domingo, abril 05, 2020

La valse d´Amélie


Conocí a la Chica Portada porque me había enamorado de su amiga dos días antes. Dos meses después. me enamoré de otra amiga suya y así estuvimos un año y medio pero esa sería una historia muy larga. Conocí a la Chica Portada, digo, y esa misma noche me dijo que tocaba el piano... pero que nunca lo tocaba en público. Yo estaba borracho y ella probablemente también y le solté aquello de "ya verás, un día te podré oír tocar" y ella dijo "no" como le dice un borracho a otro cuando los dos tienen veintipico años: con una contundencia abrumadora. Aquella noche no era Nochevieja, pero todos quisimos pensar que sí.

El caso es que nos hicimos muy amigos. Tan amigos que parecíamos sacados de "Dawson crece", con nuestros portales bajo la lluvia. Ella era muy madridista y yo no. Tuvo una historia con un chico que era del Celta pero nunca quiso llamarlo "novio". Yo la vacilaba mucho. Ella sabía leerme a la perfección y nunca me pareció que fuera fácil. Ella sabía leer a todo el mundo a la perfección y por eso sabía siempre dónde colocarse. Puede que eso sea lo que Andrés Barba llame "astucia". Hubo un tiempo que pensé que me había enamorado de ella -hubo un tiempo que en fin...- y habría tenido toda la lógica del mundo. Como coincidió con que estaba leyendo "El libro de Rachel", yo le escribí "El libro de Rubio" y lo dejé metido en mi ordenador bajo llave. Solo se lo enseñé cuando ella ya estaba en otro continente y yo andaba casado y probablemente con un hijo.

Mucho antes de eso, antes quizá del enamoramiento o lo que fuera, me invitó a su casa. Yo he pasado en casa de la Chica Portada todo tipo de tardes improbables, pero aquella fue especial: efectivamente, se sentó al piano y tocó. Tocó "La valse d´Amélie", tocó "Clocks", de Coldplay, y seguro que tocó muchas más. En aquel momento, me sentí la persona más afortunada del mundo. La persona más querida del mundo. La Chica Portada desde luego nunca se enamoró de mí y desde luego nunca tuvo dudas ni escribió cuadernos prohibidos... pero se sentó al piano, venció su vergüenza y me hizo sentir importante. Y puede que al final el amor sea eso. El amor de verdad, digo, no el de "poli deluxe" y revista adolescente.

*

De todos modos, eso ya había pasado antes, ojo. Todo ha pasado antes, que diría Nietzsche. Pasó con la Chica Berklee en 2003. La chica Berklee, pianista profesional, también se negaba a tocar para sus amigos y solo cuando se rendía, cuando le daban esos ataques de ansiedad en los que se daba cuenta de que no podía sostener el mundo ella sola, me invitaba a su habitación enorme y se ponía a tocar cualquier cosa. Yo le enseñé una melodía con cuatro o cinco acordes muy básicos (yo también tenía piano en casa, el piano de mi tío, yo también estudié tres años en una academia cuando era un niño) y a ella le gustó y empezó a hacer variaciones y se comprometió a componer algo llamado "La incertidumbre de Ortiz" pero luego se fue a Boston a vivir y todo se complicó mucho.

Fueron aquellos días de junio y julio de 2003 algo extraños y divertidos. Me acuerdo que dormimos juntos varias veces. Solo dormir. Nos gustaba despertarnos el uno al lado del otro. A la Chica Berklee le gustaban los hombres pero sobre todo le gustaban las mujeres y en parte, eso decía ella, se iba a Estados Unidos a recuperar un amor de adolescencia. Por el camino, encontró otro y decidió quedárselo. Hizo muy bien. Cuando acabó esa relación -y duró casi seis años-, ya vivía en Nueva York, barrio de Brooklyn, estación de Prospect Park, pero estaba cansada. Organizó un viaje de tres meses por todo el país para encontrar una universidad donde pudiera dar clase de composición y yo le acompañé en la primera parte, hasta Seattle.

Íbamos en un coche amarillo del año 90, que nosotros llamaríamos Ford Fiesta pero ellos llamaban Ford Festiva. Le pusimos de nombre Ramón y nos obligó a visitar talleres mecánicos en varios estados de la unión. Por las noches, dormíamos en moteles Super 9 o en parques nacionales. Ella leía "Guerra mundial Z" (era 2009) y yo leía "2666". Teníamos un mapa enorme de carreteras y los destinos apuntados en una libreta. Seguía componiendo pero en vez de usar un piano, usaba una aplicación de Apple y se ponía cascos. En la tele no hacían más que pasar reportajes sobre Michael Jackson.

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Sospecho que la vecina de al lado ha estado enferma. No lo puedo asegurar. Sí recuerdo las toses muy al principio, cuando cada tos era más motivo de chiste que de preocupación. Luego, algunas conversaciones sueltas. Vivimos en un bloque de pisos con tabiques estrechos. A veces, viene gente a visitarla y yo siento la tentación de llamar a la policía, rollo "Fresa y chocolate". Luego se me pasa. También es verdad, ahora que lo pienso, que quizá cantaba demasiado para estar enferma. Aun dando por bueno que "el que canta, su mal espanta", no puedo dejar de asociar música con alegría, con un cierto optimismo.

Desde hace una semana o así, su música ha desaparecido y queda el Canal 24 Horas y la radio. Es bonito escuchar la radio en una casa. No ya en el coche o de paso hacia algún lado. En casa. Elegir la radio frente a las demás alternativas, generalmente, creo, la SER, lo que la hace poco proclive a las caceroladas de las nueve de la noche. Cuando paso la aspiradora, me siento un poco culpable, e intento hacerlo lo más rápido posible. Sé que ella me escucha a mí tanto como yo la escucho a ella. Sé que ella también entiende parte de mis conversaciones de teléfono y se ha tenido que dar cuenta de que yo no oigo la radio nunca, pero tampoco veo la tele. Yo voy con el ordenador a todos lados y ahí me pongo Filmin o HBO o Movistar o lo que corresponda.

Música también, por qué no. Esta mañana me levanté con ganas de escuchar "Chica pop", de Zahara, que siempre me ha parecido una canción tristísima dentro de un disco que Universal se empeñó en vender como alegre. Después, me decidí por Yann Tiersen. Creo que si han llegado hasta aquí, no tengo que explicarles por qué. Volumen bajo, bajísimo incluso. Puede que antes de comer me ponga la banda sonora original de "Underground" por aquello de ir animando el día. Espero que ella lo entienda, espero que no se asuste al oír los disparos y las trompetas de los zíngaros. Espero que esto acabe cuanto antes. Ayer, en Twitter, un seguidor me dejó un bonito mensaje: "No quiero causarte ninguna molestia, pero creo que deberías descansar un poco". Más razón que un santo, tenía, pero es que yo nunca he sabido hacer eso.