miércoles, julio 06, 2011

¿Qué nos va a pasar?



Otros momentos de felicidad, aunque no sé si esa es la palabra. Probablemente, no. Momentos milagrosos. Una vez, en la Escuela de Letras, un profesor -no recuerdo cuál- nos preguntó qué nos motivaba a escribir, cuándo decidíamos que había que contar una historia. Yo, que me paso la vida esperando esas preguntas para poder dar respuestas estupendas, contesté: "Cuando todo tiene sentido, cuando te das cuenta de que lo que te ha pasado es algo completo, que se puede contar de principio a fin".

La sensación de estar viviendo algo completo para mí es inmediata. Igual que la felicidad, en eso se parecen. Voy a bajar a los hechos mismos: San Sebastián, 2006, septiembre, festival de cine. Eran las doce de la noche, yo tenía un pase de prensa de Lars Von Trier el día siguiente a las nueve de la mañana. En danés con subtítulos. No era infeliz pero me sentía tremendamente nostálgico, como si me faltara algo y me faltara justamente por falta de valor para alcanzarlo.

El último pase de prensa del Principal había acabado muy tarde. Echaban "Bosque de sombras", de Koldo Serra. A mí me había gustado bastante, salí contento. Todo el mundo despotricó y volví a sentirme solo, a contracorriente, una sensación horrorosa, la típica que te lleva a la pensión con tu hermano a dormir y refugiarte y olvidarte de todo. Decidí que no. Que iría al Bataplán y esperaría un milagro. Algo tenía que pasar y bastaba con estirar la mano, sabía que bastaba con eso.

Para ir del Principal a la Bataplán hay que cruzar el paseo marítimo de La Concha entero. Muchos de ustedes lo saben; otros no. En San Sebastián, cuando pasa mediados de septiembre, por las noches cae una especie de bruma. Entre semana, por mucho festival que haya, a las doce las calles están vacías. Pasé por el ayuntamiento y enfrente quedaba el mar, imponente, cantábrico. En los columpios del parque había solo una chica balanceándose. Edad indefinida en torno a los 20 años. Estaba sola. Lo normal habría sido seguir recto pero no, cambié el rumbo para pasar delante de ella. Solo hice eso: pasé delante de ella, sin pararme, pero mirándola. La sonreí y ella me sonrió. Me miró pasar, sin inmutarse, y me sonrió, ya digo, eso es todo.

A ustedes esto les parece una chorrada, pero eran las doce y pico, había bruma, las olas chocaban, el columpio chirriaba y la chica me sonreía como diciéndome: "Ve, tienes que ir, todo va a ir bien". Y yo sé que nunca, jamás, me olvidaré de eso, aunque haya olvidado por supuesto la cara de la chica, aunque no la volviera a encontrar jamás y aunque siga sin tener la más mínima idea de qué demonios hacía ella sola columpiándose en un parque para niños delante de un mar negro.

Quiero pensar que alguien la puso ahí para mí. Para que tuviera sentido. Para que pudiera escribir siempre sobre ella.

Otro momento similar, hace más de cinco años. Unos meses antes de San Sebastián. Salir de casa de una chica que vivía en Fuencarral, con una sensación de absoluta perplejidad y a la vez de que esa perplejidad me era tan nueva que me podía salvar la vida. La tediosa vida del periodista digital. El recuerdo, no de la noche, no hubo nada memorable, sino del despertar cruzando calles hasta Luchana, intentando coger el 40 y el iPod eligiendo en ese momento el "¿Qué nos va a pasar?" de La Buena Vida, que en lugar de angustiarme me supuso una liberación absoluta: ellos tampoco lo sabían.