martes, julio 19, 2011

"Los que hemos amado", de Willy Uribe



La contraportada habla de “novela negra” y no seré yo quien le quite la ilusión, pero delimitar la escritura de Uribe a un solo género me resulta complicado. “Los que hemos amado” no es solo una novela con crímenes sin resolver, conspiraciones y persecuciones a culpables e inocentes -que también-, sino sobre todo una muestra completísima de personajes, complejidades, análisis psicológicos y viajes agotadores.

Leyendo las peripecias de Sergio Santos, el chaval de Algorta sin padre ni madre ni perro que le ladre que decide seguir a su amigo Eder más allá de cualquier frontera, uno no puede evitar recordar al Tom Ripley de Patricia Highsmith, con sus inseguridades, sus miedos, su ingenio desesperado e incluso su sexualidad ambigua, donde la admiración y la líbido se acaban entremezclando.

Lo fascinante de la novela de Uribe no es solo el viaje de Santos por País Vasco, Madrid, Marruecos, Canarias, Andalucía, Castilla-León, Asturias… un post-adolescente en continua huida, sino los sutiles engaños a los que se somete al lector desde el principio hasta el final: pistas falsas, tensión constante, amenaza acechante al girar cada página. Uno nunca llega a saber más que el narrador, es decir, el propio Santos. Eso es un tremendo acierto. Descubrimos la sordidez y el delito a la vez que el chico descubre el mundo que le rodea. Un mundo en el que nada es lo que parece y ni siquiera pretende serlo.

Santos no se engaña en ningún momento y ahí sí que no pretende camelar a nadie: el viaje es un viaje a las tinieblas y no a las olas. Bastan las primeras 30 páginas para darse cuenta de eso.
Lo prodigioso llega cuando el lector se da cuenta de que no solo no sabe más de lo que sabe Santos sino que ni siquiera sabe lo que sabe Santos. Primero, la realidad aparece fragmentada y luego, de la nada, aparece la memoria en un juego estilístico admirable. En la novela hay tanto de jerga criminal-administrativa como de carga psicológica. Más de lo segundo, me atrevería a decir. Cada personaje es una amenaza. Cada pausa genera un ataque de ansiedad.

Todo esto sin malditismos ni detectives que flirtean con rubias platino ni frases demoledoras sacadas de una película de Humphrey Bogart. No. En el libro de Uribe los adolescentes hablan como adolescentes sin que eso suponga que tengan que hablar como gilipollas, tendencia muy común en la narrativa contemporánea. Adolescentes vascos a principios de los 80, con todo lo que eso supone de contexto común sin necesidad de desarrollarlo.

En definitiva, “Los que hemos amado” es una excelente novela que trasciende su género. Igual que el protagonista reivindica los novelones del oeste que se vendían en quioscos, Uribe ejemplifica aquí la calidad de un género demasiadas veces asociado al misterio barato, la copa de whisky y el cigarrillo con la ceniza colgando. Es una lectura frenética y gozosa, sin concesiones ni adornos innecesarios, pero siempre dispuesta a sorprender al lector. Se agradece.

Que este libro no haya tenido mayor repercusión mediática o comercial es algo que, sinceramente, se entiende con dificultad.