero suponemos que les gusta más la idea de estar bajo techo y con gente normal. El encanto de la gente normal a ciertas horas de la madrugada.
Habíamos estado hablando de problemas, justo antes. Justo antes de sus problemas, me refiero, y ahora sinceramente nos da vergüenza habernos quejado de esa manera sobre problemas que aparecerían en cualquier capítulo de "Compañeros". Como dijo Sía, alguna gente tiene problemas de verdad. Y si no los tiene y se los inventa -porque sí, yo al contar todo esto también pienso que igual Arianne era una mentirosa, una mentirosa sin más propósito que jugar con los madrileños en su español pastoso y ganarse una fiesta o una cama o simplemente una muesca más en un revólver ficticio- en cualquier caso sus problemas son creíbles.
Lo que no sea verdad, que sea verosímil, eso es todo lo que pedimos.
Yo no sé de resultados, sé de decisiones, eso ya lo he dicho mil veces. Nosotros decidimos ayudarles pese a las dudas, y advierto de que estas dudas han sido posteriores, en aquel momento todo lo que decía Arianne resultaba irrefutable, todo mi empeño en que se contradijera de alguna manera fracasó una vez tras otra. Los detalles vendieron la historia. Alguien tenía que hacer algo por ellos. A las 6,30 el móvil sonó y ellos se fueron por donde habían venido. Ella con su arrogancia de superviviente, un poco a lo Gainsbourg pero en niña de veinte años; él, con su mochila y su sonrisa algo más cansada, esperando algo.