viernes, abril 10, 2020

Limbo


Termino de leer mi novela apresurada y resulta que me gusta. Supongo que en realidad me gusto yo, pero, en fin, eso tampoco es mala noticia. La novela está bien escrita y cuenta exactamente lo que yo quiero contar y como quiero contarlo. Creo que eso antes no pasaba. Creo que antes todo era más académico, más "qué esperan los demás que escriba". Ahora, no. Ahora, quizá porque los dos experimentos anteriores han acabado aparcados en mi ordenador, he decidido hacer lo que me dé la gana y creo que así se va a quedar.

No es una gran historia. Tampoco es un gran personaje. Pero es una bonita narración, un poco como este blog. Un acompañamiento por un momento complicado y una isla complicada, simplemente. No va a cambiar el mundo y eso es un alivio estupendo. El libro ha pasado por varios títulos. Empezó como "Fuerteventura", sin más, luego pasó a "The lost weekend", lo cambié por "El juego de Chiara" (no sé por qué me pareció más comercial... pero Chiara es una mota en este jarrón) y parece que se va a quedar como "Limbo".

Me gusta la idea de "Limbo" porque es precisamente la idea de la que parte el libro y a la que llega. Ni santos ni diablos. Una historia de redención en un lugar para redimirse. Creo, además, que el limbo como tal ya no existe, y desde luego suena mejor que "purgatorio". Me gusta incluso la idea de hacer una trilogía con los otros dos libros y titularlos "Cielo" e "Infierno", no solo por capricho sino porque tendría sentido. Puede que un día lo haga. Solo por hacerlo, que es como se hacen las cosas.

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Parte de la idea del título está, por supuesto, en las páginas del libro, en la cantidad de veces que repetía la palabra en cada capítulo; tantas que he tenido que meter podadora a destajo. La comparación constante con "San Junípero", el capítulo de "Black Mirror". Algo así como un "San Junípero" en el que de repente algo sale mal y nadie sabe qué es. Ni hay por qué saberlo ni hay por qué explicarlo. La incomodidad y punto. Debe de ser frustrante.

Pero si el libro se llama así (de momento, esto va por impulsos) es porque en un momento dado se menciona la canción de Bryan Ferry. Una canción de 1987 que pasó completamente desapercibida, de la que nadie se acuerda, inquietante, inconexa y con un punto misterioso que no culmina en nada concreto. Como mi libro. Una canción que, como Chiara, es una mota dentro de la discografía excelsa de Ferry, sea en solitario o con Roxy Music (las horas con mi hermano escuchando "Avalon", en el cuarto de fondo mientras aporreábamos el teclado jugando al PC Fútbol).

Una canción, sin embargo, que me fascinó con once años, en un especial de esos de Nochevieja que hacían antes con artistas de todo tipo. Puede ser el de 1987 a 1988 o el de 1988 a 1989, el año que los Pet Shop Boys tocaron el "Domino Dancing" y Vaitiare me pareció la chica más guapa del mundo. La Nochevieja que pasé con mi padre, en su casa de Cuatro Caminos, estoy casi seguro, aunque en esto, como en casi todo, me puedo equivocar.

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El reloj se vuelve a parar a las 9.40, como si fuera una canción de Aute equivocada. Lo hizo ayer por la noche y lo ha hecho hoy por la mañana. Creo que no es una cuestión de pilas sino que las manecillas se paran ahí por pura mecánica. Como si me quisieran avisar de algo. Como si me dijeran: "mira, en serio, lo dejamos aquí". Pero no, claro, el ritmo no para. Además de rehacer novelas, escribo artículos y corrijo redacciones. Organizo videoconferencias para mis alumnos y calculo porcentajes de fallecidos en Bélgica.

Es una vida, quizá, con demasiada adrenalina. Ayer, hablaba con la Chica Diploma mientras tendía una lavadora. Al final, fueron dos. Siempre hay algo pasando en algún lado, incluso cuando en principio no pasa nada. Cuestión de expectativas. A las cinco estaba tan cansado que me eché a dormir. En general, el cansancio lo es todo. Un cansancio mental que puede confundirse a veces con irritación, poca paciencia. Acabo regañando a mi mujer y a mi hijo mayor. Mi hijo pequeño aún no me entiende. Le veo en vídeos y aquello no es un bebé, es un cachalote. Hemos creado un monstruo.

Vuelvo aquí. Tengo en este momento 34 pestañas abiertas en el portátil y no me pierdo. Sé dónde está Canarias y dónde está Castilla y León. Sé dónde está Worldometers y dónde está Cyclingnews. Sé dónde está Le Monde, dónde The Guardian y dónde The New York Times. Sé dónde están los enlaces al libro de Bugno y sé dónde están mis aulas virtuales. Funciono con dos pestañas de Twitter abiertas todo el rato porque a menudo las necesito. Mi reloj me da señales que yo ignoro. El otro día vi a Toni Kukoc jugar contra Italia una final de un Eurobasket y se me erizó la piel.