sábado, octubre 10, 2015

A este lado del paraíso



En la conferencia preguntan cómo se escribe una novela. Cómo se escribe, en general, así que todos decimos más o menos lo que podemos, ideas a bote pronto ante un auditorio minúsculo pero atento -en el fondo, el mejor auditorio posible- y yo, claro, no hablo de que escribir sea quizá cumplir veintiún años, coger un coche que va rumbo a Moratalaz y dormir en casa de la Chica Langosta, en la cama de la Chica Langosta pero sin la Chica Langosta, siempre esquiva; un boli y un papel en la mano y algo parecido a una confesión que empieza como una canción de los Cranberries: "21 años, hoy", la misma frase que utilicé para el relato en el que L. cruzaba un puente.

No, no digo nada de eso sino que digo otras cosas. Por ejemplo, que antes de dormirme, a menudo, pienso en cómo matar a gente. Supongo que quedo como un psicópata, pero no puedo ser el único al que le pasan esas cosas: la vigilia es el terreno de los extremos... qué haría si tuviera mucho dinero, qué haría si fuera muy guapo, qué haría si pudiera acabar con el malnacido que pega a su novia. La vigilia y el sueño como abono de ficción. Jugar a ser Dios, lo llama Pedro Bravo y tiene mucha razón. Sí, un escritor juega a ser Dios muchas veces y sobre todo juega a ser Dios consigo mismo, esto es, se pide milagros.

Y así, anochece en la entrada al barrio de Carabanchel, final de una jornada digamos cuando menos que intensa. Decían que la biblioteca estaba algo escondida pero que tenía muy buenas vistas. Lo primero puedo confirmarlo; lo segundo, no: nos pusieron en un salón interior junto a un hombre que estudió en el Ramiro de Maeztu y luego hizo filosofía y letras en la Universidad Autónoma.

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También Veruca Salt, claro, pero su canción no hablaba de cumplir veintiún años sino de cumplir veinticinco. Cuando las canciones hablaban de nosotros. En el autobús, la Chica Diploma y yo nos ponemos a trabajar en mi próximo artículo para GQ: cosas que pensabas hacer como padre y te has dado cuenta de que es imposible. Quizá la única canción sobre paternidad que realmente merezca la pena sea "Antes", de Jorge Drexler, pero ya la gasté en mis ligoteos de veinteañero. Sé que tengo que meter lo de las canciones de alguna manera en el artículo pero no sé cómo. Supongo que exactamente a eso es a lo que se le llama saber escribir.

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En el viaje de ida a San Sebastián terminé el libro de Vila Matas y me puse con "A este lado del paraíso", de Scott Fitzgerald. Sorprendentemente, no he avanzado más de diez páginas desde entonces y de esto ha pasado ya casi un mes. Teniendo en cuenta que Scott Fitzgerald es uno de mis escritores favoritos, lo estoy empezando a ver como un problema. El caso es que no solo no hay tiempo sino que no hay concentración. Uno no puede leer a Fitzgerald a salto de mata, sino reposado y en paz con uno mismo. Otra de las cosas que no dije del todo en la conferencia pero que al menos no callé por completo es que cada vez escribo peor, consecuencia inevitable de escribir más y casi siempre sobre lo mismo.