jueves, noviembre 28, 2019

La desaparición del Estudiantes



La agonía del Estudiantes viene haciéndose larga y dolorosa, no solo para el moribundo sino para toda la familia que lo mira impotente. El presidente del club -creo que es del club, puede que sea de la Fundación o de la SAD, hace tiempo que decidí desvincularme de esa catarata de cargos- está en plena ronda de entrevistas para hacer saber que el Estudiantes, ahora sí, se nos muere, que no le quedan más de seis meses de vida y que solo la improbable suscripción de cinco millones en acciones por parte de sus simpatizantes o la aparición de un mecenas que decida tirar su dinero por darse el capricho de tener un club de baloncesto puede salvarlo in extremis.

Creo que Galindo está siendo todo lo sincero que se debe ser en algunas cuestiones y no tanto en otras. Desde luego, hace bien en pedir auxilio a gritos porque la situación es desesperada, hace bien además en descartar determinadas compañías, aunque tirarse de los pelos ante la posible entrada de una casa de apuestas como accionista y mantener a Wanabet como co-patrocinador es un poco hipócrita. Hace bien, incluso, señalando el principal problema: el baloncesto español es tremendamente deficitario. Probablemente lo sea casi todo el baloncesto europeo con algunas excepciones. El baloncesto español ha vivido durante tres décadas en una enorme burbuja de cajas de ahorro, familias ostentosas y, sobre todo, ilusión competitiva con dos clubes de fútbol contra los que no tiene ningún sentido competir porque pueden permitirse perder 30 millones de euros por temporada y no pasa nada.

Decir esto no es, desde luego, la mejor manera de atraer inversores. Lo que Galindo les viene a decir es: "Meted dinero aquí porque lo necesitamos... pero no confiéis ni por un segundo en recuperarlo". Una mentalidad, por cierto, muy de casa de apuestas. Ahora bien, insisto, me gusta su honestidad. Lo que no me gusta es que eso pueda interpretarse como un "me lavo las manos", un "la culpa de todo esto no es del Estudiantes ni mucho menos mía". Ahí se equivoca Galindo: que haya un problema  sistémico no anula la responsabilidad individual. Aparte, calla un detalle que a mí siempre me ha parecido el más grave: los impagos a jugadores, ex-jugadores, técnicos, agentes, proveedores...

Dice Galindo que no tiene sentido "arrastrarse" más y lo dice refiriéndose a la situación deportiva del club. Hombre, a nadie le gusta estar luchando por no descender todos los años pero no hay nada indigno en sí al respecto. Dice también que la deuda con Hacienda es la que capa las posibilidades del equipo aunque saca pecho porque de catorce millones se ha bajado a siete en pocos años. Lo que no dice es lo verdaderamente indigno: que haya unas partidas presupuestarias para fichar a jugadores como Toney Douglas mientras no hay dinero para pagar a ex-jugadores como Gentile o Clavell que restriegan el nombre del club por el barro en sus redes sociales.

Hace ya seis años me confesaba un director deportivo que era imposible hacer un proyecto digno de ese nombre en el Estudiantes porque nadie confiaba en poder cobrar en tiempo y forma y que, al final, quien venía era un poco para promocionarse, como quien escribe en la revista digital de unos amigos.

Con todo, lo que más me choca de toda esta situación es el poco eco que esta debacle está recibiendo en el mundo del baloncesto, como si no se lo acabaran de creer. No hace falta ser aficionado del Estudiantes para entender que la desaparición del Estudiantes sería una tragedia. Este mismo verano, la selección española se ha proclamado campeona del mundo con dos jugadores en sus filas que debutaron como profesionales en el equipo madrileño: Javier Beirán y Juancho Hernangómez. En el equipo campeón de 2006, ese papel lo ocupaban Sergio Rodríguez, Felipe Reyes y Carlos Jiménez. En pocas palabras, incluso en el peor momento deportivo y económico de su historia -junto, quizá, a la gran crisis de los años 70-, el Estudiantes puede presumir de haber formado o al menos dado su primera oportunidad a cinco campeones del mundo. Aparte, otros talentos como Darío Brizuela, Edgar Vicedo o Jaime Fernández fueron clave en las llamadas "ventanas" de clasificación para China.

Aunque hace tiempo que las canteras de Joventut y Estudiantes dejaron de ser las más importantes del país -en ese sentido, la del Real Madrid arrasa en cualquier comparativa-, lo cierto es que siguen siendo necesarias para dotar a la liga y a la selección de al menos una clase media razonable. Eso en términos competitivos, porque la cantera del Estudiantes no es simplemente una cadena de montaje para crear jugadores profesionales. La cantera del Estudiantes son decenas de equipos de niñas y niños de todas las edades y condiciones físicas. Son los chavales que salen en silla de ruedas en los tiempos muertos de los partidos o los niños de ocho años que ni siquiera llegan a la canasta cuando les toca jugar en el descanso.

Que el Estudiantes ha hecho todo lo posible por acabar en esta situación está claro. Descargar culpas es absurdo. Que el baloncesto como negocio es una ruina, también es un hecho. Lo que está en juego aquí es otra cosa: es la viabilidad del deporte formativo. Si nadie está dispuesto a salvar a un equipo de Liga Endesa, por lo menos que se garanticen las categorías inferiores. Eso es todo lo que me parece razonable pedir en este momento. Si yo supiera al cien por cien que mi dinero va a ir ahí, sin duda haría el esfuerzo. Si sospecho que va a acabar alimentando la ilusión de que realmente es posible fichar a Aradoris, Gentiles y Douglas, es razonable que me lo piense.