miércoles, diciembre 18, 2019

A marriage story



Hay cierto consenso (OJO: SPOILER) en que la mejor escena de "Historia de un matrimonio" es cuando Adam Driver y Scarlett Johansson se echan toda la mierda a gritos y acaban llorando en el suelo de un apartamento alquilado en Los Ángeles. Yo no estoy del todo de acuerdo. A mí, lo que más me gusta de Johansson, de Driver y de la relación entre ellos es precisamente la inevitabilidad tranquila con la que todo sucede, la resignación con la que van asumiendo el ocaso de su matrimonio, las faltas del otro, el desencantamiento y todos los problemas prácticos que todo eso conlleva.

Lo que diferencia la película de cualquier otra más facilona es que no es romántica y en la definición de "romanticismo", desgraciadamente, incluyo cualquier exceso como desconchar la pared de un puñetazo. Estremece la naturalidad de esa bajada a los infiernos, la prudencia con la que cada uno intenta no pisar al otro o cederle el paso en el pasillo mientras a sus espaldas un montón de multimillonarios se lucran jodiéndoles la vida para siempre. Creo, incluso, que las licencias que se toma el guion -los dos tienen dinero para meterse en esa espiral de abogados, los dos triunfan a su manera, los dos son guapos y listos- ayudan a evitar el tremendismo.

Reconozco que hubo un momento, al poco de empezar la película, en la que pensé que no iba a poder seguir viéndola. No recuerdo qué escena era pero recuerdo la fragilidad del niño. No podía soportar la fragilidad del niño porque yo tengo uno de esa edad y sospecho que yo, que no soy rico, ni soy un triunfador ni mucho menos guapo ni listo, me derrumbaría constantemente ante la posibilidad de perderle de vista, de dejar de alguna manera de ser su padre. Creo que sé de lo que hablo. Los dos personajes pueden llegar a ser unos auténticos hijos de puta pero siempre tienes la sensación de que no quieren ser unos hijos de puta, de que toda la película es un intento por no perder los papeles y mantener la cordura. No culpar a nadie por la falta de amor.

Afortunadamente, al niño se le mantiene bastante al margen. Habría sido facilísimo incluir dos o tres momentos tensos para que el drama se convirtiera en dramón. Alguien decidió no hacerlo y con eso salvó la película. Es una película dura porque es real. Porque la gente se deja de querer y tampoco hay que dar muchas más explicaciones. No se centra en el proceso de desenamoramiento sino que lo da por hecho. Pasó. Éramos jóvenes. Nada es para siempre. Desde la primera escena, lo que están intentando es limitar los daños, eso es todo. Quizá vivir sea eso, después de todo: limitar los daños. No creo que sea fácil, por otro lado. No sé en qué película uno de los personajes le decía a su abogado que quería un "divorcio cordial" y el abogado le miraba de arriba abajo y le contestaba: "No existe tal cosa".

Por lo demás, aunque a veces haya un abuso de simbología en los planos, es indudable que en su mayoría están muy logrados... y en cuanto a las actuaciones, aunque los dos protagonistas me sigan dejando algunas dudas, producto probablemente de mis prejuicios más que de su talento, el despliegue de Alan Alda, Laura Dern y sobre todo Ray Liotta es impresionante, sin olvidar a Julie Hagerty, la entrañable azafata de "Aterriza como puedas" a la que creo que perdí la pista en "Vaya ruina de función".

En resumen, la película es dura pero sabe aflojar cuando hace falta. Presenta una situación dramática, pero no terrible, y de alguna manera, como decía, los daños se acaban limitando y quedan las lágrimas, claro, pero otro tipo de lágrimas: no tanto de desesperación como de dolor y recuerdo. Lo que pudo haber sido o, peor aún, lo que fue.

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Hay que tener cuidado con los sentimientos primarios. El Estado como organización es, de hecho, una construcción frente a los sentimientos primarios, al menos, desde luego, entendido según la ilustración inglesa, que es la que más valió la pena. Por ejemplo, si una niña de quince años dicen que han abusado de ella entre tres chicos de veinte años, deportistas y con una superioridad física tan grande, lo normal, lo humano, lo primario es ponerse del lado del débil y exigir condenas ejemplares, cadenas perpetuas y todo tipo de humillaciones públicas.

Sin embargo, entiendo y aprecio que el sistema no funcione así. Que el sistema se preocupe de comprobar que lo que esa chica dice es verdad, que su apreciación de los hechos se adecúa a los hechos en sí. El sistema no lincha, el sistema juzga, y dentro de lo posible deja ese juicio en manos de las personas más preparadas, otorga todo tipo de derechos y oportunidades a las partes y deja que los sentimientos den paso a una intensa maquinaria legal y racional de pruebas, indicios y razonamientos lógicos.

Lo que me cuesta más es entender qué demonios pasa por la cabeza de alguien que cuando ve la noticia y oye a la chica no solo no se pone de su lado sino que salta instintivamente en su contra y que incluso cuando el sistema le da la razón sigue vejándola y culpabilizándola. Hay demasiadas cosas chungas ahí. Pongamos incluso que los acusados tienen razón y no hubo abuso de ningún tipo, solo una agradable conversación -sobre esto no hay consenso: casi todos los críticos con la sentencia vienen a dar por hecho que sí que hubo sexo pero que en ningún caso se puede considerar no consentido y que la chica probablemente les mintió con respecto a su edad-, en ese caso los condenados aún tienen la posibilidad de recurrir a un organismo superior.

Cada día que pasa, yo me entrego más al sistema y su garantía y obvio más sus errores. No pretendo convertirme en experto de nada ni enmendarle la plana a nadie que sepa cuatrocientas veces más que yo al respecto. No tengo ningún interés en que los jugadores del Arandina se pasen media vida en la cárcel pero menos lo tengo en que esos crímenes queden impunes. En mi vida había visto algo parecido a lo que hemos visto estos días, con tantísima gente -una minoría, lo sé, pero es que solo faltaba- llamando guarra a una chica legalmente violada, con una sentencia judicial a su favor, mientras se trataba a sus tres violadores poco menos que como héroes o pardillos engañados por la enésima bruja que inopinadamente ha decidido arruinarles la vida mientras la "dictadura progre" se une a la fiesta.

Diría que todo esto es un asunto de VOX pero sería mirar el dedo y no la luna. Si VOX existe, si VOX tiene 50 escaños en el Congreso es porque hay millones de personas que creen que esa argumentación no solo es sensata sino que es plausible. ¿Saben lo peor de todo? Intuyo que muchos de ellos incluso son amigos míos y desde luego no votan a Abascal.

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Algún día habrá que reconocer que la música de Kurt Cobain no se entiende sin el bajo de Krist Novoselic. Parece fácil decir que el paso del punk-rock a los Beatles necesitaba a su Paul McCartney pero, en realidad, escuchando el "Nevermind", uno no puede dejar de pensar en los Pixies y la talentosa Kim Deal dándole sentido a cada canción. Así, por ejemplo, "In Bloom"; así, desde luego, "Lithium" o "Come as you are".