El debate de Albert Rivera y Pablo Iglesias: poco que se pueda añadir a lo que lleva todo el mundo comentando durante horas y horas. Obviamente, fue un éxito para los dos, incluso para Iglesias, al que se le vio algo cansado y dubitativo, sin saber, como diría Menotti, si quería ser toro o torero. Podría destacar la "naturalidad" de los dos candidatos, pero en un programa grabado y editado es muy complicado evaluar ese tipo de detalles. Desde luego, si no fueron espontáneos, lo parecieron. Sobre todo Rivera, a punto de explotar en esa camisa azul ceñida y con el relojito naranja en la muñeca, siempre en pantalla.
Del presidente de Ciudadanos se dice demasiadas veces que no se moja y que lo único que pretende es ser el yerno ideal, sin concretar mucho más. Ayer consiguió sin duda ganar muchos suegros. Estuvo cómodo en el registro de chico-que-prefiere-tener-los-pies-en-la-tierra y a veces incluso demasiado agresivo, sobre todo al principio, sin dejar terminar a Iglesias sus argumentaciones. Que éste no se atreviera a soltarle uno de sus clásicos "Yo a ti no te he interrumpido" ya pretendía dejar claro que le tiene en más estima que a Eduardo Inda.
Luego salió el presidente del BBVA y Rivera pareció ponerse muy nervioso con demasiado poco. Dio como ochocientas explicaciones para algo que no merece ni una disculpa: a las grandes empresas les gusta más Ciudadanos que Podemos. Pues claro, hombre, hasta ahí habíamos llegado, tampoco pasa nada.
De ese nerviosismo de Rivera sacó provecho Iglesias, al que Évole echó un trapo llevando la conversación hacia las cuestiones sociales. Con todo, pareció conformarse con un empatito justo fuera de casa confiando en que la vuelta se celebrara en Lavapiés o Puente de Vallecas. Al espectador le valió con ver algo más que gráficos e insultos. No voy a decir que no hubiera demasiada superficialidad en las argumentaciones -que la hubo- pero la superficialidad es algo que va de suyo en la "nueva política", sea eso lo que sea.
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Lo más interesante, sin embargo, fue el debate posterior. El PP mandó a Casado, el chico sonrisa, a batirse con los chavalines. Obviamente, los chavalines se lo comieron. Si PP y PSOE quieren tirar de galones que tiren en serio y no se anden con medias tintas. Casado, de hecho, es una muestra inequívoca de la torpeza con la que el PP se maneja en los medios. No entienden el lenguaje, no entienden los gestos y si no vas a poder presentar batalla en ese campo quizá sea mejor que ni te preocupes en intentarlo.
Todo lo que "perdió" Iglesias con Rivera lo recuperó Errejón con Fernando de Páramo. La elección de Ciudadanos fue desastrosa: cayó en todos los tópicos de los que huyó su jefe, es decir, la idea del partido tecnócrata que lo fía todo al análisis científico de los datos, un halo de superioridad poco justificada y el viejo error de siempre, comenzar su primera intervención con un "ha ganado el mío" que se repitió en las redes sociales, entrando de nuevo en el bucle de si papá o mamá.
En general, todos estuvieron más o menos desastrosos. Alberto Garzón, que se maneja muy bien en estos debates, quizá fue el que más tenía que ganar y lo aprovechó. Herzog, una caricatura de la caricatura de UPyD, hizo todo lo contrario y hundió un poquito más, si eso es posible, a su partido. La representante del PSOE se preocupó más de las caras de Errejón que de explicar su programa. Hasta donde yo vi, que incluso un bloguero tiene sus límites, nadie mencionó a Irene Lozano. Supongo que lo harían ya de madrugada. Casi todo lo que decía Adriana Lastra se podía replicar con solo dos palabras: "Irene Lozano". No sé hasta qué punto son conscientes de eso.
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Y, por supuesto, qué pasará ahora. Nadie tiene ni idea. Se supone que Ciudadanos sube y Podemos baja, pero por lo demás todo el mundo anda perdido. ¿Desde dónde suben y hasta dónde bajan?, ¿qué queda de PP y PSOE tras sus continuos ataques de autodestrucción? En todo esto, es cierto que lo único que tenemos seguro es que el PP va a intentar tirar hacia adelante en solitario. No sé si el PSOE quiere pactar con Podemos o con Ciudadanos, intuyo que lo segundo, pero a su vez no parece sensato que Rivera vaya a colocar a Sánchez sin más como presidente del gobierno salvo que sea para poder derrumbarlo cuando ya no quede más remedio.
Podemos no sabe para qué nació. Probablemente no lo supieran cuando nacieron ni tuviera mucho sentido planteárselo entonces, pero ahora hay que convencer a indecisos y algo habrá que hacer más allá de colgar fotitos en Twitter. Luego estarán los Compromís, ERC, CiU, PNV y compañía, que es complicado adelantar qué harán: si apoyarán un gobierno anti-PP, se limitirán a abstenerse, reeditarán acuerdos económicos con la derecha española...
Lo que sí me preocupa es que ni Ciudadanos ni Podemos entiendan que comparten una parte importante de electorado. Sí, es muy fácil quedarse con los clichés de "izquierda" y "derecha" pero lo cierto es que en su lucha por el centro deberían resultar atractivos para un tipo de votante relativamente joven, muy harto de sus condiciones laborales, desencantado con el
statu quo de manera más o menos justificada y que entiende que el cambio, venga de donde venga, es mejor que la alternancia. El 15-M durante su primera semana, vaya.
UPyD pereció, entre otras muchas cosas, por desdeñar a esos votantes, justo los que podrían hacer de Ciudadanos la primera o segunda opción política de España a poco que se quitaran los prejuicios de delante de los ojos.