sábado, julio 09, 2011

Por qué nunca fui doctor en filosofía


La existencia precede a la esencia. En COU todos éramos de alguna manera existencialistas con regusto sartriano, aunque no supiéramos de qué demonios hablábamos. Luego la vida te demuestra que algo de eso hay y que es imposible esconderse en un compartimento estanco, que la realidad tiene demasiadas caras como para que todo el mundo te vea siempre de la misma manera. Para algunos, soy escritor; para otros, periodista; para algunos, guionista o cortometrajista o profesor de inglés. Lo que quieran.

En el fondo, yo, cuando tuve que elegir qué quería ser elegí ser filósofo y no me arrepiento aún de ello, como mucho lo veo con melancolía, ya escribí el otro día que las únicas palabras que me humedecían los ojitos eran "Laura" y "Tractatus Logico-Philosophicus".

Disfruté mucho de aquella carrera. A veces me parece increíble que yo haya estado ahí, en clases de teología filosófica, antropología cultural, lógica de enunciados y predicados, teoría del conocimiento, pensamiento crítico... Me parece increíble que yo fuera ese alumno aplicado que sin tomar apuntes sacaba sobresalientes. Recuerdo con cariño la noche entera que me pasé sin dormir, obsesionado con que el principio de identidad en realidad era mentira. A no es igual a A. Cuando digo "A" la segunda vez demasiadas cosas han cambiado como para asegurar que lo que estoy diciendo es lo mismo que dije la primera vez.

Luego me enteré de que Hegel, más o menos, afirmaba algo parecido.

Recuerdo cuando un profesor me invitó muy amablemente a abandonar la clase precisamente porque no aceptaba el principio de identidad ni el de tercio excluso, así que cómo demonios iba a entender qué era el de razón suficiente. La lectura reveladora de "Sobre la razón histórica". Las mañanas en el Reina Sofía preparando el ensayo sobre Marcel Duchamp y John Cage. Los seminarios de la tarde: Nietzsche, Deleuze y compañía. Si les soy sincero, siempre detesté el postestructuralismo.

Cuando acabé la carrera tuve una enorme crisis personal. No sabía qué hacer así que empecé el doctorado. Los lunes iba a la Fundación Zubiri a seguir un curso basado en el discípulo de Ortega. Los martes teníamos Nietzsche con Julio Quesada. Los miércoles tocaba analizar los presocráticos con Pérez de Tudela y los jueves había doble sesión: teoría del conocimiento con el difunto Julio Bayón e Historia del Pensamiento Español, donde me especialicé en Larra y Valentí Almirall, precursor del catalanismo.

Saqué sobresaliente en todo y en vez de celebrarlo me sentí culpable. No lo merecía. En serio, no lo merecía, era una especie de acuerdo tácito por el cual casi con matricularte te regalaban el notable y si además hacías algo coherente subías a sobresaliente. Un lugar donde sobresale todo el mundo es un lugar donde no sobresale nadie. Mis lecturas habían tirado hacia Ortega y Nietzsche. Algo de Borges, recuerdo un seminario con Savater en la Casa de América... Eran tiempos duros en la Autónoma. Demasiados odios en un solo departamento. Tú me has quitado esta cátedra, yo he colocado a este interino... Parecía que había un punto "conmigo o contra mí" que me abrumaba. Yo solo quería aprender, no pelearme con nadie.

Llegué a matricularme en el segundo año, la investigación que me llevaría a la tesis. No sabía muy bien qué hacer pero tiré por pensamiento español porque creí que Ortega me haría bien. Nunca llegué a asistir a ninguna reunión: me puse a trabajar en una página de Internet dedicada a la liga española de fútbol.

Si lo piensan, eso es muy mío: huir al deporte cuando tengo miedo. Es lo que he hecho en JotDown, sin ir más lejos. Recuerdo la noche que pasé con una chica de Majadahonda, explicándole durante horas la teoría de los juegos de Wittgenstein. Me obsesionaba la teoría de los juegos del lenguaje. No quiero decir con esto que la comprendiera del todo pero me encantaba explicarla, explorarla, ver los distintos matices. La filosofía era para mí un método, una ayuda, una diversión... supongo que nunca me atreví a convertirla en una disciplina. Supongo que siempre tuve miedo a resultar demasiado pedante.

Y aquí estoy yo ahora: explicando los verbos en -ing, persiguiendo actrices para reportajes y discutiendo en Twitter sobre Leo Messi y Diego Maradona. Y de repente me doy cuenta de que nadie sabe quién soy en realidad o, más bien, quién decidí ser en un ataque de optimismo.

Filósofo. A un paso del doctorado. Mi existencia arrasó con cualquier esencia.

Hice un segundo intento. En 2004, si no me equivoco, me matriculé para hacer la tesis con Tomás Poyán. No tenía claro qué quería hacer, algo que tuviera que ver con una crítica al pacifismo como remedo del cristianismo que acabó con el Imperio Romano. La tesis era que si Occidente no se defendía y se dedicaba a rezar por el bien y la paz, los bárbaros acabarían con nosotros. A veces todavía lo pienso, aunque los tiempos han cambiado. Son solo 7 años pero entonces el 11-S, el 11-M, Afganistán, Irak... todo estaba muy presente y provocaba muchas polémicas. Yo solo pretendía exponer que no todo era tan fácil, que no todo estaba tan claro y que había que tener paciencia.

Pero no. Lo dejé de nuevo. No me atreví. Ayer le dije a una chica preciosa que soy un cobarde y me quedé tan ancho. "No lo parezco", añadí, y me llevé un trozo de escalope a la boca. Ella no contestó, probablemente porque pensó que sí, que sí lo parecía.