Llego a la Fontana di Trevi justo a tiempo, es decir, cuando no hay prácticamente nadie y están recogiendo todo el dinero. Una guía explica a sus turistas ingleses y franceses que hay que tirar la moneda con la mano derecha sobre el hombro izquierdo, que si lo haces sobre el hombro derecho acabas volviendo a Milán. Los demás, ahí estamos. Debe de ser irritante para los romanos tal cantidad de visitantes entorpeciendo todas las calles detrás de paraguas con distintivos en lo alto. Es irritante incluso para los visitantes sin paraguas, así que imaginen.
Son las nueve de la mañana de un miércoles. Mi entrevista no empieza hasta las once y eso siendo optimistas. En las plazas se apostan militares con metralletas, igual que en las estaciones de metro. El terror es esto. Por supuesto, puede ser peor, puede ser muerte y dolor y sangre pero el terror, ese previo de la masacre, es un ejército desplegado por las calles de una capital donde la gente solo quiere protagonizar su propia película. Los carteles electorales, algo tímidos, van en esa dirección: una foto de la "cúpula" del ISIS con la leyenda "Mantengámoslos lejos".
Tras la Fontana llega el Quirinale. Bonito sitio el Quirinale, la vista desde lo alto, las escaleras que invaden toda la ciudad como langostas. De ahí, un breve callejeo hasta Nazionale y la Piazza della Repubblica, donde me siento a comer cacahuetes. A las dos horas, como he prometido, estoy de nuevo en el hotel para preparar mi "junket": siete periodistas de siete países distintos compartiendo veinticinco minutos con cuatro turnos de actores y productores de la serie.
El principio es complicado. Un inglés y una turca deciden acaparar todas las preguntas mientras un polaco interrumpe a una chica que no sé de dónde viene. En medio, claro, quedo yo. He venido por Glennister y no por otra cosa, así que marco territorio un poco, interrumpo un par de veces como para decir: "hola, a mí también me pagan por esto" y aprovecho el cansancio generalizado después de una hora y media para soltar mis tres o cuatro preguntas al actor de "Life on Mars", que contesta con una jovialidad que no parece aprendida.
Tampoco parece aprendida la bonhomía de Reg E. Cathy, conocido por su personaje de "Freddy" -¿Fred es un diminutivo de Alfred o de Frederick?, me pregunto mientras bajo de nuevo hacia Trevi,
spaghetti pommodoro senza glutine en un bar pequeño, familiar- en "House of Cards". De cada pregunta hace una historia tan larga que su compañera pone cara de aburrimiento y acaba marchándose en cuanto el árbitro señala el final del partido, sin intercambio de camisetas ni nada.
Diana me recoge y nos vamos juntos a la selva del calurosísimo pomeriggio italiano, los turistas multiplicados por cuatro, la sensación de estar en una continua manifestación. Ella se detiene en la Fontana, yo como y luego tiro para Piazza di Spagna, donde las escaleras están en reparación, como si fuera la estación de Avenida de América. ¿Quién soy yo, después de todo?, ¿quién soy yo más allá de la cara de
spagnolo y la bolsa negra de FOX colgada al hombro? A Diana le hablo de Neo 2 y de Tendencias, incluso del Imparcial. Luego se queda a cuadros cuando le explico lo del deporte.
Y, sin embargo, mal que me pese, sin el deporte es imposible entenderme.
Unas chicas vestidas con los colores de la Roma intentan atrapar turistas para venderles entradas. En los lavabos de los bares abundan las pintadas de los hinchas de la Lazio. En Italia no se decide nada, una continua sucesión de ligas para la Juventus hasta que se destape el siguiente escándalo. Yo bajo muerto de alergia junto al río; polen y semillas por las aceras sin que nadie las recoja con sus redes. Me doy cuenta de que estoy demasiado cansado como para ir al Vaticano y volver y bajar a Navona y al Panteón y luego cruzar el río y pasar por el Trastévere...
Me doy cuenta, además, de que no hace falta, de que no hay caldero alguno al final del arco iris así que me puedo relajar, volver al hotel, dejar las cosas, hablar con mi mujer, resumir la mañana... y retomar la aventura en el punto cabal, es decir, el de Navona y el Panteón y luego ya veremos. Adoptar el "luego ya veremos" como forma de vida al menos durante 48 horas -ya solo 24- por mucho que esto no sea Fuerteventura y las sirenas de las ambulancias nos recuerden que aquí también pueden ocurrir cosas espantosas.
Sobre todo cuando el semáforo está en rojo.