miércoles, octubre 07, 2015

Here comes the mayo



Mi hijo baila sobre la tumba de mi padre. Literalmente. Se sube a la lápida y gatea y se ríe y ninguno nos atrevemos a bajarle, es más, en un momento determinado yo le dejo claro a la Chica Diploma que no quiero que le baje, que lo decida él, y así, el Niño Bonito juguetea con los relieves de las letras: las de sus tatarabuelos, su bisabuelo, su abuelo... Le hace gracia la cruz, una cruz vertical, tan alargada en la parte inferior que forma casi un tobogán por el que él juega a tirarse hacia la pequeña placa que contiene el nombre de mi padre (1954-2013) hasta llegar a tocarla en un momento dado y volver hacia arriba, como asustado.

Es un domingo de difuntos en Madrid. Any given Sunday. Hemos pasado antes a ver a la abuela y su lápida estaba ligeramente desplazada, unos dos o tres centímetros a la derecha. En administración dicen que puede ser el viento, la lluvia o las vibraciones del suelo. El mármol liso, al parecer, se presta más a esta clase de problemas. Dejamos flores en todos lados. Dejamos flores y dejamos al niño, claro, nuestra forma de mostrar respeto a los muertos, de entretenerles un rato, de dejarles fantasear con un nuevo principio.

Un día tendré que explicarle y no sabré cómo. Quizá, después de todo, él ya lo sepa.

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Con tanto nuevo periódico y nueva revista me pregunto si a los demás les pasa como a mí o si ellos sí que pueden vivir de lo que escriben. En cualquier caso, me asombra el deleite que muestran hablando de sí mismos, esa exposición gozosa del "yo" por todos lados. Mi "yo" profesional no merece tantas alharacas: la misma prostitución de siempre igual de mal pagada. Los besos en la boca, aquí, en casa.

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El día antes de que naciera Álvaro, tenía una agenda apretadísima que empezaba con un desayuno a las ocho de la mañana con el director de la Agencia de Protección de la Salud en el Deporte. La Chica Diploma rompió aguas y el niño ahí se quedó, esperando una noche y un día y otra noche, como si no tuviera mucho interés en adelantarse. Pasó la hora del desayuno y la de la clase de la tarde y, por pasar, pasó incluso el partido inaugural del Mundial y los cinco goles que se llevó España.

El niño, nada, como Mel Gibson en aquella escena de "Braveheart" en la que pide al ejército escocés -por decir algo- que espere, que espere, que ya llegará el momento. Cuando llegó aún era viernes pero podría ser sábado perfectamente. Lo mecí en mis brazos un rato mientras le silbaba "Michelle, ma belle" como si fuera una novia adolescente y después lo saqué al pasillo para que vieran en control lo bonito que era.

Las enfermeras, horrorizadas, me pidieron que por favor devolviera al niño a su habitación cuanto antes.

Anoche me acordé de todo esto mientras el pobre soportaba ataques y ataques de tos. No sé muy bien por qué. Los desayunos que quedaron pendientes y esas cosas. Las primeras horas, los primeros días, cuando no sabes muy bien qué demonios hacer con eso... y la sensación de que con el tiempo la cosa no mejora. La incertidumbre, quiero decir. El niño nace, el niño tose, el niño coge anginas, el niño se enamora... y pueden pasar dos cosas: que él espere algo de ti todo el rato o que seas tú el que te lo exijas. Las dos posibilidades se pueden dar juntas, claro.

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Por las mañanas, "Here comes the mayo". Recuerdos de una película que me pareció muy buena, con una Maribel Verdú sobresaliente y un grupo en estado de gracia. No es que Molotov me gustara mucho en mi posadolescencia pero tampoco puedo decir que me desagradara especialmente. Digamos que yo sabía que me tenían que disgustar pero no conseguía convencerme del todo. Había, después de todo, algo hermoso en toda esa aliteración constante de ches y jotas.