Yo supongo que a todos nos desconcertaba un poco que los dos pidieran tanto compromiso a una misma chica. Porque, claro, es lo que pasaba con los duetos y, poco después, con las "boy bands". Los cinco tenían que cantar la canción con el mismo entusiasmo, con la misma pasión, con la misma cara compungida en el vídeo-clip. Los corazones rotos. Los cinco pibones con el corazón roto y el sexto pibón -es decir, la chica- caminando por la playa como si fuera una pasarela. Todos, así, muy "bromance", dándose palmaditas y abrazos ("tienes un corazón que no te cabe en el brazo", le decía Clavelito a Esteban en la primera temporada de "Gandía Shore", llevamos diez años esperando la segunda), como si no fuera la misma chica para todos, como si eso no fuera justo lo contrario a lo que la canción pedía.
"More than words". Yo no entendía muy bien a qué se referían porque yo no tenía ni palabras y, desde luego, a los trece años, con palabras me habría conformado de sobra. Yo era un romántico de libro, quizá demasiado cómodo en mi papel. Lo entendí más tarde, claro, como todos, pero, para entonces, la canción se había convertido ya en algo demasiado grande, demasiado repetido, demasiado Kiss FM, Los 40 Classic, Rock FM y así sucesivamente. Habría que hacer más énfasis en el saqueo de nuestra infancia, el saqueo de nuestra adolescencia que han perpetrado determinadas radiofórmulas.
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Cuando empieza el dolor, lo primero en lo que pienso es en la soledad de la sala de espera de urgencias, la larga noche por delante, el sueño invencible, las miradas constantes al móvil para no cerrar los ojos, las ecografías, las resonancias, los boxes. No ya la enfermedad, no ya la molestia, sino la soledad en la que vivir todo eso. También pienso, por supuesto, que podría no ser la vesícula sino directamente el corazón. Podría ser que el agotamiento se cobrara su víctima más prestigiosa y el dolor en forma de cinturón a la altura del tórax significara el fin de la noche y no el principio.
Para relajarme, porque está claro que me hace falta, me incorporo en el sofá y enciendo la tele. Son las doce pasadas. La calle está en absoluto silencio, solo se oyen voces desde una casa distante. El Rey Sol tose una, dos, tres veces en su habitación. A la cuarta, se levanta de nuevo la Chica Diploma e intenta calmarle, pero no hay manera. Llevamos desde las ocho de la tarde intentando dormir niños, pero nunca se nos ha dado demasiado bien. Ahora, mi dolor en el pecho se junta con el suyo en la pierna, de tanto mover la hamaca, y culmina en un "No puedo más, encárgate tú".
Y yo me encargo, claro. Y al encargarme, poco a poco, se me quita el dolor, el Rey Sol se va calmando hasta quedarse dormido y yo me pongo medio edredón por encima y decido dejarme vencer por el sueño, al menos un par de horas más entre despertares cada veinte minutos. Todo hasta las cuatro y algo, cuando el Rey Sol se despierta del todo y decide que quiere ir al salón y tomarse ahí un biberón. Su madre, al rescate, se lo lleva de nuevo al cuarto. Tres horas más tarde, al despertar, me los encuentro en el sofá, donde empezó toda esta historia.
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Liza Minelli. La gala de los Oscars estaba pensada para que acabara en un enorme homenaje a Liza Minelli, cuyos problemas de salud parecen demasiado obvios como para extenderse en ellos. Liza Minelli, la hija de Judy Garland. Liza Minelli, la hija de Vincent Minelli, la protagonista de "Cabaret", la protagonista de "New York, New York". Yo tuve una vez una novia que se parecía a Liza Minelli, pero esa es otra historia. Liza Minelli está ahí, diminuta en su silla de ruedas, y al lado le han puesto a Lady Gaga para que la ayude, la reconduzca y la haga sentir bien. Exactamente lo que lleva años haciendo con Tony Bennett.
Liza se pierde todo el rato, está confusa, y lo que hace es sonreír y saludar a todo el mundo todo el rato. Gaga le pone la mano en el pelo, para calmarla, y le dice suavemente, justo después de introducir un vídeo: "I got you", que viene a ser un "Estoy aquí, yo me ocupo de ti", y Liza contesta "I know" y es un momento precioso, tan precioso como para romperse a llorar delante de la pantalla del ordenador y recordar al vanidoso que arruinó este momento, que olvidó que cuando hay un guion y ese guion acaba con Liza Minelli sobre el escenario, todos los demás se apartan y se quedan sentados y dejan sus pleitos de instituto para otro momento.