Emiliano está convencido de que "Truman" va a ser la gran película española de la temporada, tanto en taquilla como en premios. Es posible. Desde luego, para mí, ha sido una agradable sorpresa, más que nada porque yo, con Cesc Gay, me había quedado en "Ficción" y entenderán que me temía cualquier cosa. Sí, es una buena película. Muy bien interpretada por protagonistas y secundarios y con un guion cuyo principal mérito es no caer en ninguna de las posibles trampas que acechan a las historias de enfermos terminales.
De poner algún "pero", diría que hay momentos poco realistas, pero esto no es una película sobre la II Guerra Mundial, es una película sobre la vida y la vida puede llegar a ser muy poco realista. Mi recuerdo del cáncer de pulmón de mi padre -el mismo que sufre el personaje de Darín y no se preocupen que esto se sabe desde el principio- no tiene nada de divertido, aunque supongo que el atractivo de la propuesta de Gay es precisamente evitar el dramón a lo Nicholas Cage en "Leaving Las Vegas", que diría la canción.
Por lo demás, lo dicho: Darín está soberbio, algo que no suelo decir a menudo y Cámara está comedido. Es curioso que alguien que comenzara su carrera casi como un histrión haya aprendido a manejarse en personajes tranquilos, pacientes, que escuchan y ahorran en gestualidad para gastar en comunicación. Se agradece. Álex Brendemühl sale un minuto exacto y, como siempre, se come la pantalla. Pocas pegas se puede poner a lo que está bien hecho y te hace pasar un rato agradable, que incluso te provoca la lagrimilla sin necesidad de meterte el dedo en el ojo...
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La otra gran película de estas 24 horas ha sido "Sicario", dentro de la sección de "Perlas de otros festivales". Pese a no estar a concurso, el festival ha conseguido traer a Emily Blunt y a Benicio del Toro, dos de esos nombres con los que se pueden abrir -o al menos cerrar- telediarios. Son dos actores soberbios, esa es la verdad. A Del Toro se lo han dicho muchas veces y a Blunt no sé si se lo han dicho las suficientes. Como alguien decía en Twitter, siempre mejora la película en la que participa, algo así como la Alexandra Jiménez de Hollywood.
"Sicario" no cuenta nada nuevo pero tampoco le hace falta: drogas en la frontera con México, carteles terribles en Ciudad Juárez, policías corruptos y una operación casi militar para reorganizar el tráfico. La historia de Soderbergh muy poco actualizada. Hay veces que es difícil seguir el hilo entre tanto tiroteo, quizá porque nos hemos acostumbrado a que estas cosas nos las cuenten en seis temporadas y con Walter White de por medio, pero engancha y eso se agradece en un Festival donde ves cuatro o cinco películas al día.
La primera de hoy, por cierto, fue "Sunset Love", una insulsa historia romántica sobre la Escocia rural antes de la I Guerra Mundial. Mucho verde y mucha vaca. El pase fue a las nueve de la mañana, algo que tampoco ayuda. Ahora bien, el Victoria Eugenia estaba lleno, lleno hasta niveles de acabar en el tercer anfiteatro entre ataques de vértigo. Para analizarlo.
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Y además del público, las fans, las que se quedan en la puerta del María Cristina y gritan "Emily, Emily" o lo que haga falta. Las que se acercan cuando salgo después de gastarme cuatro euros en un café y me piden que me haga una foto con ellas. "¿Por qué, si no me conocéis de nada?", contesto de un modo demasiado directo, puede que innecesariamente borde. "Porque nos hace ilusión", contestan, y por supuesto me hago la foto e incluso me siento culpable por haber reaccionado así y me dicen "Gracias, Guillermo" porque en la acreditación pone mi nombre y yo les contesto: "Trabajo en Vogue", como si así les diera algo más de material para su espejismo y su felicidad adolescente, la que, no sé por qué, había intentado destruir solo treinta segundos antes.
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Poco que decir de la fiesta de bienvenida. Desde el principio dividieron a los invitados en "vips" y "no-vips", con el correspondiente cuidado en que no nos mezcláramos no fuera a ser que les mordiéramos y les pegáramos algo. Al menos estaban Emiliano y Victoria por ahí y me sacaron del sopor de desconocidos entre canciones que iban de lo mejor -"Love shack" de B52- a lo peor -Enrique Iglesias y la enésima versión del "Grease Lightning"-. No me fui muy tarde pero tampoco muy pronto. Supongo que esperaba algo que no era exactamente un milagro, porque a mí los milagros ya me sucedieron cuando los necesitaba, sino una sorpresa. Una rendija, más bien. Con una rendija, a mi edad, me basta y me sobra.
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"The propaganda game", de Álvaro Longoria. La constatación de que Corea del Norte es la Oceanía de Orwell en "1984". Qué libro más mal leído, desde la penosa traducción del líder, que no es un Gran Hermano sino un Hermano Mayor que te protege y te cuida y te ama y al que tienes que amar multiplicado en sus imágenes, sus estatuas, su constante presencia paternal. Así, Kim-Il Sung y Kim Jong-Il y compañía.
Bastante información pero pocas conclusiones, como si Longoria no quisiera molestar a nadie. "La verdad nunca la sabremos" es demasiado relativista para lo que sí sabemos de Corea del Norte y lo que vemos en el propio documental empezando por ese abyecto y omnipresente Alejandro Cao de Benos, que desde el principio reconoce que él no entiende de realidades sino de propaganda, en la misma cara del documentalista que aun así le sigue haciendo preguntas.
Sentimientos encontrados: ¿debió Longoria ser más contundente y hacer la suma de dos más dos son cuatro o hizo bien en dejar puertas abiertas y no incomodar para así poder seguir grabando más tiempo, incluso soñar con una segunda parte? Solo eso, junto a unos fallos de sonido absolutamente inadmisibles en una película que pretende ir más allá del vídeo casero, incomoda en lo que no deja de ser un documental con un valor innegable.