Tardé demasiado tiempo en entender qué era ese "mayo" que estaba a punto de venir en la canción de Molotov. Demasiado. La película se estrenó en el Festival de San Sebastián de 2001, el primero al que fui como espectador. Tenía 24 años y un dolor en el testículo derecho de los de hacer historia. Mariam y mi hermano se pasaban el día repitiendo: "No mames" y llamando a la gente "carnal". Puede que ese año fuera también el de "Amores Perros". No sé, tendría que mirarlo y, sinceramente, ahora mismo no me apetece. Por lo demás, sé que llegué tarde, como a todo, y que compartíamos un piso en el Antiguo con gente a la que no sé si puedo mencionar, pero a la que le ha ido muy bien en la vida.
Las canciones de principios de siglo tenían todas un punto de banda sonora de algo. Supongo que siempre había sido así, solo que entonces me hice más consciente de ello. Estaba el "Porcelain" de Moby, por ejemplo -"a fragile piece of porcelain" fue la descripción que me regaló John Malkovich- y estaba el "All the way to Reno", de REM, aunque creo que no la metieron en ninguna película por entonces. Supongo que a alguien se le habrá ocurrido en algún otro momento. La canción de Moby la asocio a las noches leyendo "El Gran Gatsby" en una edición "unabridged" de Penguin. La asocio a la melancolía y a la huida. "I never meant to hurt you, I never meant to lie, so this is goodbye".
Yo era un pésimo mentiroso y un penoso fugitivo. A mí me tuvieron que dejar en el puerto para que me diera cuenta de que navegar me mareaba. Luego, todo cambió y no sé por qué. El Festival de San Sebastián y las llamadas perdidas y los móviles que coqueteaban sobre la mesa mientras nosotros iniciábamos nuestros propios coqueteos. "You know what you are, you´re gonna be a star", El convencimiento de que eso sería verdad. El convencimiento de que eso, además, sería compartido. Todos seríamos estrellas -"Snipers shoot stars", de Jetlag, en el "currently playing"- y estaríamos más allá de los juicios.
Pero ¿en qué consistía ser una estrella? El otro día me decía mi hijo mayor que no le importaba que fuera famoso, que lo llevaba bien. ¿Famoso? ¿De qué estamos hablando? Yo solo quería ser una estrella y en esto tengo que remitirme a la definición de Ray Loriga: "aquel cuyo nombre repiten un millón de personas... o una misma persona un millón de veces". No encajo en ninguna de las dos. No sería deseable. Quizá sí con 25 años -16-0 aquella temporada, invictos en liga regular, el autobús me dejaba al amanecer en la Plaza de Cuzco y yo cogía Sor María de la Cruz rumbo a un neón rojo- pero no a los 45, desde luego. Ahora, que de casi todo hace ya veinte años. Estoy convencido de que la apelación a Reno no es casual, como no lo era la de la mayonesa, pero de momento no quiero perder la inocencia.
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El Rey Sol llega con su pachorra y su abrigo azul, como Pedro por su casa, con los abuelos detrás. Se quita él solo el abrigo y, cuando se lo dice su hermano, se sienta en el suelo y se quita los zapatos. No hay rastro de fiebre, no hay rastro de enfado, no hay rastro de las noches sin dormir con los ojos hinchados. Queda algo de moco, pero es lo normal en un niño de guardería. Dice la Chica Diploma que, en una de las noches en blanco, se puso a contar, que reconoció el "nueve". Yo, en ocasiones, reconozco el "siete". Lo demás es un ritmo sin fonemas, el que utilizamos cuando le ponemos los aerosoles por las noches, antes de acostarle un poco para nada.
Por las mañanas, a veces quiere estar con Nadiya y a veces, no. Es normal y depende, obviamente, de la fiebre. Si quiere estar con su padre, su padre tiene un problema. Puede pasar -y pasa- que su padre esté agotado, de los nervios, que lleve despierto desde las cinco, tenga trabajo para aburrir y venga de dejar al Niño Bonito en su colegio de pago. Puede que en ese momento le dé una subida de tensión, o un ataque de ansiedad, y lo único que pueda sea tumbarse y mover el pie como un autómata para mecer la hamaca y tranquilizar los llantos.
Puede, incluso, que los propios llantos aumenten la ansiedad -o la tensión- y todo se convierta en un círculo cerrado en el que se oye la voz de la Chica Diploma preguntando si necesita un ansiolítico. Solo que el padre acaba de tomarse uno. Y una pastilla para las taquicardias. Lo que no ha hecho es desayunar. Desde las cinco arriba y ni un café solo descafeinado. Es un escombro físico y mental del que se exige una reconstrucción total para esa misma mañana, esa misma tarde, esa misma noche. "Que Sirius no pare, no pare, no", cantaba el padre, con música de Patricia Monterola, cuando soñaba con ser una estrella.
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¿Y qué más? ¿Qué más puedo contar? ¿Negociaciones de paz, ciudades sitiadas? Siempre pensé que podría ganarme la vida adelantándome... y a la vez nunca pensé que fuera de esta manera.