domingo, diciembre 01, 2019

Popscene


Siempre tuve la sensación de que las grandes discotecas "indie" de Madrid pretendían imitar al "Popscene" de Londres... aunque también es verdad que cuando iba a Londres yo solo visitaba el "Popscene", así que tampoco tengo mucho con qué comparar. En 1996, por ejemplo, con Dani y Jone y todas aquellas chicas catalanas con las que cantaba Albert Pla en taxis ilegales. El "Popscene" era algo así como el paraíso porque yo ya había estado antes en discotecas así de grandes pero en ninguna de ellas me ponían a Radiohead ni a The Verve ni mucho menos a The Bluetones ni a The Auteurs, por mucho que los Auteurs siempre pensaran que tenían poco que ver con el "Brit Pop" ni desde luego con el "Cool Britannia".

Y es que el Cool Britannia era cosa seria y además coincidió con la Eurocopa de fútbol, la del "it´s coming home, it´s coming home... football´s coming home". Por mucho que se quiera asociar a Tony Blair con el movimiento, lo cierto es que su esplendor y el inicio de su decadencia fue cosa de John Major y el partido conservador. En el apoliticismo de aquellos hedonistas macarras había bastante de conservadurismo patriotero, como recuerda Brett Anderson en sus memorias. Mucho más en la prensa afín, empeñada en colocar banderas británicas por todos lados, aunque fueran sobreimposiciones.

Así, ya digo, el "Popscene" y esa tradición tan julio de 1996 -Inglaterra ya había perdido con Alemania en penaltis, Tim Henman había caído en cuartos de final de Wimbledon- de estrellar la copa de cristal en la cara del otro. La violencia del "Popscene" era la misma violencia que había visto en "Pachá" o "Ku" o "Archie´s" o cualquier lugar donde los skinheads y similares campaban a sus anchas a mediados de década. La diferencia era la música y por entonces la música era todo. Richard Ashcroft apartando el mundo a empujones y el mundo conenado a tener que apartarse.

Noches de tortilla española, chicas pelirrojas y un poco de "Je t´aime" junto al inevitable "Moi, non plus".

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Todos mis problemas adolescentes con J. -y creo recordar que no fueron pocos- quedan perdonados con la cinta maravillosa que nos grabó y que de alguna manera educó nuestro gusto musical. Era una cinta sesentera, de clásicos. Solo había una canción de los Beatles y era el "reprise" del Sgt. Pepper´s, que yo no sabía que existía y que es doscientas veces mejor que el tema original. Ahí estaba el "If you wanna be a rock and roll star" de los Byrds y todo ese optimismo 1967-1968 que contrastaba con los Incesticides y los Black Hole Suns.

Una cinta muy Malasaña, si se quiere, muy último metro de la 01,30 dirección Esperanza. La única canción que no encajaba por fecha -"There she goes", de The LA´s- encajaba perfectamente por estética. Era una cinta feliz, con los Rolling Stones cantando "Let´s spend the night together" y los Kinks descargando adrenalina con el "You really got me". Aunque había grupos americanos, la cinta era muy "Swinging London" y así todo el pasado se nos vino encima de repente: sábados de The Animals y domingos de Jimi Hendrix.

De lo que fue mi adolescencia tengo recuerdos confusos, como de casi todo. Recuerdo haber sido muy feliz y recuerdo no haber tenido nunca la conciencia de estar siendo feliz. Sí recuerdo la música como un tesoro, como mi tesoro, como una especie de lenguaje propio que servía para salir de la egolatría de los diecisiete años. Mañanas buscando las "demos" del "Achtung Baby" por el Rastro y de acabar berreando "Salome" esperando a que pasara el 19. Una cierta sensación de equilibrio y belleza y dolor, todo junto, como un estupefaciente de acción inmediata. Algo de secuencialidad pero simultaneidad casi siempre, con todas sus consecuencias.

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"My sweet lord" es Fuerteventura y así será siempre. El chiringuito camino de Corralejo, con su piscina y sus hamacas y sus camareros italianos y su música maravillosa. El whisky con Coca-cola y la Isla de Lobos. Esa burbuja en la que en cada minuto me sentía un escritor, un artista, un bohemio y de alguna manera -una manera-burbuja, un sueño que es imposible diferenciar de la vigilia- eso mismo me convertía en un bohemio, un artista, un escritor.

Por otro lado, "My sweet lord" también, junto a muchos otros mantras musicados, de camino al HiperDino para comprar espagueti sin gluten y algo de chocolate con leche. El día que Federer perdió un partido que ganaba 8-7, 40-15 y que yo seguía por una aplicación de móvil mirando las estadísticas hasta que me di cuenta de que no podía más, quizá al 9-9 o al 10-10 y me fui a pasear, a comprar, a lo que fuera. "Wah-wah" en los oídos y en la garganta y Federer estrellando pelotas contra la red y una enorme sensación de tristeza que no se compensaba ni con los gritos de la casa de al lado, donde una familia serbia celebraba.

Fuerteventura era eso y entiendo que no sea fácil encontrarle el atractivo: camareros italianos, familias serbias y George Harrison y Eric Clapton por todos lados, como si la isla la hubiera comprado Pattie Boyd. La simultaneidad, de nuevo. Las hormigas correteando por la encimera. Las palmeras golpeadas por el viento de madrugada y exactamente la misma temperatura, la misma, desde la mañana hasta la noche.