martes, enero 05, 2010

Cafés en el Oquendo

La capacidad para conseguir que cada vez sea una vez distinta. Es decir, que no se repita. Pocas ciudades consiguen eso. De entrada, a mi ciudad le cuesta. Y a mi otra ciudad, Barcelona, también, lo comprobé hace poco. A San Sebastián, no, sea mérito suyo o mío. Sea por sus distintos universos en un solo universo decadente o sea por mi capacidad para la melancolía: el hotel en lo alto del Igeldo, la ikurriña en el Urugull, justo donde veíamos veleros en la distancia y tú te echabas a llorar. Los bares de la zona vieja y la sensación de que conoces algo pero de una manera superficial.

¿Y si todo fuera superficial, y si no hubiera misterio?

Esta mañana, por primera vez en mi vida, he pensado que podría venirme a vivir aquí; que si fuera escritor, o algo así, una profesión que me permitiera establecerme en cualquier lado, igual me cogía aquí un piso o algo y me quedaba a vivir unos años, a lo Iván Zulueta, en pijama por todos lados escandalizando a los burgueses.

Algo sobre el camino: estoy harto de trenes. De trenes y de autobuses. Y de aviones, no crean que me olvido de Almería. Cuando yo era rico -y ahora no es que no sea rico, es que soy manifiestamente pobre- viajaba en preferente y me encerraba en mí mismo. Ayer ni siquiera eso. Las conversaciones esporádicas y los niños llorando. Los móviles a todo volumen.

Los viajes dicen algo de mí. De entrada, para los demás, dicen que soy borde, porque no me involucro en ninguno de sus pasatiempos. No, ya digo, mundo interior. Luego dicen un montón de cosas confusas y difícilmente clasificables: empiezo leyendo "El Mundo", luego paso a "Blood Meridian", de Cormac McCarthy, en una de esas ediciones americanas con la tinta medio corrida y apelotonada, ninguna preocupación por la estética. Cuando consigo cambiarme de sitio y puedo bajar la mesilla me pongo con "El Mundo Deportivo" y a continuación avanzo por "Jirones", de Sonia Bartolomé. Poesía, por decir algo. No estoy seguro de que Sonia se defina a sí misma como poeta, pero sí es posible que esa etiqueta acabe funcionando.

Es de noche cerrada y una chica japonesa me pregunta algo en inglés. Estoy leyendo "Conversations with Don de Lillo" y fantaseando con mi segunda novela. QUIERO escribir esa segunda novela, quiero escribir muchas historias más y escribirlas sin miedo y sin ningún propósito. Si algo me fascina de los escritores estadounidenses es su tremenda capacidad para parecer distantes. No sé si es estética o qué es, pero la seguridad en sí mismos es impresionante, como si el resto -editores, ventas, lectores, críticos...- les diera lo mismo.

Frankly, my dear, I don´t give a damn.

Francotiradores.

Al llegar a San Sebastián, los recuerdos y la melancolía. No sé si los recuerdos y la melancolía son mejores que los dolores y las molestias físicas. Yo diría que sí, aunque solo sea porque llevan más tiempo y por tanto son más controlables. Pensión Añorga, huyendo de la habitación 110. Pepito de ternera y pincho de tortilla en el bar que hace esquina, el de las mesas enormes. Paseo hasta el Barrio Viejo. Bruma en La Concha. Unas luces al fondo que anuncian el Palacio de Miramar. Decisiones importantes: ¿Copa en el Be-Bop o café en el Oquendo?

Estoy solo. Toda mi vida sería maravillosa si no estuviera solo y eso lo pienso también en la cafetería del hotel, escuchando a Lichis en MP3 y comiendo dos donuts: ¿Cómo voy a cambiar nada de lo que hice el año pasado? ¿Con qué cara puedo decir que 2009 fue una mierda? ¿Con la cara de Medina, Málaga, Almería, Benicassim, Barcelona, San Sebastián, Malasaña, Badlands, García Noblejas? Imposible. Me hubiera gustado poder compartir algunas cosas, simplemente. Eso sí me hubiera gustado.

Llegar a ciudades acompañado. Esa maravillosa sensación que hace que la ciudad pierda en importancia e incluso tus recuerdos se queden en nada. Pero, ¿serían posibles todas esas ciudades, todos esos momentos si no estuviera solo? ¿No es la soledad la condición de posibilidad de toda esa hiperactividad?

¿Por qué la hiperactividad, en cualquier caso? Arriba y abajo...

En fin, café en el Oquendo. Es lo mejor un lunes a las once. El Be-Bop, además, está vacío. Paseo a casa, luego, por el Boulevard. La bandera española no ondea. Está colgada pero hecha un burruño. ¿Qué más da? "Blood meridian" antes de dormir. Unas diez horas. Por la mañana, otra ciudad, no tu ciudad sino la ciudad de los festivales.

Pero sin festivales.