jueves, diciembre 12, 2019

Tardes de persianas bajadas



Lo primero que hay que decir del nuevo libro de Brett Anderson es que está fantásticamente bien traducido y que el traductor es Federico Corriente. No le conozco de nada, por si las suspicacias. Lo digo así, de entrada, porque no me parece un libro fácil de traducir, no recordaba que el estilo de Anderson en su primer y más sentimental libro fuera tan florido, tan adjetivado y tan lleno de descripciones físicas que pretenden entroncar con lo anímico. La memoria juega malas pasadas, pero lo que me conmovió de aquella primera entrega era precisamente un cierto perfil bajo, junto a ese continuo "Oh, Justine" y el sincero pedir disculpas al universo, como si se hubiera dado cuenta por fin de todos sus errores, treinta años después de cometerlos, algo muy mío.

"Tardes de persianas bajadas" es mucho más oscuro, como su nombre indica. Es más oscuro en la forma, ya digo, y también en el mensaje, porque ya no es un libro sobre un post-adolescente un poco insoportable que no hace más que herirse y herir a los demás sino que es un libro sobre una exitosa megaestrella del pop que no hace más que herirse y herir a los demás y, claro, las consecuencias no son las mismas. Podría haber sido el clásico libro de música y drogas pero Anderson no quiso que así fuera y el lector se lo agradece. Cuando aparece la heroína, aparece como lo que es: una mierda, y aparece en escenarios rodeados de basura, de podredumbre y de gente extraña. Nada de glamour, nada de cocoteros.

Sigue habiendo un aire algo pretencioso en la percepción que Anderson tiene de su grupo, pero tampoco voy a culparle yo, que consumí su música apasionadamente y que años después la sigo escuchando y admirando sin que el paso del tiempo la haya pisoteado como en algunos otros casos. El desprecio por todo el movimiento "Cool Britannia" es obvio y creo que no hay nada malo en decir que Anderson se presenta a sí mismo demasiadas veces como un "snob" que evita mezclarse con la chusma. Probablemente, ahí resida su encanto.

Los dos grandes personajes secundarios del libro son Bernard Butler y Justine Frischmann. Lo primero era inevitable aunque también peligroso: en lo que ha sido siempre una relación muy complicada, creo que las disculpas del primer libro eran sinceras y probablemente suficientes. Reabrir el melón y volver a hurgar con el dedo tal vez sea excesivo y no sé qué habrá pensado Butler al respecto, pero no es difícil imaginárselo. En cuanto a Justine, como siempre, el trato es exquisito. Reaparece en su vida en 1997-1998, después del éxito de "Coming up" y en pleno "helter skelter" de adicciones. En ningún momento se dice que ella también estaba pasando por su propia montaña rusa, que Elastica se venía abajo por segundos, que gran parte de sus amistades la habían abandonado ni que su relación con Damon Albarn se estaba derrumbando.

Falso. Sí que se habla de su relación pero no se menciona para nada a Albarn, como si no existiera. Aunque existió. Y de qué manera.

Creo que al libro le ha venido mal coincidir en el tiempo con el formidable documental de Mike Christie. Un exceso de información en apenas dos años después de casi diez de silencio casi absoluto. Por lo demás, ya digo, está bien escrito, está bien traducido y la historia es la que es, apasionante para los amantes del pop británico de los años noventa por mucho que se niegue a llamarse a sí mismo "brit pop" . El narrador, que no parecía tener miedo a mostrarse en "Mañanas negras como el carbón", aquí sí que se aleja, respondiendo quizá a la imagen que se tiene de él. No es una biografía para cotillas sino para amantes de la música. Eso se agradece en estos tiempos.

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Vemos "El Irlandés" en dos entregas pero no nos convence. Es este un juicio completamente subjetivo que no pretende sentar ninguna cátedra. Entiendo que la película no es solo el homenaje a un género sino a una generación de actores pero a la vez me cuesta mucho ver a Robert de Niro con 76 años interpretando a un matón de 40 o a Al Pacino con casi ochenta haciendo de Jimmy Hoffa en su esplendor de los años cincuenta o sesenta, es decir, cuando también acababa de entrar en la cuarentena. Joe Pesci parece un señor muy mayor desde el primer plano, con lo que hay que obviar que pasan unos treinta y cinco años desde ese primer plano hasta el último, en el que, más o menos, sigue igual.

Que eso es buscado no se me escapa. Otra cosa es que, como espectador, pueda abstraerme de ello. No quiero hacer spoilers, pero una de las últimas escenas es en un banco y se supone que estamos a finales de los años 90. Toda la escenografía, la decoración, las luces... remiten sin embargo a las películas de postguerra. Solo falta Sinatra sonando por un altavoz. Eso es bonito, supongo. Tan bonito como ver anochecer lentamente y soñar con que por un momento puedes parar el tiempo y quedarte en ese momento que definió tu vida. Tú y tus amigos. Pesci, Pacino y De Niro. No necesariamente en ese orden.

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Si Brett Anderson puede parecer un snob, ¿por qué no voy a poder parecerlo yo? Ahí va mi comentario: ¿en qué momento dejó de ser "Merlí" una serie inteligente sobre personas inteligentes para convertirse en "Elite"?