Al parecer, hoy cierra el Viejo Café Colonial, conocido en este blog como el Colonial, sin más, o incluso, en su momento, como la Ronería. No sé exactamente los motivos ni si serán reversibles en algún momento, pero sí sé que ese bar me cambió la vida, marcó el inicio de una segunda adolescencia -como una segunda transición- y me hizo conocer a muchas de las mejores personas que he conocido nunca. Llegué ahí a punto de cumplir 28 y durante cuatro o cinco años no hubo quien me sacara de la barra, insistiendo en el JB con Coca Cola a cuanta camarera se pusiera delante.
Es difícil explicar con palabras su importancia. Hay un libro entero dedicado a ese bar, de hecho. Un libro adolescente. Cuando llegué estaba completamente perdido y no es que ahí me encontrara pero al menos aprendí a disfrutar de esa perdición. Cada día era Nochevieja, como diría Lichis: del Colonial salieron Vega, Carmen, Bea, Álida, Rocío, Irene, Corde... toda esa colección de brillantísimas universitarias deseosas de comerse el mundo, con una vitalidad envidiable, la misma vitalidad que yo intentaba copiar con más o menos éxito por las noches.
El Colonial era salir un martes por la noche y saber que ibas a encontrar a alguien. El Colonial era la charla sobre el Colonial del día siguiente. El sitio donde llegabas con cara triste, te preguntaba Fede Gutman qué tal estabas y respondías "Todo bien", porque estaba prohibido contestar otra cosa. Eran Álex y Rafa, pero también eran FD Simón, Ron, Ajito, Vanessa, Silvia, Miguel, David, José Manuel, Carmen, Luis y sus clandestinos, Juan, Zarzo, Sofía, David y Elena, las entrañables chicas argentinas... y yendo más atrás, el Colonial era el sitio al que nos llevó Jaime una noche de abril. El lugar elegido por la corriente interna para derribar la tiranía del "24".
La idea es volver hoy por última vez, cuando deje al niño dormido. Esa es la idea pero la realidad puede ser otra porque volver a la segunda adolescencia es casi como volver a la primera y no es tan fácil visitar de nuevo el instituto por muy bien que te lo pasaras en su momento. Queda en cualquier caso la gratitud. Éramos buenos clientes, de acuerdo, pero ellos eran excelentes anfitriones. Para sentirte en casa, no basta con echarle ganas, alguien tiene que abrirte y cerrarte la puerta, aunque sea de madrugada y con el cierre ya echado, comprobando primero que los policías no estén a la vuelta de la esquina.
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Algo pasa con Rajoy. No es ya la ideología o las políticas, es el discurso. Algo falla en el discurso, o al menos el discurso no leído. El presidente aparece agotado, confuso, perdido... puede que sea simplemente eso, cansancio, o, como apunta mi amigo Montando, "el síndrome de la Moncloa" pero es complicado pensar que este hombre pueda aguantar cuatro años más asumiendo esta responsabilidad. En los últimos meses, cada aparición pública se ha saldado con un par de incoherencias y muchas vueltas sobre sí mismo. Los medios le achacan con razón que no da la cara lo suficiente cuando en la oposición se mostraba como un conversador cuando menos ágil, pero es que ahora mismo parece incapaz de seguir el hilo, perdido en cuanto alguien le saca de su ruta prefijada.
Ayer, en la SER, le tocó además lidiar con Pepa Bueno, que desde luego no le hizo sentir como si estuviera en TVE. Por momentos, dieron ganas de sacar una bandera blanca o tirar la toalla, como cuando un boxeador noqueado se empeña en seguir de pie y es su entrenador el que tiene que dar el combate por perdido. No es que la entrevista de Bueno fuera especialmente brillante, porque a menudo se contestaba a sí misma en las preguntas y eso no está bien, pero la situación llegó a un punto tan desagradable que tuve que apagar la radio y punto. Aquello estaba siendo una sangría.
No tiene pinta de que las cosas vayan a mejorar en campaña. Rajoy no aguanta el ritmo y esto no es el Tour de Francia: aquí no hay jornadas de descanso ni autotransfusiones. Imaginarle en un debate ante cualquiera que no sea Pedro Sánchez es un imposible. Si yo fuera director de su campaña, jamás se lo permitiría. Se lo comerían vivo. Rajoy ahora mismo es un zombi caminando entre los que consideran que le falta autoridad y los que le achacan que le falta mano izquierda. Está a un paso de que su lema electoral sea "por favor" y vayamos todos a votarle como el que adopta a un perrito a punto del sacrificio.