jueves, septiembre 24, 2015

Festival de San Sebastián 2015. VII. Parasol


Convertir Magaluf en un escenario de soledad ya es de por sí una idea genial. Los pases de las dos de la tarde tienen estas cosas: encuentras unas joyas que desaparecen en cuanto los periodistas vuelven de comer. En "Parasol" tenemos tres historias cruzadas con un escenario en común: la famosa zona de Punta Ballena, con sus borrachos, sus excesos, sus stripteases y su turismo basura. Personajes en una huida que no redime, al revés, les hunde más aún en sus miserias. El reverso, si quieren, de la agradable "Isla bonita".

La primera historia, por orden de aparición, es la de un joven inglés que viaja con su familia. Sin ser demasiado explícita ni obsesiva, la insatisfacción se palpa en cada plano: ese chico no debería estar ahí y él lo sabe. Debería ser uno más de los miembros de esa armada etílica que asola el pueblo cada verano. El problema es que cuando por fin se decide a alistarse, resulta evidente que no sirve para ello, por mucho que lo intente. Esto enlaza con la señora belga de setenta años que abandona su país porque ha conocido por Internet a un compatriota que vive en Mallorca. En su caso, desengaño amoroso aparte, son los hijos los que intentan controlarla, convencerla continuamente de que vuelva a casa cuanto antes, que esas cosas no se hacen, mientras ella mira el móvil y la pantalla del Skype en busca de una señal que no siempre llega.

Por último, está la historia del padre que se dedica a conducir un tren para estos turistas y algunos mucho peores mientras ve cómo su hija de once años se distancia cada vez más de él. Es una historia preciosa y llena de matices, como las otras dos. La verdad es que la película me gustó cuando la vi y me está gustando cada vez más conforme la recuerdo. Una de las grandes de este festival, que no anda precisamente sobrado de excelencia.

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Y es que la Sección Oficial se ha convertido en algo parecido a un páramo desierto desde aquel inicio fulgurante con "Truman". Ayer pasaron, fuera de concurso, "Lejos del mar", la película de Imanol Uribe en la que Eduard Fernández habla con acento vasco y Olivia Delcán con acento andaluz. Me salí a los tres cuartos de hora porque no aguantaba más, pero hasta aquel momento no era sino otra mala película, nada especialmente terrible. Muy mal debió de ir la cosa después para que la gente acabara pataleando, riendo a carcajadas y aplaudiendo cada despropósito.

Mucho mejor fueron las cosas con "Freeheld", una película a la que se le puede achacar un cierto tono de telefilme de sobremesa pero que funciona a la perfección: una agente de policía se enamora de una chica varios años más joven y deciden irse a vivir juntas como pareja de hecho. A los pocos días, la agente descubre que tiene un cáncer terminal de pulmón, en estadio IV, y el resto de la película se convierte en su lucha y la de sus amigos para que a su pareja le quede al menos una pensión con la que pagar la casa.

Al parecer, está basada en un hecho real, pero uno casi agradecería que no lo fuera, que alguien se hubiera adelantado en la ficción a un hecho así.

Por lo demás, tanto Julianne Moore como Ellen Page están soberbias y he de reconocer que aquello fue la fiesta del kleenex, al menos durante la última media hora. Yo sé por qué lloraba e intuyo por qué lloraban los demás y lograr ese efecto en un público inmunizado precisamente por las pelis de Antena 3 me parece que es de un mérito indudable. Si le criticaba a "Truman" una cierta falta de realismo a la hora de abordar el cáncer de pulmón, aquí hay que reconocer que todo cuadra con mi experiencia personal: morirse, y morirse así, no tiene nada de divertido.

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No me ha disgustado tampoco "El clan", película sobre los grupos paramilitares durante la Argentina de la dictadura y posterior. No es la típica historia de "milicos" que secuestran y matan a jóvenes "subversivos" por su ideología sino que se centra en una familia que, encabezados por su patriarca, se dedica a hacer dinero con el horror. La política les da igual. Ellos se limitan a contar con el amparo del Estado para retener y asesinar a cambio de dinero, como un delincuente cualquiera.

Solo ese enfoque y el hecho de que pongan dos veces el "Sunny afternoon" de los Kinks ya hace que la película merezca la pena.

Al parecer, está siendo todo un éxito en Argentina, un país que tiene una historia tan convulsa desde su propia independencia que es complicada de analizar y asimilar. Cuando llega el horror, llega para todos, parece decir el director en esta producción de los hermanos Almodóvar... y el horror en Argentina ha estado a menudo en manos de los militares pero también del hombre normal, el de la calle, un horror que no es banal, por volver a lo de Woody Allen, pero que desde luego no tiene nada de heroico ni pretende cambiar la historia: un horror de billetes en fajos, vaya. El de toda la vida.