jueves, marzo 24, 2022

Bittersweet Symphony

 

Cause it´s a bittersweet symphony, that´s life


Try to make ends meet, you´re a slave to the money, then you die


Sí, ese sería un buen resumen. No lo piensas a los veinte años, de vuelta de Londres, la felicidad desparramada por hoteles de Sussex Gardens, pero sí a los cuarenta y cinco. Es normal que sea así y quizá haya que mirar lo positivo: todos los años que he conseguido esquivar esta sensación de habitación que se cierra sobre sí misma. El otro día hablaba con L. de la posibilidad de salirse de la rueda, de qué demonios, para empezar, era eso de la rueda. Blow, blow me out, I am so sad, I don´t know why. La posibilidad de algo parecido a la artesanía o a los sueños que nos trajimos la Chica Diploma y yo cuando volvimos de Fuerteventura: pulseras y guitarritas, esculturas de arena en la playa, tal vez viajes programados para turistas.


La vida "tienda Quechua", la vida "apártate, que me tapas el sol". Una gozada de vida, supongo, pero inviable. Esta noche soñé que volvía a mi casa de la calle Churruca. Es curioso porque no recuerdo haber soñado antes que volvía a mi casa de la calle Churruca. Todo empezaba con un avión que tenía que coger a algún lado y que en realidad era mi dormitorio en casa de mi abuela y, a partir de ahí, la cosa se complicaba. En Churruca, 4, 3º dcha. había gente, mucha gente, todos dormidos porque era tarde. Yo no quería dormir ahí sino en un hotel. Yo quería ir al cuarto de baño con tantas ganas que, de repente, me empecé a hacer pis encima. Tendré que mirarme otra vez la próstata.


La vida Churruca. Uno echa de menos la vida Churruca, pero luego se agobia porque no puede pagar colegios de lujo. Uno se siente fuerte, pero está perdido. No pasa nada por estar perdido, por otro lado. Lo que pasa es que das demasiadas vueltas, y te cansas, y nunca sabes si has llegado porque no sabes dónde estás. Que no voy yo a echar de menos ahora el camino, ojo, eso nunca. No voy a echar de menos saber dónde estoy. Yo elegí la incertidumbre como forma de esperanza y la elegí hace tantos años que ya ni me acuerdo. Pero, en fin, hay días. Solamente es eso.


*


Mirando las clases desde fuera, con sus ventanas abiertas, con sus niños asomándose de vez en cuando para ver padres, como el que se acerca al zoo a ver hipopótamos, me pregunto si no es la inocencia lo que realmente me enamora del Niño Bonito. Esa inocencia inteligente de niño de siete años, tan maduro y tan pequeño al mismo tiempo. Como he llegado pronto, casi no hay nadie junto al portón y los que hay llevan paraguas cuando ya no llueve. Nadie les ha avisado. El móvil está cargando en casa. Al Rey Sol le hemos comprado una moto y se ha llevado una sorpresa enorme.


La inocencia del Niño Bonito, su descubrir el mundo. No sé a qué venía el pensamiento. Cuando le recojo, me dice si puede jugar en un equipo de fútbol, un equipo organizado, con sus entrenamientos y sus partidos. Yo le digo que no, y él lo entiende. Le insisto en que, aunque lo entienda, no tiene por qué estar de acuerdo, que son cosas distintas, que le puede parecer fatal y odiarme por ello, que está en su derecho. Le digo que no me gusta el ambiente del fútbol infantil organizado y que lo mismo eso es un prejuicio pero es el prejuicio de su padre y es lo que le ha tocado.


No parece importarle. Hace tiempo que quiere jugar en un equipo de fútbol, tal vez porque sienta que encaja mejor en una disciplina que en un entorno salvaje de patio de recreo. De nuevo, hasta cierto punto, la inocencia. De nuevo, la madurez. "El año que viene vas a jugar al baloncesto en un equipo, pero será el equipo de tu colegio, entrenarás allí, jugarás allí, no tendremos que llevarte a demasiados sitios", le digo, pero a él no le gusta el baloncesto. Lo acepta como un mal menor, pero no le gusta. Nunca le hemos llevado a un partido, nunca se lo hemos puesto en la tele. No hay nada atractivo socialmente en el baloncesto porque el baloncesto en este país ha muerto.


*


Cuando llegamos a casa, nos ponemos a hacer el Wordle. Primero, en español; luego, en inglés. Los martes, lo hace con su abuela; el resto de los días, conmigo. El Rey Sol sigue con su moto y sus abuelos, encantado de la vida. Nosotros probamos letras un poco al azar hasta que nos ponemos en serio. Al Niño Bonito le gusta tanto ganar que no le importa que sea yo el que acierta las palabras. Tal vez por eso quiera jugar en un equipo. Luego, pasa la tarde un poco aburrido, dándole golpes a un globo. De vez en cuando, entra en mi cuarto y me abraza y yo tengo que cambiar esta pestaña para que no sepa que estoy escribiendo sobre él.


Mucha gente me dice que le hará mucha ilusión leer todo esto cuando crezca. No sé, yo no estoy muy seguro. Yo no sé si a mí me gustaría que hablaran tanto de cada cosa que hago. ¡Mi padre, además! ¡Ya podría estar mi padre dándole golpes al globo conmigo en vez de estar escribiendo su poesía en prosa! Sí, es un escándalo, pero volvemos a lo de antes: es el padre que le ha tocado. Y eso no quiere decir que tenga que estar de acuerdo ni que no pueda indignarse. Te doy permiso.