Me emocionó cuando Finlay cogió a dos chavalines y se los llevó al ring para que jugaran con Hornswoggle. Tonterías de joven carroza. La gente allí había pagado 90 euros por la entrada, y todo eran críos. Eso implica: uno o dos hermanos más padre que los lleva al evento, unos 360 euros por familia. No se hacen a la idea de lo importante que es el Pressing Catch para esos chavales. Podemos discutir todo lo que quieran sobre si eso es algo bueno o malo o si deberían estar leyendo libros y asistiendo a conciertos, pero el caso es que, ahí estaban, con sus camisetas, sus cinturones, sus máscaras, sus pancartas...
Corriendo hasta el ring justo después y justo antes de cada combate, en una especie de pacto tácito con la seguridad por el cual se podía andar merodeando entre campana y campana. Completamente enloquecidos, gritando: "guan, tu, uyyyyyy".
Así que me emocioné cuando Finlay, que es un perdedor nato, que juega el rol de perdedor nato pero entrañable con su enanito verde al lado, cogió a los dos chavales y luego cogió a un tercero y lo subió al ring y estuvieron jugando a los toros con él. Me pareció que ese crío no iba a dormir en una semana y que, bueno, si los niños no son felices con las cosas que nosotros queremos que sean felices, por lo menos que sean felices de alguna manera.
Siempre hay algo de hermoso en ello.
Mientras, Laura y yo trabajando. Poco más. Sin demasiado tiempo para la lírica, más allá de una hamburguesa en el Hollywood y una copa en un sitio cool de Valencia. Una copa que, además, derramé sobre ella, en un enésimo ataque de torpeza. Pero, bueno, hicimos un buen trabajo, yo creo y, desde luego, fue divertido.
Y nos pagaron muy bien, para qué negarlo.
Es extraño: hace dos horas estaba en Valencia y dentro de dos, más o menos, estaré en Medina del Campo. Tengo una prisa que me muero así que lo dejo aquí. Intentaré seguir informando, no sé si lo conseguiré.